En una oficina del piso 35 en su lujosísimo centro empresarial de Dubai, Dèjan Zazvic había girado su sillón dando la espalda a la puerta y mirando al exterior que desde su inmejorable posición ofrecía un hermoso espectáculo a la vista. Sin embargo, él no estaba prestándole atención a eso, sino que repasaba mentalmente el resultado de la última reunión.
El conglomerado empresarial de los Zazvic había crecido y se había multiplicado gracias a la astucia y sagacidad de Dèjan. Su fortuna original provenía de la industria agrícola y de los astilleros, pero después de la debacle económica sufrida con motivo del conflicto armado en el que se vio envuelta su nación, los Zazvic sufrieron un pronunciado revés como casi todo el mundo. Sin embargo, Dèjan había sido dotado de una inteligencia superior, y después de su propia tragedia personal, aquel sujeto pareció perder el corazón y se convirtió en una máquina de hacer dinero. Sus métodos no siempre eran los más limpios, pero sin duda sí los más efectivos, y aunque inicialmente su padre no estuvo de acuerdo con muchas de sus propuestas y siendo que Dèjan parecía harto de todo, mandó a su padre a paseo y se dedicó a hacer las cosas a su modo, con la resultante de que a la fecha era uno de lo hombres más poderoso y groseramente rico del mundo. Sus negocios iban desde los astilleros familiares que ahora eran un emporio naviero, hasta editoriales pasando por la industria textil, automotriz y alimentaria.
Si bien era cierto que Dèjan había corrido numerosos riesgos financieros en el peligroso juego del mercado de valores, no en vano tenía una maestría en finanzas y esto le había reportado cuantiosas ganancias. Otra de las diversiones de Dèjan era destruir empresas, nadie sabía muy bien, salvo quizá su primo Ioan, cómo se las arreglaba para escoger, pero lo cierto era que cuando se decidía por alguna, en breve la ahogaba hasta obligarlos a vender antes de irse a la quiebra y después podía optar por despedazarla consiguiendo indecentes ganancias por cada uno de los pedazos, o bien sacarla a flote con el mismo nivel de éxito, pero esta decisión tampoco nadie sabía a qué obedecía o si existía alguna regla que las rigiese.
Dèjan no era especialmente sociable, pero alternaba en las altas esferas de poder, y así como hoy podía estar cenando con un emir o con el presidente de alguna nación y mañana almorzando con algún intelectual o estrella de cine, igualmente podía darse el lujo de declinar cualquiera de las invitaciones que se le hiciese sin que esto lo afectase en lo más mínimo.
Nadie sabía muy bien cómo calificarlo y eran menos los que podían decir que lo conocían, pero en cualquier caso tampoco nadie se atrevía a decir nada desagradable, aunque ciertamente podía serlo y mucho, pero habían aprendido por el camino difícil que aquella era una mala política, ya que cuando un rotativo publicó en su editorial una nota calificándolo de joven irresponsable a quien su padre permitía jugar y arriesgar la fortuna familiar en negocios de dudosa transparencia, el mencionado medio informativo no sobrevivió más allá de dos meses y más de la mitad de ese tiempo se vio inmerso en un horroroso pleito judicial, de manera que nadie se peleaba por darle cacería a Dèjan para averiguar qué hacía o a dónde iba, o al menos no lo hcían de forma notoria, porque tenían muy claro lo que eso podía costarles. Eventualmente aparecía en las listas de industriales poderosos, o en la de los hombres más ricos, pero jamás concedía entrevistas ni siquiera a los diarios de su propiedad.
La última persona que había intentado entrevistarlo con motivo de una investigación acerca de lo hombres que habían hecho más dinero a corta edad y cómo lo habían hecho, él había ordenado a su asistente enviar una nota de vuelta diciendo que eso no era asunto de nadie, pero eso no pareció persuadir al insistente periodista que se dedicó a intentar averiguarlo por otros medios. Sin embargo, el mencionado artículo jamás vio la luz, porque su autor murió en un trágico accidente automovilístico, y a pesar de que había sido un accidente, en los medios se murmuraba que aquello era obra de Dèjan Zazvic, aunque nadie lo decía en voz alta debido a otra teoría muy popular entre los que habían hecho de Dèjan su pasatiempo secreto, que era la de que estaba asociado a la mafia rusa y que esa era la razón de que fuese intocable.
El asunto era que todo este conjunto de hechos, verdades a medias y mentiras descaradas, lo habían convertido en un personaje tremendamente controversial para los medios de comunicación y en una leyenda entre los hombres de negocios de todo el mundo, ya que había alcanzado la notoriedad y el indiscutido éxito financiero antes de cumplir treinta años.
Dèjan cerró los ojos y recostó la cabeza en el sillón, pero unos momentos después escuchó que se abría la puerta.
Dèjan giró el sillón y abrió los ojos fijándolos en Ioan.
Editado: 21.09.2021