Acompáñame a estar solo

Capítulo 22

Lo que quedó del viaje fue hermoso para ambos, era como si estuvieran viviendo en un mundo alternativo donde el dolor y la tristeza habían pasado a segundo plano, donde de pronto se habían permitido olvidar el pasado, enterrar por unos instantes los recuerdos para así escapar de la culpa que aún no los abandonaba del todo.

Una vez de regreso, Jade se despidió de Aleix con un beso en los labios y un tímido «gracias por todo». Entró a su casa a desempacar y a tomar un baño para descansar un poco. Vinícius fue a su habitación a desempacar y a dormir un rato, Jade con una sonrisa en sus labios, ingresó al cuarto de baño y se relajó un rato en la bañera.

Mientras lo hacía, recordaba los ratos vividos en el viaje, recién había llegado pero sentía que ya lo extrañaba. Sonrió al recordar sus besos, sus palabras, sus abrazos, las noches de charla y risas. Salió de la ducha y se miró al espejo, de pronto no se reconocía, pasó la yema de sus dedos por su mejilla y observó su piel tersa y oscura. Las pequeñas bolsas bajo sus ojos habían desaparecido y encontró en su mirada negra un brillo que hacía mucho tiempo no veía. Era como si de pronto se reencontrara con una amiga a la que no había visto en mucho tiempo, sonrió. Estaba encontrándose con una Jade que era capaz de sonreír, que ya no parecía un alma en pena sino alguien con ganas de vivir, con ganas de soñar.

Definitivamente el amor era algo que hacía bien, hacía bien cuando volvía a introducirse en el sistema, cuando fluía por las venas y hacía latir el corazón. Llevó su mano a su pecho y sintió sus latidos acelerarse con solo pensar en Aleix, él le estaba devolviendo el aire a sus pulmones. Se sacó la toalla y comenzó a secar su cuerpo, recordando sus manos y su boca, sintiendo de nuevo el calor que experimentaba a su lado. Sonriendo, cómplice, atrevida, encendida, fue a su habitación para buscar algo cómodo para  tomar una pequeña siesta. Entonces abrió el armario, a la derecha estaban los sacos, las camisas, las corbatas de Leandro, tal cual como los había dejado tantos años atrás, como si de pronto fuera a regresar. La sonrisa se le borró de inmediato y todo el peso de la culpa recayó sobre ella.

Se acercó a las prendas y las acarició, una a una, hasta llegar a la camisa azul que ella le había regalado por su cumpleaños, el último que pasaron juntos. La sacó de la percha y se la llevó al rostro, la olfateó buscando rastros de aquel perfume tan peculiar que le pertenecía solo a él y que solía embriagarla por completo, pero no lo halló. No era más que tela, fría, lejana, ajena.

Dejó caer la toalla y se puso la camisa, prendió uno o dos botones mientras se dibujaba en su mente un recuerdo. Leandro entraba por la puerta de la habitación aflojándose la corbata y desprendiéndose la camisa. Estaba cansado, pero al verla recostada sobre la cama riendo por una comedia que veía en la tele, sonrió.

¿Cómo se ha portado el pequeño hoy? —inquirió acercándose y colocando una mano en su abultado abdomen.

—Bien, ¿cómo ha estado tu día? —respondió ella apagando la tele y haciéndose a un lado para que Leandro se acostara.

—Algo agitado —murmuró suspirando y cerrando los ojos mientras su mano seguía acariciando a su hijo—. A veces la vida se pone un poco complicada… las cosas no están fáciles en la empresa y han habido unos cuantos despidos, por suerte Felipe me ha asegurado que a mí no me tocarán el puesto, sabe que estás embarazada —sonrió suspirando.

—¿Estás seguro? Me asusta un poco todo lo que me cuentas —respondió Jade abrazándolo.

—No tienes que preocuparte por nada, tú solo tienes que ser feliz. Estamos esperando un bebé, Jade, es momento de ser felices, las cosas saldrán bien, ya verás. Los girasoles siempre miran al sol —sonrió.

En ese momento Jade cerró los ojos y se zambulló en el aroma de Leandro, en la textura de su piel y en el suave algodón de la camisa que traía. El muchacho comenzó a tararear una canción mientras acariciaba su espalda.

Tristeza não tem fim

Felicidade sim

Jade sintió que los párpados le pesaban y pronto comenzó a sentir que su cuerpo era envuelto por la calma que siempre le brindaba la voz de su marido.

A felicidade é como a pluma

Que o vento vai levando pelo are

Voa tão leve

Mas tem a vida breve

De pronto sintió sus manos recorriendo su abdomen, subiendo lentamente a sus pechos, con la suavidad de una pluma, mientras le seguía cantando al oído.

Precisa que haja vento sem parar

A minha felicidade está sonhando

Nos olhos da minha namorada

É como esta noite, passando, passando

Sintió sus labios calientes respirando sobre los suyos, esbozando esas palabras en aquel idioma dulce mientras entre espacio y espacio le robaba un beso.

Em busca da madrugada

Falem baixo, por favor

Pra que ela acorde alegre com o dia

Oferecendo beijos de amor

Y ella abrió los ojos, lentamente para verlo, para perderse en la mirada oscura y el cabello riso del amor de su vida. Entonces sus ojos se fueron convirtiendo en los de Aleix, su piel ya no era oscura sino blanca, su cabello mucho más lacio y suave.

—¿Aleix? ¿Eres tú? —preguntó con miedo. El hombre sonrió acariciando su cabello y besándola con fervor. La voz de Leandro seguía allí, de fondo, recitando aquellos versos melancólicos.




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