Jade despertó encontrándose en los brazos tibios de Aleix y se sobresaltó, las imágenes de la noche anterior cayeron como agua helada sobre ella y de la misma manera la culpa embarró su corazón. La fotografía de Leandro observándola sonriente desde la esquina hizo que las lágrimas comenzaran a caer como un torrente y se levantó trastrabillando para ir hasta el sitio y tomarla en sus manos.
—Lo siento… Yo… lo siento —sollozó.
Aleix se despertó ante el sonido y los movimientos bruscos y vio a la mujer de espaldas a ese sitio que parecía un altar. Observó sus hombros subiendo y bajando mientras la escuchaba sollozar. Él también sintió culpa, cerró los ojos y la sonrisa de Nuria se dibujó clara en sus pensamientos, el aroma de su piel, la textura de sus cabellos. Nada en ella era similar a Jade, sin embargo y por más que la culpa por haber profanado la memoria de su mujer le apretara el alma; aun así no se arrepentía de lo que había sucedido.
—Jade… —La llamó y esta volteó limpiándose las lágrimas.
—Aleix, esto… ha sido un error —susurró.
—Lo sé —dijo él sin estar convencido pero sin ganas de discutir. Verla en ese estado no le agradaba y no quería que entrase de nuevo en una racha de depresión.
—Debes irte… Lo siento —añadió la mujer.
Aleix asintió y se levantó con lentitud, quería decirle que aunque se sintiera como un error, en el centro de su pecho no se arrepentía, quería explicarle que no lo tomara a mal, que nunca quiso aprovecharse de ella, quería decirle tantas cosas pero las palabras no salían y el corazón le palpitaba fuerte y nervioso.
Se retiró del departamento sin volver a mirarla, sintiéndose despreciable: no solo había sido infiel a la memoria de su esposa, sino que además, había lastimado el ya tan ajetreado corazón de una mujer que no lo merecía. Negó para sí, odiándose por ser tan vil, por haberse dejado dominar por esos instintos que hacía tanto tiempo había aprendido a manejar.
Se encerró en su departamento y se dio una ducha, mientras el agua tibia caía sobre su cuerpo solo podía recordar la arrebatadora escena vivida la noche anterior. El sabor de aquella mujer que lo había embrujado a tal punto de haberlo hecho olvidar aunque sea por unos instantes del dolor y de la soledad que venía experimentando desde hacía ya demasiado tiempo. La paz que experimentó durmiendo en sus brazos, una calma que hacía mucho no experimentaba, una sensación de seguridad y sosiego que le permitió dormir como hacía mucho no dormía. Quería ir hasta ella, abrazarla y decirle que todo iría bien, que él se sentía igual que ella, que lograrían superarlo juntos, que aunque ahora no tuviese respuesta alguna, la única certeza que tenía era que en sus brazos hallaba algo de paz… Pero no podía, no podía invadirla así, no podía obligarla a sentir algo que ella no sentía, para ella todo había sido un error.
Jade observó la puerta cerrarse tras del hombre con el que había pasado la noche. Las lágrimas cayeron con más fuerza cuando una sensación de pérdida la embargó. No quería que se fuera, pero no podía quedarse… No había sitio para él en esa casa, en su corazón, en su vida; y aunque fuera ella misma quien quisiera forzar un espacio para recibirlo, sentía que nada funcionaría. Ella ya no era ella misma, no desde que había perdido a Leandro, y no tenía nada que ofrecerle más que pedazos de lo que alguna vez fue, pedazos que no se unían entre sí, que eran inconsistentes como un rompecabezas al cual se le han extraviado piezas y ya no sirve.
Lo observó asentir que había sido un error cuando deseaba que él le discutiera, que le dijera que no era un error, que ella no era nada más alguien con quien decidió divertirse un rato, alguien a quien eligió para saciar su apetito, que él no la quería utilizar. Pero no lo hizo, para él había sido un error también, y aunque una parte de ella quería gritarle para que reaccionara, para que le dijera por qué sucedió todo aquello, ni siquiera ella tenía respuestas a esa pregunta. Ni siquiera ella sabía por qué sucedió aquello, por qué se dejó llevar por sus besos, sus caricias, el aroma y el sabor de su piel, por qué fundieron sus pieles de forma tan apasionada aquella noche.
Puede ser que fuera por la necesidad tan arrebatadora que ambos tenían de sentirse vivos, de experimentar el calor de la piel y el fluir de la sangre. Acarició el portarretratos sintiendo el frío del vidrio, delineó con su dedo índice la sonrisa de Leandro y pensó en lo irónico de aquello. Él estaba muerto, su corazón ya no latía, su sangre ya no fluía, su piel ya no era tibia ni tersa, y ella había muerto con él, y por más que respirara y sus funciones vitales dijeran que estaba con vida, ella no se sentía así, su corazón se había detenido con el de Leandro, su sangre se había atrofiado cuando la de él se detuvo y su alma se llevó a la suya, haciéndola sentir como un alma en pena, como un espíritu que había quedado atrapado en alguna especie de limbo donde no estaba ni viva ni muerta. Pero aquella noche, aquella noche se sintió viva, su piel se encendió y su sangre ardió tanto, su corazón aleteó con tal fuerza en su interior y luego… luego sintió calma cuando recostó su cabeza en el pecho de Aleix y se quedó dormida, dormida con tanta facilidad, sin ayuda de pastillas ni de tés naturales, ni de nada; solo con el calor de su piel como colchón, con el latido de su corazón como melodía rítmica que la calmaba. Y se sintió bien, y eso le hacía sentir peor.
Se quitó la ropa desesperadamente y corrió a la ducha, necesitaba sacar de su cuerpo los rastros del cuerpo de aquel hombre, sin embargo mientras se enjabonaba, su cerebro la llevó a pensarlo de nuevo, a imaginarse junto a él bajo la ducha, observándolo, besándolo, dejándose acariciar de nuevo. Suspiró sin poder evitar las lágrimas, el dolor y la confusión aprisionaban su alma y a pesar de todo, hacía mucho que no se sentía tan viva.
Aleix se vistió y se dispuso a desayunar, preparó jugo de naranja y cortó algo de fruta fresca, se sentó en la solitaria mesa redonda y pensó. Pensó en Jade y en qué estaría pensando, en qué harían ahora, en cómo la miraría desde ese momento, suspiró recordando en la belleza de la mujer que vivía solo a unos metros de su departamento mientras pensaba en qué es lo que estaría haciendo en ese momento, un par de veces se levantó de su asiento decidido a ir a hablar con ella pero no tuvo el coraje necesario y regresó antes de abrir la puerta. Y entonces un tímido golpe en la madera hizo que su corazón se alertara y empezara a galopar en su pecho, sabía que era ella, podía sentirlo.