Las oficinas administrativas y los estudios de grabación de Recordline Inc., estaban ubicados en un enorme edificio en el centro de Londres, y en aquel momento un grupo de cinco chicos abandonaba una de las oficinas.
Al minuto siguiente todos habían estallado en ruidosas carcajadas y estaban abrazándose haciendo que la secretaria alejase los ojos de su ordenador y los mirase con curiosidad. Ella estaba acostumbrada a ver desfilar por allí a una gran cantidad de jóvenes llevando a cuestas sus sueños como única carta de presentación, pero eran pocos los que conseguían el respaldo de aquella exclusiva casa de grabación, de manera que si bien era frecuente ver salir de aquella oficina a músicos consagrados, no lo era tanto ver a ilustres desconocidos salir tan obviamente satisfechos.
Aquella chica sabía también que su jefe tenía fama de haber sido uno de los más exitosos lanzadores de nuevos talentos, pero era algo que hacía muchísimo tiempo no sucedía, ya que Steven Cartwright se había dedicado a producir y promocionar a los mencionados talentos ya muy conocidos en el mundo del espectáculo, de manera que en el ambiente se decía que había perdido su ojo y que su habilidad para descubrir estrellas en potencia había pasado a la historia.
Por todo lo anterior era que su secretaria estaba mirando con curiosidad a aquellos niños, calificándolos así, porque difícilmente el mayor superase los veinte años y en realidad tenía toda la razón, ya que todos estaban por debajo de eso.
La chica tuvo la impresión de que ninguno de aquellos niños era inglés, aunque tenían un acento impecable, así que volvió a revisar la agenda de su jefe.
Miércoles 16:30 - Zora
Leyó, pero el nombre de la agrupación no le decía nada y se preguntó si su jefe había decidido arriesgarse como en los viejos tiempos, pero si era así ya se enteraría y decidió olvidar el asunto.
Eran las 20:30 cuando se abrieron las puertas del pub y apenas los chicos entraron en carrera y sacudiéndose las gotas de lluvia, se hizo un pesado silencio y todas las miradas parecieron converger en ellos.
El escándalo que se desató a continuación fue épico, cayeron sillas, vasos y volcaron algunas mesas en su precipitación por correr hacia ellos. Después que fueron abrazados, besados y golpeados, parecieron recuperar la calma y la cordura.
Finalmente se sentaron y los muchachos fueron exhaustivamente interrogados por sus amigos acerca de la entrevista y de los planes futuros mientras consumían su primera ronda de tragos. Aquel era un lugar que ellos habían descubierto poco después de haber entrado a la universidad, y era el único cuyo dueño hacía caso omiso a las leyes y no se ponía payaso con el asunto de las bebidas, aunque sí tenía un límite que ellos se esforzaban por respetar y así no perder el derecho a invadir el local cada vez que se les antojaba, y de hecho Edward’s era prácticamente su segunda casa, ya que si no estaban en clases estaban allí y en conjunto pasaban más tiempo ahí que en sus hogares.
Ed Mitchell y su esposa Martha, no solo atendían el pub, sino que se ocupaban también de las almas de aquellos muchachitos, ya que no habiendo tenido hijos, los veían a ellos como suyos. Los escuchaban cuando tenían problemas, los consolaban si el asunto era del corazón, los alimentaban cuando no tenían para comer, los dejaban en paz si estaban estudiando para algún examen y los reñían cuando hacían algún disparate. De modo que aquella era una pequeña familia adicional que tenían los chicos a la que acudían tanto los que tenían a los suyos allí como los que los tenían lejos.
En ese momento Martha los estaba mirando con algo cercano a la conmiseración y Ed arrugó el entrecejo.
Editado: 21.09.2021