Acompáñame a estar solo

Capítulo 9

Cuando los labios de Aleix se posaron de forma instintiva sobre los de Jade, ella emitió un suspiro. Era como si por un buen rato hubiera dejado de respirar ante la anticipación de saber lo que venía. Fueron unos instantes, quizás un par de segundos, los suficientes para despertar en ambos todas la terminaciones nerviosas que parecían haberse extinguido a lo largo de tantos años, pero también los necesarios para que la imagen de esos seres a quienes tanto habían amado en el pasado, se aparecieran en sus recuerdos, cargándolos de culpa y de frustración.

—No… no puedo —dijo Jade apartándose.

—Disculpa, yo… no sé qué me ha sucedido —respondió Aleix alterado.

—Mira, yo… no sé qué es lo que quieres, Aleix. Pero quiero dejar en claro que yo no soy esa clase de mujeres —zanjó Jade saliendo del departamento y cerrando la puerta tras ella. Se sentía enfadada, molesta no tanto con él, sino con ella misma, por haberse permitido llegar tan lejos.

Aleix se quedó allí, confundido, nervioso, entre emocionado y arrepentido, entre ansioso y preocupado, sopesando las palabras de la mujer que acababa de salir de su casa y sintiendo aún su dulce sabor en sus labios, ese aroma que se le había impregnado tanto que parecía funcionar como un sedante, como una droga.

Jade ingresó a su departamento y cerró la puerta a su espalda dejándose caer recostada en ella. Las lágrimas comenzaron a derramarse y observó su anillo, ese que aún circundaba su dedo y que la hacía sentir tan vil y traidora en ese mismo instante. Nunca le había engañado a Leandro, nunca jamás había pensado en otro hombre, ni cuando estaba vivo ni luego de su muerte. Se había prometido a sí misma guardarle fidelidad por el resto de su vida, sin embargo le había fallado. Y es que ese hombre le hacía sentir cosas que ni recordaba podía sentir, con su simple presencia la trasportaba, con su sonrisa le despertaba emociones, le generaba esperanza.

Ella era una mujer bella y llevaba muchos años negándose a miles de propuestas que le habían hecho desde compañeros de trabajo hasta hombres desconocidos, desde tomar un café hasta relaciones por dinero para ayudar a mantener a su hijo. Y a Jade le asqueaba todo aquello, desde los que parecían tener buenas intenciones, hasta los que querían aprovecharse de su situación para obtener sexo. Pero con Aleix era distinto, se sentía a gusto, no parecía necesitar ocultarle nada, él entendía su dolor y ella el suyo, y aunque también podría haber sido un invento del hombre solo para ganarse su confianza, no era eso lo que veía en sus ojos, no era eso lo que sentía a su lado.

Aleix era genuino, era un hombre con la misma carga de dolor y sufrimiento que ella, con la misma vida apagada, con los mismos fantasmas disfrazados de depresión o agorafobia, con los mismos sueños rotos, con la misma soledad… y eso era lo que más complicado lo hacía todo, que ella se sentía menos sola desde que él había aparecido en su vida.

La puerta sonó y ella se sacudió asustada, había perdido la noción del tiempo y del espacio pero apenas escuchó el sonido seco de alguien golpeando la madera, supo que se trataba de él, no había nadie más que pudiera ser. Se levantó entonces y se secó las lágrimas, iba a poner fin a esa situación en ese mismo instante.

Aleix estaba al otro lado de la puerta, todas las palabra que Jade pretendía gritarle se apagaron en su garganta cuando vio su rostro desencajado, aturdido, confuso.

—Yo… no quiero aprovecharme de ti —exclamó con sinceridad y simpleza, como si la simple idea de que ella pensara algo así le rompiera el alma.

—Pasa —dijo sin medir lo que hacía. Es que no podía dejarlo allí, no así, no tan indefenso, herido.

—Yo… no creo que seas  «esa» clase de mujeres, Jade. Ni siquiera… no sé qué demonios está sucediendo aquí —dijo señalándose a ambos.

—Olvidemos esto, Aleix, no quiero que suceda nada más —dijo Jade y el hombre asintió.

Entonces se quedaron allí, mirándose el uno al otro, ambos tan confundidos, tan invadidos por emociones que no entendían ni sabían manejar. Ella sintió ganas de llorar, y él de abrazarla, ella derramó las primeras lágrimas y él la rodeó con sus brazos.

Estuvieron así un buen rato, Jade pensando en lo bien que se sentía en sus brazos y en la libertad que experimentaba en ellos y él sintiendo que no quería dañarla, que haría lo que fuera para que no estuviera tan sola. No porque le tuviera compasión, sino porque sabía en carne propia lo doloroso que resultaba esa soledad. Y no se trataba de estar con alguien, no, iba mucho más allá de eso.

Sus sollozos se fueron calmando y  Jade se encontró escuchando con atención los agitados latidos del corazón de Aleix.

—Perdona —susurró en sus brazos, él la besó en la frente.

—Nada que perdonar —respondió con calma y esa fue la primera vez que su voz cargada con ese acento tan marcado, a Jade le sonó a música. Y se volvió a asustar, porque la música para ella era Leandro.

—Yo… —intentó alejarse pero solo mentalmente, pues su cuerpo pareció no recibir la orden. Seguía allí, aferrada a aquel hombre, a su aroma, a su piel.

—No digas nada, no pasa nada. —La tranquilizó. Y entonces ella levantó la vista para mirarlo.

De nuevo las chispas estallaron, las pieles hirvieron, sus miradas buscaron sus labios deseando más de lo que antes casi probaron. Y esta vez fue ella, se acercó y lo besó completando entonces lo que un poco antes dejaron inconcluso.

Aleix se sorprendió al principio, pero no tardó en seguirle. El beso no fue tierno en ningún momento, empezó fiero y fue subiendo de color y de intensidad con rapidez. Las lenguas de ambos se mezclaron con desesperación mientras ella enroscaba sus dedos en los cabellos de Aleix para no dejarlo escapar y este empezaba a pasear sus manos por la espalda de la mujer.

Y de pronto el ambiente fue tornándose candente y ambos apagaron sus pensamientos. Todo en lo que Aleix podía pensar era en ella y en el deseo que le quemaba la piel, todo en lo que Jade podía pensar era en él y en la necesidad que sentía de él. Y las ropas estorbaron mientras esas manos desesperadas por recorrerse y conocerse se abrían paso entre caricias y besos apasionados, desesperados.




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