Acompáñame a estar solo

Capítulo 1

Allí estaba él parado frente a aquel enorme lugar lleno de gente, era obvio que un sábado de tarde no era el mejor momento para ir de compras a uno de los centros comerciales más populares de Barranquilla. Apenas había caminado unos cinco metros desde la entrada principal cuando comenzó a sentir que el pecho le apretaba y el aire empezaba a escasearle, el bullicio de jóvenes riendo, niños corriendo y gente hablando alteraba todos sus sentidos y los recuerdos caían sobre él como una piedra pesada que empañaba aquel cristal que lo envolvía en una burbuja invisible en la cual él se protegía del exterior.

Hacía nueve años que vivía en esa ciudad que le había dado lo que más había amado, pero que ahora contrastaba tanto con aquello en lo que se había convertido. Una ciudad llena de matices, de ruidos, de algarabía y de fiesta en donde vivía un hombre que había perdido absolutamente todas las ganas de vivir. Hacía nueve años que no recorría más que las mismas calles de siempre, el camino del trabajo a la casa y viceversa, el camino al supermercado o a la lavandería, una salida al bar o a la pizzería de la cuadra un par de veces al mes, y, con suerte, una visita a aquella tienda de ropas multimarcas donde compraba lo que necesitaba para vestir.

Suspiró y tomó aire. Sentía que sus piernas le fallarían y que no podría seguir caminando. Un niño de la misma edad de Vinícius tropezó con él mientras escapaba de otro niño un poco mayor, se disculpó rápidamente y siguió su carrera por los pasillos del lugar. Eso fue suficiente para que recobrara el aire y recordara por qué estaba allí. El cumpleaños de Vinícius.

—Aleix, el martes es mi cumpleaños y mi mamá me dijo que me llevaría a comer hamburguesas y a jugar a los juegos. ¿Quieres venir con nosotros? —preguntó el niño hacía un par de días.

—No lo sé, Vini. Sabes que no me gusta mucho salir a la calle… Además, quizá sea bueno que pases tiempo con tu madre ahora que está bien —le respondió el hombre.

—Eso es cierto, pero me gustaría que tú fueras con nosotros. No tienes que tener miedo de salir a la calle, Aleix, yo te cuidaré si pasa algo malo —dijo el chico de forma cariñosa. Aleix sonrió, hacía unos años la sonrisa de ese pequeño era todo lo que iluminaba su mundo, muchas fueron las noches en las que soñó que vivía en una playa, en la casa que había ideado junto a Nuria y que estaban rodeados de uno, dos o hasta tres niños que corrían alegres y lo llamaban «papá».

—¿Qué quieres que te regale, Vini? —inquirió Aleix intentando disuadirlo de la idea de que fuera con ellos a festejar su cumpleaños. Ciertamente le agradaba el niño, lo quería incluso, y era el único que lograba hacerlo sonreír o al menos amagar una sonrisa. Sin embargo, de eso a salir a la calle de nuevo, había un gran paso, una gran diferencia.

—Siempre he querido tener una guitarra, pero mi madre no me la quiere comprar. Además quiero unas zapatillas para jugar al futbol, pues las mías ya están viejas y muy gastadas —suspiró el pequeño.

Ese era el motivo que había llevado a Aleix hasta el Centro Comercial Buenavista: comprar unas buenas zapatillas para Vinícius, pues la guitarra ya la había comprado el día anterior por internet y se la habían entregado en su trabajo. Tomó aire y pensó que cuanto más rápido lo hacía, más rápido podría volver a su casa, a su refugio. Así que se dirigió al primer piso en busca de la tienda de una marca conocida y se acercó a una vendedora.

—Quiero unas buenas zapatillas para un niño de nueve años —pidió el hombre poco acostumbrado a comprar cosas para él y mucho menos para un niño.

—¡Seguro que estas son las que busca! —dijo la vendedora acercándole unas de colores muy vivos—. Son las preferidas entre los niños de la edad de su hijo —añadió.

Aleix las compró sin pensarlo, pidiendo que adjuntasen una tarjeta para cambiarlo si no le quedaba o no le gustaban los colores. Salió de allí con el objetivo de volver lo más rápido posible a su casa, pero entonces la voz de la vendedora diciendo la palabra «hijo» empezó a repetirse con fuerza como un eco en su cabeza.

—No hay nada que me haría más feliz en el mundo que tener un hijo tuyo, Aleix.

La voz de Nuria apareció cálida y cercana en sus recuerdos, estaba allí aún ataviada con un vestido colorido y lleno de volados que había elegido simplemente porque era época del carnaval de Barranquilla y a ella le gustaba estar a tono con la ocasión. Hacía una hora le había comentado que muy pronto, su sueño de formar una familia juntos, al fin se materializaría. Aleix no podía con tanta alegría y tanta emoción, ya podía imaginar a una niña de cabellos cobrizos como los de su madre o a un chiquillo inquieto y revoltoso con sus ojos chispeantes corriendo alrededor de él. Sin embargo todo aquello había quedado lejos, muy lejos.

La gente pasaba a su lado y Aleix se sentía cada vez más confundido, los recuerdos de Nuria caminando enérgica —casi corriendo— por los pasillos de ese centro comercial, mientras lo llevaba de la mano —prácticamente estirándolo— para visitar tienda tras tienda, parecían materializarse ante sus ojos y por instantes perdía la consciencia de la realidad.

Sintió un golpe en su rodilla derecha y uno menos intenso en la izquierda y sintió que la vista se le nublaba.

—Señor, ¿está bien? —Nuria estaba allí, frente a él, mirándolo a los ojos y preguntándole si estaba bien… Pero, ¿por qué le decía «señor»?

—¿Nuria? ¿Eres tú? —preguntó mientras se fregaba los ojos para enfocar a la mujer que le hablaba a través de la bruma que obstaculizaba su vista.




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