Acordes del Corazón (libro 1. зоrа)

Cap. 20 Conmovido

Mihailo era un joven de diecisiete años de estatura más bien escasa para su edad, tenía el cabello castaño y los ojos grises. Mihailo había nacido en Bosnia, pero no tenía ningún recuerdo de su patria, ya que había sido uno de los niños que había quedado sin familia y posteriormente adoptado por una pareja británica. No obstante, y si bien parecía que la suerte le había sonreído después del tan trágico inicio de su vida, ésta parecía marcada por la desgracia, ya que antes de cumplir los cuatro años sus padres adoptivos habían perecido en un accidente aéreo. Los Hayden tenían tres hijos mucho mayores que Mihailo que nunca estuvieron de acuerdo en que sus padres adoptasen al niño, de modo que al morir éstos, sus hermanos se fueron derechos a la seguridad social y adujeron que no podían hacerse cargo del niño y este pasó a la custodia del estado.

Como la mayoría de las parejas que buscaban niños para adoptar, los querían de preferencia bebés, Mihailo pasó la primera etapa de la infancia en aquel retén.

  • ¡Mihailo!  --  escuchó que le gritaban
  • ¿Qué sucede, Jesse?  --  dijo volviéndose
  • Despierta hombre  --  le dijo su compañero

Mihailo tenía la odiosa costumbre, según Jesse, de dormirse con los ojos abiertos, pero en realidad cuando se quedaba así era que estaba pensando o recordando algo.

  • Estoy despierto
  • Entonces sería bueno que te movieras, el jefe puede llegar en cualquier momento
  • Ya casi termino  --  dijo él

Aquel par de chicos llevaba alrededor de dos años lavando coches en el lugar más improbable del mundo, ya que lo hacían en el aparcamiento del edificio principal del Corporación Zazvic en Londres.

Jesse era el único amigo que Mihailo había hecho en el retén, y cuando había decidido que quería abandonar aquel lugar, había arrastrado a Jesse con él, para ese entonces Mihailo estaba por cumplir trece años y Jesse diez. Con una combinación de astucia y buena suerte lo habían logrado, pero una vez fuera, las cosas se les complicaron, porque dos niños solos en la calle y sin un centavo, no era la mejor de las situaciones. Como inicialmente tenían miedo de ser buscados y devueltos al retén, se movían con mucha precaución y apenas veían un policía se escondían. Evidentemente carecían de todo empezando por un techo, pero lo más apremiante era la comida, de modo que cuando Jesse había dicho que tenía hambre, él comenzó a preocuparse, no solo por el hecho en sí, sino porque se sentía responsable al haber arrastrado a Jesse con él. No obstante, se las había arreglado para conseguir algo de comer y así fueron sobreviviendo, a veces pedían comida y otras la robaban. Cuando llegó el invierno, Mihailo pasó el mayor susto de su vida y estuvo a punto de regresarse al retén, ya que debido a las bajas temperaturas y siendo que no tenían dónde guarecerse, Jesse había enfermado. Sin embargo, encontraron un almacén abandonado que si bien no ofrecía mucha comodidad ni calor, al menos tenían un techo sobre sus cabezas.

Mihailo buscó trozos de madera, periódicos y todo aquello que pudiese servirle para hacer fuego y calentar a Jesse, pero si bien había conseguido eso, seguía muy angustiado, porque la fiebre y la tos no se le pasaban al chico, así que había salido y apelando a la misericordia de la gente, consiguió algunos medicamentos y comida.

  • Jesse  --  lo había llamado cuando vio que llevaba mucho tiempo dormido y con el temor de que no despertase, pero el pequeño abrió los ojos  --  Creo que es mejor que regresemos
  • No  --  había dicho el más chico  --  y prométeme que si… bueno si yo…
  • ¡No lo digas!
  • Sabemos que puede suceder, así que prométeme que no vas a regresar nunca a ese lugar
  • Jesse…
  • Solo promételo, Mihailo
  • De acuerdo, te prometo que no regresaré

Jesse sabía lo mucho que su amigo había querido abandonar aquel asqueroso lugar, y aunque lo habían pasado mal durante aquellos meses, él estaba dispuesto a hacer lo que fuese necesario para que su amigo no volviese. Desde un inicio Mihailo había protegido a Jesse y en más de una ocasión se había peleado con los más grandes para que no lo lastimaran, así que Jesse haría cualquier cosa por Mihailo.

Aquellos fueron los días más aterradores para Mihailo, sin embargo, el pequeño Jesse lo había logrado y había sobrevivido. Los niños continuaron con sus vidas como habían podido, aunque Mihailo siempre estuvo preocupado por la precaria salud que parecía tener Jesse, algo que se reflejaba en su delgadez y en su escaso tamaño, pero habría sido muy improbable que viviendo como lo hacían fuese posible que el chico se mostrase muy saludable.

Cuando fueron un poco mayores, Mihailo tomó una decisión algo arriesgada. Él había notado que a veces las personas dejaban sus coches abiertos, de modo que comenzó a sustraer cualquier cosa que pudiesen dejar en ellos. Si eran prendas de vestir como abrigos o guantes, se los quedaban, pero si eran otras cosas como bolsos, paraguas o cualquier otra cosa, buscaban venderlas y siempre había alguien que las comprase. No obstante, de eso pasó a robar cosas del vehículo en sí, como los estéreos, los espejos y cualquier otro asunto susceptible a ser sustraído.

Un par de años atrás, se encontraban merodeando por una calle donde había muchos edificios que parecían de oficinas, aquella no era una zona que frecuentasen, pero en vista de la necesidad y del hambre, se habían arriesgado. Mihailo vio un coche cuyo conductor había frenado bruscamente y dejándolo hasta mal estacionado se había bajado corriendo y sin siquiera preocuparse de cerrar la puerta. Mihailo y Jesse vieron en ambas direcciones de la calle y como no avistaron ningún policía, decidieron echar un vistazo con la mala suerte, o al menos eso pensaron en ese momento, de que un individuo los había visto. Sin embargo, los chicos habían comenzado a correr, pero el sujeto le dio alcance a Jesse aferrándolo por la borde de la chaqueta.

  • ¡Suél… ta… me!  --  se debatía Jesse, pero estaba lejos de conseguirlo
  • De ninguna manera  --  había dicho el hombre




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