Me quedé pensando unos segundos.
—No, Emma, no estoy confundida —la miré—. Lo odio —afirmé.
—Bueno, Pheebs, te creo, solo te pregunté para asegurarme —me sonrió.
—Lo sé. Aunque haya momentos en los que no discutamos todo, igual lo odio, porque luego lo arruina o dice algo para molestar —suspiré—. Y encima me enoja que siempre encuentra algo para molestar: primero el lugar, luego Alan, el trabajo de lengua y luego el admirador. Puedo seguir, pero no quiero darle más importancia —negué con la cabeza.
—Bueno, cambiando de tema, ¿irás a la fiesta? —me miró con una sonrisa, como si algo tramara.
—¿Por qué insistís tanto con esa fiesta? —la señalé con la cuchara mientras levantaba una ceja.
—No por nada —miró para otro lado—. Solo quería saber —me volvió a mirar.
—Sí, ajá... y yo soy una excelente repostera —la miré.
Ella soltó una carcajada, sabía perfectamente que la repostería no era lo mío.
—Está bien, Pheebs —rió—. Es porque va a estar Pablo —revolvió el café.
—Y sí, si es en su casa —la miré con obviedad, sabiendo a qué se refería ella.
—Ay, Pheebs —negó con la cabeza.
—¿Desde cuándo te gusta? —le sonreí.
—Desde que me tocó enseñarle un tema de física —suspiró enamorada—. No es tan tonto como parece —me miró.
—¿Y por qué no me dijiste antes? —fingí tristeza.
—Porque Pablo es del grupo de amigos de Vicent, y pensé que te iba a molestar —me miró con un poco de pena.
—Ay, Emma, no te preocupes por eso. A mí me cae mal Vicent, no sus amigos —dudé un poco—. Bueno, algunos puede que sí, pero eso no significa que me moleste que tú quieras salir con uno de ellos. Es más, hasta te ayudaría —la miré.
—¿En serio me ayudarías? —dijo en un tono que sonaba ilusionada.
—Sí —dije segura.
—¿Entonces irás a la fiesta del sábado? —me hizo ojitos.
—Sí —suspiré mientras ella se paraba y me abrazaba.
—¡Gracias, Pheebs! ¡Eres la mejor! —se volvió a sentar.
—Lo sé, lo sé —dije mirando para otro lado.
—¿Me ayudarás a ver qué me pongo? —me volvió a hacer ojitos.
—Sí —dije sin mirarla.
—¿Me prestarás ese labial color cereza? —alzó una ceja.
—Sí —volví a decir mientras cortaba un pedacito de cheesecake.
—¿Te harás amiga de Vicent? —dijo rápido.
—S... —me quedé en silencio—. Haré todo menos eso, Emma —la miré seria.
—Bueno, lo tenía que intentar —rió mientras alzaba los hombros.
—Bueno, chistosita, ¿vamos a dar una vuelta a ver qué te podés poner? —le sonreí falsamente.
—Está bien, vamos —rió.
Ella sabía que yo no podía enojarme con ella. Fui a pagar, volví a buscar mi bolso y le dije a Emma que ya nos podíamos ir. Empezamos a caminar y nos detuvimos en una tienda donde Emma vio una falda negra que le encantó. Entramos, se la probó y le quedaba genial.
—¿Qué tal me queda, Pheebs? —dijo girando de un lado al otro.
—Te queda genial, Emma —dije feliz.
—¿Me la llevo? —me preguntó mientras se quedaba mirándose en el espejo.
—Yo digo que sí, te queda hermosa —me acerqué y le agarré la mano para hacerla girar.
—Está bien, entonces me la llevo —entró corriendo al vestidor para sacársela.
Fuimos a pagar la falda. Me quedé esperando a Emma en la puerta, ella salió feliz con su bolsa y me agarró del brazo para seguir caminando. Ella ya sabía dónde ir a buscar top. Me llevó directo a una tienda que no quedaba muy cerca de donde estábamos, era en la otra punta del centro comercial. Íbamos caminando y ella me iba contando cómo era Pablo y lo mucho que le gustaba.
—Es que, Pheebs, es muy lindo. Su sonrisa, su pelo... —decía mientras miraba hacia arriba, como si lo viera.
—No entiendo cómo aguantaste tanto tiempo sin decir nada —le reproché.
—Yo tampoco sé, amiga —me miró—. Bueno, el punto es que es hermoso —me apretó el brazo.
—Lo vas a invocar de tanto nombrarlo —reí.
—¿Te imaginás? —soltó una carcajada—. Sería muy gracioso —bajó la mirada.
—Ya quisieras —dije mientras reía con ella.
Íbamos a entrar a esa tienda que dijo ella, pero nos chocamos con una persona.
—Uy, disculp... —me quedé en silencio.
—¿Qué... qué hacen por aquí? —titubeó, viendo a quién tenía enfrente.
Le di un pequeño golpe con el codo para que reaccione.
—Hola... —se quedó en silencio y Vicent también le dio un pequeño, aunque no tan pequeño, golpe—. Ehh... vinimos a comprarle un regalo a mi hermana —se rascó la cabeza.
—Pablo, no sabía que tenías hermanas —hablé para romper un poco esa tensión.
Editado: 20.09.2025