Aquella noche, luego de que Vini se durmiera y lo llevaran a la habitación, Aleix y Jade volvieron a la sala a tomar una copa de vino. La mujer estaba mucho más tranquila y de alguna forma ese había sido el primer cumpleaños de Leandro que había logrado salir de la habitación.
En el silencio de la noche, Aleix abrazó a Jade y ella recostó su cabeza en su hombro, escondiendo la nariz en su cuello para poder aspirar ese aroma que le generaba tanta paz.
—Gracias por hoy —dijo en apenas un susurro.
—Gracias a ti por intentarlo —susurró Aleix y besó la frente de la mujer.
—Duele… duele mucho —musitó ella.
—Juro que lo sé —añadió él acariciando con ternura el hombro de Jade.
—Él era un buen hombre, Aleix, estábamos enamorados, desde siempre y para siempre. Lo nuestro no era real, no era de esta tierra. Cuando se enteró que estaba embarazada, él… amaba tanto a Vini, él eligió el nombre porque le encantaba un compositor brasilero, ¿sabes? Vinícius de Moraes… Cuando me lo planteó me negué, no me gustaba el nombre… pero entonces, él se fue y yo le puse el nombre que él quiso que nuestro hijo tuviera —comentó Jade en voz baja, parecía que recordaba en voz alta, Aleix la oyó sin decir nada—. Nos mudamos aquí con muchas ilusiones, teníamos tantos planes juntos… era solo por unos años, luego regresaríamos a casa, con nuestra familia y amigos. Leandro quería dedicarse a la música pero eso no nos daba dinero, soñaba con juntar un poco para luego poder cumplir sus sueños.
»El día que nació Vini, nada fue como planeamos… Lo habíamos ensayado tantas veces, estábamos tan ansiosos. Y cuando entré en trabajo de parto lo llamé… él estaba trabajando. Llovía, mucho… fuerte. Y él salió del trabajo y vino lo más rápido que podía. No quería perderse de nada, le había pedido muchas veces que estuviera conmigo en el parto. Me daba miedo, estaba sola, muy sola… Y él nunca llegó —susurró apenas.
—Es muy triste, Jade —dijo Aleix acariciando su brazo.
—Vini nació rápido, me lo pusieron en el pecho, yo estaba muy feliz… pero él no llegaba y yo… no entendía por qué. Me llevaron a una habitación y me quedé de nuevo sola. Lo llamaba y no atendía, era obvio que yo ya sabía que algo había sucedido… no había forma de que Leandro no viniera a ver a su hijo… algo debía haber sucedido. Una enfermera entró a revisarme y a ayudarme con Vini y se lo pregunté, me dijo que no sabía nada pero que intentaría averiguar, me preguntó si no había nadie más a quien podía llamar.
—Dios… —murmuró Aleix sintiendo la soledad de Jade en su relato.
—No tenía a nadie… En la tarde vino un doctor a informarme que habían hallado a Leandro… Me dijo que hubiera preferido no tener que decirme aquello pues acababa de parir, sin embargo Leandro no tenía en Colombia a nadie más que a mí. —Jade hizo silencio y Aleix la besó en la frente, sabía que iba a continuar pero no la apresuraría para que lo hiciera—. Me dijeron que había tenido un accidente y que había fallecido en el acto. Estaba desfigurado, ¿sabes? Ni siquiera había tenido oportunidad. No me dejaron verlo, fue su jefe quien reconoció el cadáver… Yo no pude despedirme… no me dejaron hacerlo, por más que lloré, por más que pedí.
—Jade… cuánto lo siento, cariño —dijo Aleix abrazándola más fuerte.
—Su jefe y compañeros de trabajo se encargaron de todo, el velorio, el entierro… Una enfermera se apiadó de mi tristeza y se ofreció a acompañarme al entierro al día siguiente. Yo había acabado de parir, y con mi bebé en brazos vi como enterraban a mi marido —sollozó—. Ni siquiera podía creer que fuera él quien estaba en ese cajón, no me dejaron verlo, no pude decirle adiós, él no pudo cargar a nuestro bebé, no pudo besarlo ni abrazarlo, Aleix… No pudimos cumplir nuestros sueños, nuestras promesas… Me quedé en Colombia porque no podía volver al Brasil, no porque su cuerpo está aquí y siento que si me voy lo abandono… y aquí no tengo a nadie…
—Me tienes a mí —susurró Aleix. Jade levantó la vista para verlo tras aquella afirmación, el hombre secó sus lágrimas con ternura y le dio un tierno beso en los labios.
—No quiero enamorarme de ti —murmuró Jade entre aquellos pequeños y castos besos que le prodigaban calor.
—Solo… no estás sola —insistió Aleix.
—No puedo deshacerme de nada, siento como que él no se fue de verdad… Lo sé, estoy loca, pero él solo… había ido a trabajar —añadió—. No quiero regalar sus cosas, no puedo cambiar nada en la casa porque… él… siento que puede volver, siento que le fallo si me deshago de sus cosas, siento que es injusto y…
—Pero, Jade… No es sano —murmuró Aleix interrumpiéndola—. Deberías trabajarlo en tu terapia…
—Es que… no quiero olvidarme de él, Aleix… no quiero que deje de formar parte de mi vida. Me asusta la idea de una vida sin él —añadió con tristeza.
—Hace nueve años que vives una vida sin él, Jade. Nunca lo olvidarás, es parte importante de tu vida y tienen un hijo, un niño en cuyos ojos lo verás siempre… pero él ya no está y tú sí. Nunca pensé estar diciendo esto porque yo… también he sufrido una pérdida y también me he cerrado al mundo, sin embargo te escucho y lo entiendo… debes dejarlo ir, Jade… debes soltar —murmuró pensando en sí mismo.
—No puedo… no quiero —dijo la mujer.
—Te entiendo, de verdad que sí —murmuró el hombre cerrando los ojos y recordando la tierna sonrisa de Nuria tan vívida en sus recuerdos. Recostó la cabeza por el respaldo del sofá y suspiró.
—Soy un desastre —dijo Jade con tristeza—. Y no sé cómo salir de esto… estoy tan sola.
—Tampoco sé cómo salir del círculo, no tengo respuestas, también sufro y extraño… y también estoy muy solo —afirmó y Jade lo miró. Acarició con ternura la mejilla del hombre que la contenía con tanta ternura desde hacía un tiempo, después de todo el único momento en que la soledad quedaba fuera era cuando ambos estaban juntos.
—Me tienes a mí —susurró. Aleix sonrió y abrió los ojos para verla.