Dèjan se había despertado muy temprano y lo primero que le vino a la mente fue la imagen de Jesse y sonrió, pues al finalizar aquel día, ella ya sería su esposa, de modo que se levantó y después de darse un baño, se miró al espejo, pero decidió dejar el afeitado para más tarde. Le dio los buenos días a Pitja, se tomó el café y escuchó lo mismo que había estado escuchando los últimos días.
Dèjan rio, le dio un apresurado beso y salió dejando a Pitja con una sonrisa de felicidad y como había dicho, agradeciendo a Dios por haberle concedido al fin, la felicidad a su niño.
Dèjan bajó al estudio, encendió el ordenador y buscó el archivo donde había guardado la foto de Nadja. La estuvo contemplando un rato para convencerse de que en verdad el dolor ya no estaba. Hacía ya un tiempo atrás, una noche en la que miraba su imagen, en un momento determinado notó que si bien la estaba mirando, ni estaba pensando en ella, ni estaba sintiendo aquel dolor lacerante que había estado destruyéndolo durante los últimos veinte años de su vida, de modo que ese día decidió cambiar el fondo de pantalla y guardar aquella fotografía, y para su sorpresa, aunque no lo notaría de forma inmediata, no extrañó no verla a diario al encender el ordenador. En varias ocasiones abrió el archivo, pero no se sintió miserable en ninguna de ellas. De lo que no había sido consciente, era que Nadja había comenzado a desvanecerse cuando Jesse había comenzado a ocupar cada vez más espacio, primero en su mente y después en su maltratado corazón.
Apagó el cigarrillo que casi no había consumido y se puso de pie, pero en ese momento notó que tenía un silencioso acompañante.
Un momento antes, y apenas Dèjan había entrado al estudio, Ioan lo había hecho tras él, pero al verle aquella expresión tan Nadja, salió a toda prisa y él compuso una de preocupación, pensando que tal vez siempre había tenido razón y Nadja nunca soltaría a Dèjan a pesar de que llevaba casi veinte años muerta, y por ese mismo camino, que el matrimonio que se efectuaba ese día estaba sentenciado al fracaso.
Como Dàmir era hijo del supuesto necesitado de soledad, no se dio por satisfecho con una razón que no lo era por ninguna parte, de modo que entró asegurándose de hacerlo con discreción. En ese momento Dèjan estaba encendiendo un cigarrillo, y Dàmir se movió con sigilo, pegado a la pared hasta llegar al librero al que Dèjan daba la espalda. No obstante, cuando vio la fotografía de su madre, le dolió el corazón, porque aquella era la única foto que su padre parecía haber conservado de Nadja y la que a pesar de haberla visto casi todos los días de su vida, pues primero había estado en un portarretrato y luego se había trasladado al fondo de pantalla del ordenador de Dèjan, Dàmir no sabía por qué siempre le había producido aquel dolor. Dèjan le había hecho muchas fotografías a Nadja, y si bien las había conservado todas, siendo de hecho, lo único que había podido y querido llevarse cuando fue exiliado, más adelante se las daría a su hijo cuando éste cumplió diez años, y aquella que ambos estaban viendo, fue la única que él conservó. En esa foto, Nadja aparecía con la cabeza ladeada, con su larga cabellera cayendo a un lado, y sonriéndole a la cámara. Bien visto, en aquella foto destacaban tres de las cosas que ella le había legado a su hijo, el cabello, la sonrisa, y el color de los ojos. Sin embargo, Dàmir hizo a un lado su malestar y comenzó a preocuparse por su padre, pensando más o menos igual que Ioan, pero hizo los pensamientos a un lado cuando Dèjan comenzó a hablar para prestar atención.
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Editado: 01.07.2022