EL VISITANTE
Puede sonar algo extraño, pero ha pasado todo un año desde la misteriosa tormenta eléctrica que azotó la ciudad. Mucha gente desapareció aquella noche, y desde ese día, todo se volvió un poco más opaco.
Aquel era un día especialmente frío. Todas las tardes, William acostumbraba dar un largo paseo en el inmenso bosque que se alzaba detrás de su casa. Por lo general, aquel era un lugar muy tranquilo; todo el tiempo se podía escuchar el rugir del viento, el zumbido de algún insecto o el trinar de las aves. Pero ese día no.
Su solitaria caminata había concluido en un viejo árbol de olivo. Era como si algo lo atrajese a aquel árbol, no sabía muy bien por qué, pero ese árbol siempre había llamado su atención, se había convertido en su lugar favorito. Era un pequeño rincón del mundo, pero era suyo.
El sol había comenzado a ponerse y el cielo se iba tiñendo poco a poco de un hermoso color rojizo.
El muchacho escaló rápidamente hasta la copa del árbol y se sentó en una de las ramas. “Incluso las puestas de sol se ven tristemente diferentes.” Pensó.
– Will – Lo llamaba un susurro que viajaba en el viento.
El muchacho mantenía los ojos cerrados. Pensando. Tratando de ignorar aquella voz.
– William, soy yo.
– ¡Déjame en paz! – gruñó el chico entre dientes tratando de ahogar su voz, como si no quisiera que alguien más lo escuchara.
Hubo un largo silencio, y entonces la despeinada cabeza de Will se sacudió tratando de sacar eso de su mente. Era el último día de vacaciones, y en realidad, había ido a ese lugar tratando de pensar en otras cosas.
Repentinamente, sintió que había alguien más en ese lugar, alguien real o algo que merodeaba en las sombras. Se bajó torpemente del árbol y algo temeroso comenzó a mirar hacia todos lados.
– ¿Hola? – Lanzó la pregunta al aire esperando de todo corazón que nadie la respondiera. Esperó un par de minutos hasta que se animó a hacer otra pregunta. –¿Hay… hay alguien ahí? – No obtuvo ninguna respuesta. Pero una extraña sensación crecía en su pecho y en su mente maquinaban sus más oscuros temores.
Aunque el sol aun no se había ocultado del todo, ya era tarde. Una espesa niebla se cernía lentamente sobre aquel bosque recordándole que sería mejor volver a casa cuanto antes.
– William, tengo que hablar contigo.
– ¡Vete de una vez! – exclamó casi en una súplica –No eres más que una voz en mi cabeza. Tu no existes – cerró los ojos con más fuerza, como si decir esto le hubiesen clavado un puñal en el pecho, la expresión de dolor en su rostro era casi imposible de borrar.
– Enserio, es algo muy importante – Insistió la voz del bosque.
Pero el muchacho prefirió ignorarla y solo empezó a caminar con la mirada perdida en el piso. Las estaciones pasaron rápidamente dejando una oleada de hojas secas en el suelo que crujían tras cada pisada. Muchas cosas rondaban por su cabeza en ese momento. Él, a pesar de todo, solo intentaba ignorarlas y seguir adelante.
En todo el camino de regreso jamás lo abandonó esa extraña sensación que oprimía su pecho. Tan solo la idea de que alguien lo estuviera persiguiendo lo mantenía intranquilo. Tras una larga caminata, pudo por fin llegar a su hogar.
Su casa no era nada fuera de lo común, y por el trabajo de sus padres, el tiempo que residía en ella era casi nulo. El chico lo pensó un momento y, realmente no sabía mucho sobre su propio hogar; algo de que había sido heredada durante varias generaciones o que estaba alejada del resto del mundo por alguna extraña razón. Sus padres siempre evitaron hablar del tema, solo decían que era lo mejor y ahora ya no era el momento para hacer preguntas.
Ya había pasado un año desde aquella extraña tormenta en la que desapareció su padre. William no estuvo ahí cuando su abuela recibió la noticia y ella decidió no decirle hasta que el regresase del internado.
Desde ese día la casa Dyne había perdido su color. Toda la felicidad de aquella familia se marchitó de un momento a otro.
– ¿Y esto? – Murmuró el muchacho, algo extrañado. Estaba deslumbrado y lanzó un expresivo silbido mientras admiraba el costoso automóvil negro estacionado frente a su casa. No sabía muy bien por qué, pero le resultaba muy familiar. – Supongo que tenemos visitas.
Will se acercó para observar mejor el vehículo, le echó un vistazo a su interior y luego siguió hacia la puerta trasera de su casa. Pasó por un ventanal que daba al salón, levemente le llegó la voz de su abuela y, ocasionalmente, la de un desconocido.
No tenía intenciones de interrumpir la reunión, así que, al entrar a casa trató de no llamar la atención. Justo antes de subir a su cuarto, pudo oír como continuaba la conversación. Pensó seguir rápidamente, pero al escuchar el nombre de su padre, sintió que debería quedarse y poner atención.
Se apegó un poco más a aquella puerta, tratando de escuchar con más claridad. podía observar a alguien caminando de un lado a otro por una pequeña rendija.
– Él ya tiene la edad, y sabes lo que eso significa.
– Es solo un niño – La mujer negaba con la cabeza, como si supiera lo que estaba por venir.
– Te aseguro que estará bien – decía el hombre – y le daré la posibilidad de tener una educación a la que nunca podrá acceder si se queda aquí.
– He hecho lo posible por mantenerlo alejado de esa peligrosa educación – respondió entonces su abuela muy molesta haciendo énfasis en esa última palabra.
– ¿Y si lo peligroso es no decirle? – el hombre parecía estar convencido de que hacia lo correcto – hay muchas cosas que tiene que saber; de ti, de su madre, de su padre… incluso de él mismo.
El muchacho frunció el ceño algo confundido. Estaba muy seguro de haber oído antes aquella voz: serena, baja y bien modulada.
– Él solo estará seguro conmigo. Lo mantendré bajo mi cuidado. Lo prometo.
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Editado: 24.11.2020