Acompáñame a estar solo

Capítulo 8

Jade esperó que la respiración de Aleix se tranquilizara, lo observaba sin apremio, transmitiéndole calma y haciéndolo sentir seguro. Cuando lo notó más tranquilo, sacó de su bolso un pañuelo y se lo pasó por la frente, Aleix cerró los ojos y aspiró el aroma de vainilla que ya se le estaba volviendo adictivo.

—¿Te sientes mejor? —preguntó dibujando en su rostro una bella sonrisa, de repente Aleix se sintió como un niño.

—Sí, algo mejor… Disculpa —susurró arrepentido.

—¿Quieres que te acompañe a casa? —inquirió la muchacha.

—Debo volver a la oficina —respondió Aleix suspirando.

—Creo que lo mejor sería que te tomaras la tarde —aconsejó.

—No lo sé… —dudó—. Si tú te quedas conmigo —se animó a decir sin pensar. Jade sonrió.

—Me gustaría pero no puedo, me están por echar del trabajo y no es buena idea seguir ausentándome. Pero te puedo acompañar a casa… y esta tarde Vini va a dormir a la casa de un amigo nuevo que hizo en la escuela… lo tengo que acompañar. No es que me guste mucho la idea, pero entiendo que debe socializar —explicó.

—Y si, ¿vemos una película esta noche? —inquirió Aleix, Jade bajó la vista dudándolo, no era algo que solía hacer y estar sola con él en su casa, sin Vini en medio, se sentía extraño—. Si no quieres, no importa... —añadió al darse cuenta de lo que había dicho, ¿qué lo había llevado a invitarla?

—Solo… bueno… si no regreso tarde voy junto a ti —susurró.

Aleix no dijo nada e intentó incorporarse. Jade lo ayudó y salieron juntos del baño. Dos muchachas que esperaban afuera los miraron con desdén y una de ellas murmuró.

—Consíganse una habitación —Jade miró a Aleix y ambos se echaron a reír, la muchacha negó con la cabeza e ingresó al cuarto de baño. Salieron a la calle aun riendo divertidos.

—¿Hacia dónde queda tu oficina? —preguntó Jade—. ¿Necesitas que te acompañe?

—No queda lejos… pero… no acostumbro a andar mucho por aquí… es muy… concurrido —respondió avergonzado.

—Yo te acompaño, ¿caminamos? —preguntó ella y él sonrió. Era la primera vez en años que lo haría, que caminaría por un sitio diferente al que solía recorrer y en el cual se sentía relativamente seguro.

—Bien… —asintió, no es que tuviera demasiadas opciones pero al menos sentía que con ella no necesitaba fingir, de alguna manera u otra y sin preguntar nada, Jade aceptaba su extraño comportamiento.

Caminaron en silencio hasta que ya solo quedaban dos cuadras por llegar. No fue sencillo para Aleix, sobre todo cuando tuvieron que atravesar una calle con muchas tiendas y muchas personas caminando en las veredas. Jade lo tomó de la mano al darse cuenta de que se inquietaba, y Aleix, aunque al principio estuvo tentado a rechazarla, se sintió tan seguro que se sintió cómodo, ella no lo dejaría caer y simplemente se dejó ir, experimentando una sensación que hacía mucho no sentía: quietud en su interior, paz.

Una vez en frente, Jade sonrió.

—Llegamos, ¿estás bien? —preguntó sonriendo.

—Agorafobia —respondió él y ella frunció el ceño.

—¿Cómo? —inquirió.

—Es lo que tengo… y… es la primera vez que lo admito —susurró avergonzado bajando la vista. Jade sonrió.

—Yo tengo depresión… y también es la primera vez que lo admito —añadió, Aleix la observó y asintió.

—Vaya par que hacemos —sonrió con tristeza, Jade se encogió de hombros.

—¿Te gusta la pizza? —preguntó y Aleix frunció el ceño—. Puedo llevar una… de camino a casa hay una pizzería que tiene unas muy buenas y pensé que…

—Mejor que sean dos —dijo Aleix sonriendo. Jade asintió sintiéndose nerviosa.

—Bueno… nos vemos esta noche entonces —sonrió la chica saludando con la mano y despidiéndose con timidez.

Y por primera vez en mucho, mucho tiempo, ambos se sintieron felices, tranquilos, ligeros, como si el aire fresco finalmente empezara a ingresar a sus sistemas, como si una pequeña luz de esperanza se encendiera en su interior.

La tarde transcurrió tranquila para Aleix, y con la emoción que le sugería el encuentro de la noche más el nuevo negocio en puertas, de repente sintió que el futuro no se veía tan negro. Y al final de su jornada, cuando abrió el cajón de su escritorio para sacar un pendrive en el cual tenía que guardar una información, una foto de Nuria sonriendo lo miró directo a los ojos.

—¿Me juras que nuestro amor será eterno, Aleix? —preguntó la muchacha unos minutos después de haber despertado desnuda en sus brazos, había sido la primera vez que estaban juntos.

—Lo juro — susurró Aleix besándola en la frente.

Amaba esa sonrisa que le miraba detrás de aquel retrato, esos labios, esas facciones. Extrañaba acariciar su piel, sus cabellos, sus manos. Y no, no importaba que ya no estuviera allí, la seguiría amando por la eternidad. Cerró el cajón sintiendo que la engañaba, iba a ver una película con otra mujer, y esa sensación de traición se le clavó en el corazón.

Caminó con pesar hasta su casa, por primera vez no pensó en la gente que lo rodeaba ni apuró el paso ansioso para tratar de llegar a casa, se sentía culpable por haberla invitado, se sentía culpable por haberse sentido bien a su lado ese día, por haber pensado en ella como una… mujer, al verla el otro día cuando llegó a su casa y ella acababa de salir de la ducha.

Ya en su departamento se dio un baño, se puso algo cómodo y se dispuso a idear una manera de escabullirse de aquel compromiso para poder así recuperar la calma de su espíritu. Lo minutos se movieron lentamente mientras Aleix planeaba una excusa para que Jade no se quedara, tampoco quería lastimarla o hacerla sentir incómoda, había sido demasiado paciente ese día y si ella no hubiera estado allí, él hubiera tenido un ataque bastante vergonzoso.

Un rato después, cuando miró el reloj y se dio cuenta de que era bastante tarde, entendió que Jade no vendría, y suspiró aliviado. Se sirvió una copa de vino y se sentó a ver la televisión. Pero unos minutos después, el timbre de su habitación sonó y su corazón se detuvo. El timbre volvió a sonar y entonces Aleix se levantó para abrir y decirle a su vecina que estaba muy agotado y que mejor lo dejaran para otro día, pero cuando la vio tras esa puerta, con un vestido verde cayendo ligero sobre su cuerpo, el pelo recogido en un rodete informal, nada de maquillaje y un par de cajas de pizza en la mano… simplemente no pudo decirle nada más que:




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