Acompáñame a estar solo

Capítulo 20

Los días pasaban lento y relajados, entre paseos y playas, entre descanso y turismo. Se acostaban tarde, no porque salieran o hicieran vida nocturna —ya que tenían a Vinícius con ellos—, sino porque cuando el pequeño dormía ellos se pasaban largas horas hablando, de cualquier cosa, desde una conversación sencilla como alguna actividad compartida en el día, hasta charlas donde se contaban sobre sus vidas, sus familias, sus infancias, sus historias pasadas, aunque casi nuncao hablaban ni de Nuria ni de Leandro.

Durante las mañanas bajaban a desayunar juntos y luego a la playa o a pasear, por las tardes solían ir a hacer compras, visitar algún sitio o quedarse a disfrutar de los juegos y actividades que proponía el hotel.

Los tres estaban en una sola habitación, había dos camas grandes en una de las cuales dormía Vinícius con su madre y en la otra Aleix, aunque la verdad era que Jade se pasaba a su cama cuando el niño dormía.

Aquella última noche, Vinícius se durmió temprano, no eran ni las ocho cuando cayó rendido, había jugado mucho durante el día y estaba agotado. La habitación contaba con un pequeño balcón con vista al mar, el clima estaba perfecto, así que Aleix ordenó la cena en la habitación y ambos se sentaron allí a compartir la velada.

Al principio solo comieron y disfrutaron del ambiente, de la magia de estar de vacaciones y vivir aunque sea por unos días un mundo alternativo donde todo parecía perfecto y fantástico. Luego de la cena, se sentaron en un sillón para dos y desde allí, abrazados, observaron las estrellas.

—Gracias por este bello viaje —agradeció Jade.

—No hubiera sido tan genial si tú no hubieras venido —respondió Aleix.

—Han sido unos días tan… perfectos —suspiró Jade observando al cielo. Aleix solo asintió y quedaron de nuevo allí en silencio.

—Cuando mi abuelita murió, mi madre nos dijo que había ido al cielo —dijo Aleix luego de un rato—, recuerdo que yo era muy pequeño y me pasaba horas observando el cielo a ver si la veía. Un día mamá me preguntó qué estaba haciendo y le dije que buscaba a la abuela entre las nubes. Mi madre solo sonrió, pero esa misma noche, desde la ventana, me mostró una estrella y me dijo que allí vivía ahora la abuela. Yo le pregunté cómo lo sabía, ella me dijo que cuando la abuela vivía amaba mucho esa estrella y que solía decir que cuando muriera se alojaría en ella —sonrió e hizo una pausa—. Mi madre solía decirme que ella nos miraba y nos cuidaba desde allí.

—Es una historia muy tierna —dijo Jade sonriendo y plantando un tierno beso en el pecho de Aleix—. ¿Crees que aquellos que amamos y se fueron nos miran desde donde estén? —inquirió, Aleix se encogió de hombros.

—Me gustaría pensar que si es que existe una especie de «otra vida» y en verdad el alma no desaparece, aquellos que amamos siguen su vida más allá. Me parece un sinsentido que pasaran a otra dimensión y quedaran atados a esta —añadió y luego miró a Jade—. Como nosotros… que nos quedamos atados a ellos… —Suspiró.

—Háblame de ella —dijo entonces Jade.

—La conocí en la escuela primaria, me encandiló desde el inicio, nos hicimos mejores amigos. Yo era callado, tímido, algo retraído… ella era efervescencia pura —sonrió con melancolía—. Fue mi primer amor, la admiraba, quería estar cerca de ella todo el rato, quería que me irradiara con su luz. Ella se enamoró de mí también, nos pusimos de novios a los dieciséis años, jóvenes e inexpertos atravesamos una serie de aprendizajes. Tuvimos discusiones, nos llegamos a separar por casi un año entero, sin vernos ni hablarnos, salimos con otras personas… pero regresamos. No podíamos estar separados. Nuria era hija de madre colombiana y padre español, había nacido en España pero nunca había abandonado sus raíces latinas. Ella soñaba con venir a vivir aquí, formar su familia aquí… y yo le había prometido que iría a donde ella quisiera.

—Qué bello —dijo Jade mientras recorría con sus dedos el pecho de aquel hombre que hablaba mirando al cielo.

—Nos casamos y decidimos hacer un viaje por Latinoamérica antes de establecernos aquí. Iniciamos en el sur, en Argentina, fuimos a Chile, Brasil, Perú y entonces llegamos a Colombia. Estábamos emocionados por iniciar nuestra vida, habíamos ahorrado por mucho tiempo, alquilamos un pequeño cuarto, era de verdad pequeño pero para nosotros lo era todo —dijo con tono soñador—. Buscamos trabajo, lo conseguimos y fuimos creciendo. Entonces ella quedó embarazada, fue la mejor noticia que pude haber recibido en toda mi vida… —Recordó Aleix y sintió un enorme nudo formándosele en la garganta, tuvo que detenerse.

—Oh… Dios… —Jade lo abrazó con fuerza al sentir aquel dolor como suyo.

—Estaba hermosa, su vientre crecía, nos mudamos al departamento, imaginamos el cuarto del niño o de la niña… No queríamos que nos dijeran el sexo, queríamos que fuera sorpresa —susurró mientras una gruesa lágrima resbalaba por su mejilla—. Entonces fuimos a un concierto, un grupo que ella amaba, había mucha gente… Esa mañana ella se había quejado de algunas puntadas en el pecho, nada grave… pensó que era por el cansancio del embarazo. Recuerdo que le dije que no me parecía buena idea que nos quedáramos en el concierto, algo me hacía sentir incómodo, el calor era insoportable, los ruidos, las personas… no me parecía que estuviera allí en ese momento. Ella me dijo que estaba bien, que deseaba oír al grupo en vivo. Todo fue muy rápido, ella me dijo que fuera por agua pues le había dado mucha sed, cuando volví… estaba en el suelo y la gente se juntaba a su alrededor gritando y pidiendo que llamaran a la ambulancia.

—¿Qué sucedió? —preguntó Jade sin entender.

—Murió en la ambulancia, no tuvimos tiempo de llegar… el bebé tampoco lo logró, tenía solo 26 semanas.

—Pero…

—Disección espontánea de la arteria coronaria —recitó—. Una extraña forma de ataque al corazón que suele dar a personas jóvenes, mujeres en su mayoría, embarazadas o que acaban de parir. Algunos dicen que es hereditario, no lo sé… nunca lo sabré. Nuria se fue… y mi bebé también —dijo y dejó caer las lágrimas en silencio.




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