Aquella tarde, cuando Vinícius regresó de clases, se encontró a su madre y a Marcela trabajando en la habitación de la primera. Le pareció que su madre estaba guardando ropa en unas bolsas negras y de inmediato entendió que se trataba de las cosas de su padre. No dijo nada, se sentó en la cama y observó a las mujeres trabajar.
Ninguna hablaba, pero podía sentirse la tensión en el ambiente. Los ojos de su madre estaban rojos y él podía verla limpiárselo entre un movimiento y otro, estaba sollozando, y Marcela fingía no darse cuenta. De pronto se encontró con una corbata de color vino que tenía dibujos de pequeñas aves de color negro, aquello terminó de quebrarla. Se dejó caer en el piso y comenzó a llorar. Marcela se agachó para abrazarla y consolarla.
—Puedes conservar eso —dijo la mujer.
—No sé si quiero hacerlo. Esta corbata es muy especial, ¿sabes?, él decía que era su corbata de la suerte, se la ponía siempre que creía que necesitaría de ella —sonrió con tristeza—. Yo la odiaba —murmuró.
—¿Qué tal si dejamos esto por un rato y vamos a preparar un café? —preguntó Marcela y Jade asintió. Las dos mujeres salieron de la habitación dejando la corbata sobre la cama—. Vini, ven que te prepararé algo —dijo Marcela ya camino a la cocina.
Vinícius asintió y esperó a que salieran, entonces se acercó a la corbata y la tomó en sus manos. Se la llevó al olfato para ver si quedaba en ella algún rastro del aroma de su progenitor, pero nada, solo olía a ropa limpia y guardada. Abrió la mochila de la escuela, que aún tenía en sus manos y la guardó, entonces salió tras las mujeres.
Observó a Marcela acercarle una taza con café a su madre y luego invitarle una leche chocolatada, agradeció y luego de bebérsela rápidamente, pidió permiso para ir con Aleix. Jade asintió, no le gustaba que el chico la viera de esa manera y aún le quedaba mucho por hacer. Estaba conteniéndose, no estaba siendo fácil, pero a cada paso que lograba dar, se sentía un poco más libre. Marcela era una buena amiga.
El pequeño ingresó a la casa del español y este lo recibió con un abrazo. Inmediatamente le mostró un afiche con la fecha del concierto de guitarra y le dijo que debían hablar al respecto.
—Tenemos que decírselo a tu madre, Vini —zanjó y el chico frunció los labios.
—No creo que hoy sea un buen momento, ella y Marcela están guardando las cosas de papá —dijo y Aleix asintió. Lo sabía porque había querido verla un rato antes y su amiga, que le había atendido la puerta, le explicó lo que hacían.
—¿Cómo está? —inquirió.
—Bien, pero cuando vio la corbata de la suerte de papá se puso mal —comentó el niño bajando la vista—. ¿Crees que lo olvidará si regala toda su ropa?
—Claro que no, Vini. Nunca lo olvidará, fue su gran amor —sonrió el hombre acercándose al chico y tomándole de la mano.
—¿Y tú? —preguntó—. ¿Tú eres su nuevo amor? —inquirió.
—Tu madre es muy importante para mí, tú también lo eres. No sé bien qué es lo que soy en su vida, pero espero llegar a serlo —añadió.
—¿Crees que podrías… acompañarme a la escuela el sábado de tarde? —preguntó Vini cambiando de tema y Aleix sonrió con sorpresa.
—¿Y eso?
—Es que hay un partido de padres e hijos… Se armarán equipos y jugaremos, se hace cada año, yo no suelo ir —dijo e hizo un silencio, luego miró al hombre—. Pensé que este año podría ir… si tú quieres acompañarme, claro —añadió.
—No soy muy bueno jugando, pero claro que iré —sonrió Aleix abrazando a Vini—. Gracias por tenerme en cuenta.
—Pero… habrá bastante gente, ¿crees que estarás bien? No tienes que hacerlo si no deseas…
—Quiero hacerlo, Vini.
—¿Por qué te da miedo la gente, Aleix? —preguntó entonces el niño.
—No lo sé muy bien, pero cuando Nuria falleció, había tantas personas alrededor que sentí que nunca podría llegar a ella, estábamos en un concierto y desde ese momento, ir a lugares que me recuerdan aquello, me hace sentir mal. ¿Sabes? ¿Sueles tener pesadillas?
—Sí… A veces sueño que un monstruo sale de debajo de mi cama, o incluso que algo le sucede a mamá y me quedo solo en el mundo…
—Las pesadillas son muy feas, ¿no? Yo suelo soñar que entro a un sitio donde hay tantas personas que no puedo respirar, siento que me falta el aire y que me estoy muriendo, pero nadie lo ve, nadie hace nada por mí y me entra miedo —añadió Aleix.
—La profesora de deportes del colegio dice que el miedo no es malo, que lo malo es dejarnos vencer por él.
—Esa profesora es muy inteligente —sonrió Aleix.
—El partido del sábado será en un lugar abierto, quizás eso te ayude. Te prometo que si te sientes mal podremos irnos —dijo el niño y Aleix se enterneció.
—Yo te prometo que nunca estarás solo, Vini…
El chico abrazó a Aleix y luego decidieron ver juntos una película de dibujos animados.
Mientras tanto, Jade y Marcela llegaban al final del trabajo. La mujer guardaba las bolsas en su vehículo prometiendo que llevaría todo a donación, Jade se preguntaba dónde había quedado la corbata, pero no tenía caso, era mejor así. Sin embargo, dejó algunos recuerdos que guardaría por siempre y otras cosas que le gustaría darle a su hijo cuando fuera mayor.
Una vez que la mujer se marchó, no sin antes darle un fuerte abrazo a su amiga y decirle que había hecho lo correcto, Jade ingresó a su hogar y se sentó en el sofá de la sala. A pesar de todo lo que había llorado esa tarde, de alguna manera el aire se sentía más liviano. Una pizca de culpa inundó su interior al pensar que deshacerse de las cosas de Leandro le daba libertad, sin embargo, recordó las palabras de Marcela un rato antes: «No se trata de que te sientas más libre porque te deshaces de sus pertenencias, no te estás deshaciendo de él, sino de sus cosas. Las cosas no son más que eso, cosas, y el valor que tienen es el que nosotros le damos. De qué sirve toda esta ropa si ya no hay nadie que las use. Estas cosas solo te atan a un pasado que no volverá, tus recuerdos permanecerán siempre allí, con estas cosas o sin ellas.»