Acordes y pinceladas.

Capítulo 7 : La irrupción en el santuario

Los días en el estudio de fotografía del tío de Hae-Won se habían fundido en un borrón de cafeína, pintura y frustración. Yuna apenas dormía, su mente consumida por el lienzo gigante que ahora dominaba el centro del espacio. Ya no era una pieza sobre la "conexión urbana"; era un reflejo crudo de su alma, un torbellino de tintas oscuras y explosiones de rojo y azul. Era su rabia, su dolor, su frustración, su todo.

Miró la obra, exhausta. Era potente, visceral, pero sentía que le faltaba algo. La fecha límite para el boceto final de su proyecto, crucial para la beca, se acercaba peligrosamente, y ella lo había olvidado por completo.

Aera y Hae-Won irrumpieron en el estudio con ramen y malas noticias.

"¡Yuna! ¡El profesor Kim llamó!", exclamó Aera, con el rostro serio. "Dijo que si no entregas el boceto final de tu nuevo proyecto para mañana, retirará su patrocinio. Cree que te has rendido."

Un escalofrío helado recorrió a Yuna. "¿Mañana? ¡Imposible!" Miró el lienzo. Estaba cerca, pero necesitaba un cierre, algo que lo unificara.

"Es increíble", dijo Hae-Won, admirando el cuadro. "Pero es demasiado... furioso. Necesita tu voz, Yuna. La melodía que enterraste. El silencio que debería ser música."

Yuna se quedó inmóvil. Las palabras de Hae-Won resonaron con las de Jae-Hyun: "La voz... es tu alma. No lo entierres por la rabia." Y de repente, lo entendió. No pintaría un sonido, sino el silencio forzado. La disciplina que la había ahogado, la melodía invisible que aún vibraba. Agarró su pincel y un bote de blanco puro, lista para la última pincelada que daría voz al silencio.

Se despidió de sus amigas y se sumergió de nuevo en su trabajo, el blanco puro contrastando con el caos de colores. El tiempo se le escapaba, y no podía permitirse distracciones.

Horas después, la noche había caído por completo. Yuna estaba absorta, el rostro manchado de pintura, cuando un suave golpe en la puerta la sobresaltó.

"¡Ya voy!", gritó, feliz, pensando que Aera o Hae-Won habían regresado con más café. Una sonrisa se formó en sus labios.

Abrió la puerta de golpe, y la sonrisa se desvaneció al instante. Su mandíbula cayó.

Parado en el umbral, bajo la tenue luz del pasillo, no estaba ninguna de sus amigas. Era Jae-Hyun.

Vestía su impecable ropa de estudiante de medicina. En su mano, sostenía una taza de café humeante. Su expresión era ilegible, pero sus ojos la recorrieron de arriba abajo, deteniéndose en su ropa manchada y su cabello revuelto.

"¿Qué tan sorprendida estás?", preguntó Jae-Hyun, su voz tranquila, casi monótona, con un matiz de diversión oculta. Dio un paso hacia adelante, ofreciéndole la taza. "Hace unos días que no te veía en el edificio. Le pregunté a una de tus amigas por ti y me dio esta dirección. Pensé que necesitarías esto."

Yuna se quedó sin habla, la taza de café humeante aún en su mano extendida. ¡¿Mis amigas?! ¡¿Traidoras?! Su cerebro giraba entre la incredulidad, la rabia por la intrusión y, para su horror, una punzada de algo parecido a... ¿nerviosismo? No. ¡Nunca! Era solo la sorpresa. ¡Él es el enemigo! ¡Y está en mi santuario!




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