Aquella noche, Jade se acostó inquieta, su barriga estaba enorme y le costaba mucho respirar. Aleix había llegado de trabajar y había preparado la cena, le había hecho masajes en los hinchados pies mientras Vinícius le cantaba una canción que había escrito para ella.
—Tengo miedo —dijo cuándo las luces ya se habían apagado y Aleix pensaba que ya dormía.
—¿Por? ¿Pasa algo? —inquirió el hombre.
—Siento que se aproxima el parto y… por favor, mañana no vayas a trabajar —rogó.
—Jade… no puedo faltar todos los días —respondió el hombre besándolo en la frente—. Sabes que cuando sea el momento del parto, si yo no estoy a tu lado, iré junto a ti. Llegaré, lo verás —prometió. Ella no respondió.
Aleix le acarició la espalda para que se relajara y sintió la respiración de su mujer hacerse más profunda.
Esa noche, Jade tuvo un sueño, estaba caminando por un prado, el lugar no le era desconocido, ya había estado allí una vez. Había girasoles, enormes girasoles, ella caminaba de la mano de alguien y un niño correteaba a su alrededor. Entendió enseguida que el niño era Vinícius, estaba corriendo entre las flores y reía. Su risa sonaba como si fuera música.
—¿Has visto esa ave, mamá? —inquirió el niño entre sus carreras.
—¿Cuál, hijo? —preguntó ella sonriendo, fue allí cuando se dio cuenta que caminar le fatigaba bastante, se llevó la mano al abdomen y lo sintió abultado, estaba embarazada de Selene.
—Aquella, mamá, ¿escuchas su canto? —preguntó el niño—. Vinícius hablaba en portugués y ella le respondía en el mismo idioma.
—No, hijo, no lo escucho —respondió.
—Mira, detente —dijo el niño y ella se detuvo, la persona que iba a su lado también lo hizo.
—¿Qué sucede? —preguntó Jade y entonces el niño imitó un sonido.
Una voz conocida susurró en su oído como si estuviera a su lado, pero no había nadie, no a ese lado. Era solo el viento hablándole a Jade:
—Existe una leyenda en la zona donde nací, habla de un indígena que era muy guapo y que era admirado por todas las mujeres de su tribu. Este hombre muere en una batalla a muy temprana edad y las mujeres de la tribu lloraron tanto su partida, que sus lamentos fueron escuchados por Dios, que transformó el alma del guerrero en una hermosa ave, que como aquel joven, es difícil de encontrar, pero que llena con su canto el espíritu de quienes los escuchan. Dicen que escuchar su canto trae suerte a las personas, a los hombres les significa prosperidad y a las mujeres, que encontrarán el amor. El caso es que yo comencé a cantar desde muy pequeño, y mi madre decía que era afortunada pues el mismísimo Uirapurú vivía en su casa, así crecí con ese apodo… ya ves.
Vinícius volvió a imitar el canto de aquella ave y esta vez Jade lo reconoció de inmediato.
—Uirapurú —dijo ella y él niño sonrió.
—Es el uirapurú, mami, el ave del que me hablaste, mira —exclamó el pequeño y un pequeño ave de alas negras y cresta rojiza se posó en sus dedos cantando. Entonces el ave levantó el vuelo y revoloteó alrededor de Jade mientras emitía el mismo sonido una y otra vez, ese canto tan dulce y mágico que parecía lejano—. Dijiste que escucharlo daba suerte —insistió Vinícius y comenzó a corretear de nuevo.
Jade sollozó, mientras su corazón se hinchaba de emoción. Vio a su hijo corretear y al ave revolotear alrededor del niño, entonces lo vio partir, perderse en el horizonte y volar hacia el sol. Todas las flores parecían mirarlo, todos los girasoles le decían adiós.
—Las cosas saldrán bien, ya verás, los girasoles siempre miran al sol…
El viento le volvió a susurrar esas palabras y entonces la persona que iba a su lado la abrazó. Ella lo reconoció, no era Leandro, era Aleix. El hombre de aquel sueño era Aleix.
De pronto una humedad se le filtró entre las piernas, Jade despertó y un temor inundó su corazón, el mismo sueño, la misma humedad, todo volvía a suceder. Asustada se levantó y observó por la ventana. No llovía, el sol estaba despuntando en el horizonte y las aves comenzaban a trinar, como si aún estuviera soñando volvió a escuchar aquel sonido, aquel canto tan especial. Pensó que estaba loca, que aquello no podía ser, sin embargo volvió a cantar llenando de calma su corazón.
—¿Estás bien, amor? —preguntó Aleix despertando y viéndola allí observando el firmamento.
—Selene ya va a nacer —dijo la mujer—. He roto fuentes —agregó tranquila.
Aleix se levantó de un salto, dio unos pasos sin saber qué hacer, se acercó a ella y la observó.
—Vamos, es hora de ir al hospital —comentó tratando de mantener la calma. Su mujer estaba extraña y él sabía que aquello era difícil para ella, pero también a él la ansiedad lo consumía.
—Vamos, Aleix, ya la quiero conocer —sonrió entonces y lo abrazó—. Te amo, sé que todo saldrá bien —añadió y él la besó en la frente.
—Lo sé —respondió envolviéndola en los brazos—. Lo sé.
El lejano sonido de un ave extraña y ajena a aquella región volvió a sonar a la distancia, Jade sonrió y Aleix la besó. Ambos dejaron reposar al tiempo por unos segundos, solo sintiéndose, solo abrazándose, dispuestos a recibir al futuro entre los brazos, dispuestos a enfrentar las pruebas que el mundo les presentara, porque ya no estaban solos, porque aunque algunas personas dijeran que solos nacemos y solos morimos, ellos pasarían juntos el resto de sus vidas, haciendo más ligera aquella soledad.