Acróstico

Cap 8: Mates, misterios y fútbol

Cuando salí, Vicent me frenó.

—Ey, ey, ¿por qué tan apurada? —me agarró por los hombros.

—¡Suéltame! Tengo que ver si encuentro a una señora —dije zafándome de su agarre.

—Ninguna señora, vamos con Emma y Pablo. Ya estuvieron bastante tiempo solos —me agarró de la mano y me llevó.

—¡Suéltame, Vicent! —me quejé.

—No —dijo mientras me seguía arrastrando.

Así que así se sintió él cuando lo saqué de ahí, aunque yo no tengo tanta fuerza. Miré para atrás a ver si veía a la señora, pero no vi nada. Volví a intentar zafarme de su agarre.

—Una más y te cargo como bolsa de papas —apretó el agarre a mi mano, pero sin lastimarme.

—¡Vicent, suéltame! —lo amenacé.

—¿O si no qué? —me miró.

—Te pego —exclamé.

—Ay, un Minion me amenaza. Ayuda, por favor —fingió preocupación.

Antes de que pudiera pegarle, sentí el grito de Emma.

—¡Pheebs! —movió sus manos mientras se dirigía a nosotros.

—¿Cómo les fue, Emma? —la miré señalando a Pablo con la mirada.

—Nos fue súper, compramos el regalo para Sofi y luego me acompañó a comprarme la blusa que quería —me dijo feliz y me devolvió la seña con los ojos, como que estaba todo bien.

—Sí, bueno, la pasé muy bien, Emma, pero ahora nos tenemos que ir. Nos vemos el sábado en la fiesta —Pablo saludó a Emma con un beso en el cachete y luego se despidió de mí agitando la mano.

—Chau, Pablo, nos vemos —dijo Emma.

—Tienes muchas cosas que contarme —la señalé con el dedo.

Ella solo asintió y empezamos a caminar para irnos a mi casa. Fuera del centro comercial nos fuimos a la parada del bus. Estuvimos un rato esperando mientras tanto Emma no me decía nada, solo estaba mensajeando en el teléfono. No le hice reclamo, ya que estoy segura de que hablaba con Pablo; su sonrisa la delataba. Pero cuando llegáramos a mi casa, la iba a atosigar con preguntas.

El bus estaba por llegar, así que agarré a Emma del brazo y la hice pararse. Emma se subió al bus y fue directo a sentarse. Ella seguía hablando con quien yo creía que era Pablo. Solo me senté al lado de ella y me puse mis audífonos, y empecé a escuchar mi playlist.

Después de un rato, Emma me tocó el hombro. Estábamos por llegar a la parada donde nos teníamos que bajar. Me saqué los auriculares, agarré mis cosas, Emma las suyas, y bajamos.

—Por fin dejas el teléfono —reí—. ¿Estaba buena la charla con Pablo? —levanté una ceja.

—¿Cómo sabías que hablaba con él? —imitó mi gesto.

—¿Por qué tu sonrisa y cara de enamorada mientras chateabas hacían que fuera obvio? —repliqué, con una media sonrisa burlona.

—¿En serio? —se tapó la cara.

—Tranquila, no tienes que contarme nada si te da vergüenza —le dediqué una sonrisa tranquila.

Ella me dedicó otra en forma de gracias.

—Hasta que lleguemos a mi casa... —empecé a reír—. Ni te creas que no me contarás nada —la miré, amenazándola de juego.

—Ayy, Pheebs —suspiró—. Está bien, cuando lleguemos a tu casa te cuento todo.

Seguimos caminando hasta que llegamos a mi casa. Entramos, dejamos las cosas en el sofá y nos dirigimos a la cocina. Entramos y estaba mi mamá.

—Hola, mami —la saludé con un abrazo.

—Hola, Laura —dijo Emma detrás de mí.

—Hola, Phoebe —me devolvió el abrazo—. Hola, ¿cómo estás, corazón? —me soltó y le agarró la mano a Emma.

—¿A mí me llamás por mi nombre y a Emma le decís “corazón”? —reproché.

—Si a ti te digo el apodo que te puse, te quejás —se defendió mi mamá.

—Emma ya es de la familia, con ella no tengo problema —dije—. Igual, “Terremoto” no es muy cariñoso que digamos —me crucé de brazos.

—Pheebs, no te pongas celosa. Tú lo dijiste: soy de la familia, por eso tu mami me quiere más —dijo riendo mientras abrazaba a mi mamá.

—Así son las dos. Que ella te ayude con ya sabes quién —me di media vuelta.

—Mentira, Pheebs. Sabés que te quiero —soltó a mi mamá y me agarró a mí.

—Cuando te conviene —bufé.

Mi mamá solo rió viendo la escena y sacó el agua que estaba hirviendo.

—¿Qué buscaban, chicas? —preguntó mi mamá mientras veía que sacaba platos.

—Vinimos a buscar algo para comer y tomar mientras chismeamos en mi habitación —le sonreí a mi mamá.

—¿Quieren llevarse el mate? —preguntó ella mientras llenaba el termo.

—¿Segura, ma? ¿No te lo estabas preparando para ti? —le pregunté.

—Sí, Terremoto —rió—. Llévenselo, yo puedo poner más agua —empezó a buscar la yerba y el mate.

Empecé a poner galletas y masitas en los platos. Luego, en la bandeja, puse el termo, el mate, la yerba y el edulcorante. Sí, una lo toma dulce y otra lo toma amargo, por eso nunca nos pelearíamos por un chico.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.