Across - the mirror

Capítulo Cinco

LAS MASCARAS DE HUESO

 

André puso su mano en el hombro de Will y con un pequeño movimiento lo sacó de su ensimismamiento

– ¿Vas a ir?

– ¿Qué? – Contestó rápidamente.

– A… la fiesta – Añadió. Después de observarlo un momento como a un bicho raro, continuó – cuando estabas dormido vinieron por ti. Un tipo alto y una chica bastante linda de ojos claros. Por cómo estaban vestidos, supongo que iban a la fiesta.

William lo regresó a ver, aun estaba algo confundido. No le dijo nada, solo asintió con la cabeza y recogió algunas cosas. Guardó ambas cartas en el bolsillo interno de su chaqueta, metió su pase dentro de su billetera y se marchó.

El instituto estaba lleno de áreas verdes, por lo que todos los lugares eran distantes uno del otro. Se adentró en el bosque en busca un sendero que le permitiera acortar el camino. Durante todo el tiempo que estuvo ahí, había algo que no lo dejaba tranquilo. Un mal presentimiento, o una corazonada.

Al llegar al lugar, apenas atravesó la cortina metalizada que habían colocado en la entrada del salón, pudo sentir como todo cambió. Aquella extraña sensación desapareció al instante y una lluvia de luces de colores inundaba todo el salón en un ambiente jovial.

El lugar estaba completamente repleto de gente. De repente, las luces bajaron y la banda comenzó a tocar música lenta en el escenario.

William se quedó inmóvil observando a la multitud, buscaba tal vez alguna cara conocida, pero entre tantas personas no podía encontrar a nadie.

– Creí que ya no vendrías – le susurró una voz al oído.

Los largos brazos de Alice se deslizaban bajo los suyos abrazándolo por la espalda. Él sonrió aliviado y, al ritmo de la música, giró lentamente para quedar frente a frente con su amiga.

– ¿Recuerdas cuando solíamos bailar así de pequeños?

– Shhhh – Dijo ella al tiempo que recostaba su cabeza sobre la frente de Will – arruinaras este romántico momento. 

Se apegó más a ella y fijaron sus miradas el uno en el otro. Por un muy corto momento, el tiempo se detuvo y solo existían ellos dos. La paz que sentía cuando estaba cerca de ella, era inconmensurable. Después de todas las cosas extrañas que le han estado sucediendo últimamente, necesitaba ese “momento” para olvidarse de todo.

Al finalizar la canción, Alice lo miró como deseando que no hubiese terminado. Desvió la mirada, se separó un poco de él, lo tomó de la mano y lo haló en su dirección.

– Tenemos que ir con los demás. 

William asintió con la cabeza y la siguió a través de la gente hasta una puerta semi oculta a un lado de la tarima.

En la parte de trasera del salón, había un pequeño lugar iluminado por farolas de un estilo algo antiguo. Al parecer, muchos chicos habían descubierto aquel lugar. Pero, a pocos metros de ahí, sus amigos los esperaban sentados en unos balancines que colgaban de un gran árbol.

– Al fin… – Dijo Shawn alegremente. Se levantó del balancín, se abrió paso entre la gente y lo atrapó entre sus brazos en un cálido saludo.

– Creímos que no vendrías – dijo Cody Hamilthon, un chico de su misma generación que estaba sentado junto a ellos.

Aparentemente, casi todos los de ultimo año estaban ahí. William estaba feliz de ver tantas caras conocidas, era como si nada hubiese cambiado, como si todo fuera normal.

Shawn soltó lentamente a su amigo y se movió junto a Alice, en una jugada muy galante le dijo – ¿Tienes frio? –  ni siquiera tuvo tiempo de contestarle, antes de que lo hiciera, él ya se estaba quitando la chaqueta y poniéndosela a ella sobre sus hombros.

Alice no se negó y con una amable sonrisa le contestó

– ¿Tú estarás bien? –

– Por supuesto. Si tu estas bien, yo igual –

Esa es una de las típicas frases que usan los chicos para ligarse a una chica. Siempre existió esa especie de triangulo romántico entre ellos tres, aunque las intenciones de Shawn esa noche no eran muy claras.

De pronto, la música lenta terminó. Escucharon como los músicos se despedían y daban paso a un DJ para continuar con la fiesta. Comenzó a sonar una buena canción. Tenía un pegajoso ritmo, de esas que no salen de tu cabeza en un buen tiempo.

Los estudiantes se miraron entre ellos y sin necesidad de decir nada, todos se pusieron de acuerdo en una cosa, definitivamente tenían que entrar.

Las luces estroboscópicas eran lo único que alumbraba el lugar. Entre música y risas, se pusieron a bailar solos o en pequeños grupos. Canción tras canción, la noche siguió su curso.  

Todos se divertían, aparentemente no hacía falta nada de alcohol, pero claro, la prohibición de ese tipo de sustancias psicotrópicas en la institución influía mucho para que nadie las consumiera. Los maestros rondaban el salón muy atentos en busca de cualquier sospecha. Aunque casi nadie se atrevería a hacerlo. Después de todo ser admitido aquí es casi un honor, y ser expulsado seria una mancha permanente en su expediente.

En un momento de la noche, las luces se apagaron por completo. La gente, presa de sus propias emociones, se movía erráticamente. Era casi imposible ver algo más allá de sus narices. Entre murmullos y gritos de euforia, William pudo escuchar la voz de Alice llamándolo repetidamente.

– ¿Alice? – replicó él sin obtener respuesta

Se movía entre la gente tratando de encontrar a sus amigos, pero la oscuridad y el ruido jugaban en su contra. Al cabo de un rato, decidió salir del salón como muchos otros. Estuvo un rato afuera esperando a ver si ellos también salían, pero no lo hicieron.

Una alarma en su teléfono celular lo alertaba que estaba próxima la media noche. Inevitablemente pensó en las palabras grabadas en aquella hoja de papel.

El cielo estaba completamente despejado y la luna bañaba con su brillo todo a su paso. Sacó ambas cartas del bolsillo de su chaqueta y las puso a contraluz. El mapa se reveló nuevamente y esta vez había algo diferente. Estas, reaccionaban al entrar en contacto una con la otra marcando un punto.




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