Charlie había recurrido a Ann para hacer que Jack regresase a Los Ángeles, pues estaban conscientes que tenía compromisos, y aunque al loco aquel le valía si lo demandaban por incumplimiento de contrato, no era el mejor de los escenarios en aquel momento. Sin embargo, incluso a Ann le costaría muchísimo más de lo que estaba dispuesta a enfrentar.
Charlie y Jim llevaban muchos años viendo a Ann manejar a Jack cuando éste se ponía inmanejable, de modo que estaban prudentemente en silencio y se aseguraron de que Adriano entendiese que aquella era la mejor política. Nadie entendía cuál era la manía de Jack por arrastrar a Ann con él, si de acuerdo a él mismo, Ann parecía una odiosa consciencia que siempre estaba riñéndolo por un asunto o por otro, incluso cuando la llamaba solo para saludar, ella encontraba algo por lo cual tirar de sus orejas. El caso de Adriano era diferente, pues él sí sabía, o al menos eso creía, el motivo por el que Jack no solo quería, sino que necesitaba desesperadamente a alguien de su círculo más cercano junto a él. Ellos habían desarrollado una buena relación, pero el ancla de Jack eran sus amigos, y sin ellos seguía sintiéndose solo. Ahora, aunque Adriano había llegado a entender eso, lo que no entendía era que se antojase justamente de aquella chica que, aparte de parecer una monja, vivía riñéndolo.
Charlie pensó que Ann había cometido un error, porque después de eso, Jack no diría nada más y se marcharía, pero si ella pensó que finalmente había conseguido su objetivo, aunque le había costado más que en otras ocasiones, no pudo haberse equivocado más, porque a la mañana siguiente y cuando salía del departamento, vio a Adriano y se asustó, porque lo primero que pensó fue que le había sucedido algo al loco.
Como Ann se había quedado paralizada pensando cualquier cantidad de horrores, Adriano no tuvo mucha dificultad para hacerla subir al auto, pero tuvo que aplicarse mucho para tranquilizarla cuando ella recuperó la voz y comenzó a preguntar dónde estaba Jack, y más importante aún, cómo estaba. Adriano hizo su mejor esfuerzo, y cuando finalmente logró hacerse escuchar, también pensó que la dulce señorita iba a golpearlo.
Ann sabía que de ningún modo aquello podía ser una broma, así que comenzó a argumentar, pero como ya habían llegado, Adriano la silenció.
Al final Ann cedería, pero cuando la dejaron en el centro, ella llegó en estado de furia, y todos se asombraron mucho, porque Ann ni perdía la paciencia por muchas diabluras que hiciesen los niños, ni cuando los mayores como Jeff o el desaparecido Frankie hacían de las suyas, y mucho menos la habían escuchado gritar jamás.
Ann se lanzó en una furiosa diatriba de lo que, lo único que entendieron, era que Jack quería llevarla a América, pero como aquello era algo que ya él había estado intentando desde mucho antes, decidieron que posiblemente solo se había puesto más necio de lo usual y había acabado con la paciencia de Ann, así que continuaron cada quien en lo suyo. Sin embargo, esa tarde, Illinka llamó a Ann a su despacho.
Ann la miró como si le hubiesen salido dos cabezas, pero siendo inteligente como era, llegó a la conclusión lógica, misma que salió disparada por su boca.