—Es solo un amigo, que conocí ayer en el bingo —le sonreí—. Lucas, él es...
—Su novio, Alan, su novio —me interrumpió y le extendió la mano.
—Hola Alan, su novio, soy Lucas —rió—. Bueno, me retiro.—
Lucas se fue y Alan quedó con la cara larga, me daba risa ver su expresión. Le di un sorbo a mi latte y vi cómo él solo lo veía.
—Alan, lo vas a ojear —intenté reprimir mi risa.
—¿Y qué tiene? ¿Por qué se hicieron amigos? —se dirigió a mí.
—¡Ashh, qué celoso! Me dio su premio.—
—¿Y por qué te daría su premio? —siguió mirándome fijo.
—Ay Alan, era maquillaje, ¿qué querías, que lo use él? Tuvo un buen gesto —suspiré—. Aparte me pidió el número y no se lo pasé.
—Encima te pidió el número. ¿No pensabas decirme? —se enojó.
—Obvio que sí, aparte le dije que estaba de novia, él lo entendió y se fue —me empecé a enojar yo también.
—¡Sí, pero ahora te saludó y tú también lo saludaste! —bufó—. ¡Lo mismo pasa con Vicent! —exclamó con enojo.
No podía creer lo que me estaba diciendo.
—¿¡Qué tiene que ver Vicent acá!? —me molestaba que lo meta en donde él no tenía nada que ver—. ¿No confías en mí? —fruncí el ceño.
Se quedó en silencio.
—Perfecto, esa es tu respuesta, si no confías en mí lo mejor es dejarlo acá —me levanté.
—¡No, Pheebs, espera! —me abrazó por detrás.
—No Alan, si no confías en mí, ¿qué sentido tiene? —traté de zafarme.
—Perdón linda, perdóname por favor, es mi culpa por ser así, perdón —apretó el agarre.
—Ni modo que fuera mía... Escuchame, te perdono, pero confía en mí. Una relación se basa en eso —me giré sin salirme del abrazo.
—Te amo —me besó.
—Yo más. Vamos a la mesa, pero en serio, no quiero que sigas desconfiando de mí, no te he dado motivos.—
—Está bien, nena, tienes razón. Solo soy yo y mi miedo a perderte, pero eso no justifica nada —me dio otro abrazo antes de que nos sentáramos.
Cada uno terminó lo que había pedido, al final no compartimos. Empezamos a caminar hacia el área de juegos; íbamos a pasar un rato en los juegos y después seguiríamos paseando.
—Alan, vamos a esa tienda —señalé la que estaba al frente nuestro.
—Vamos, linda —me tomó la mano y entramos.
La tienda estaba llena de prendas de todos los estilos; recorrimos de esquina a esquina. Siempre tenía prendas muy lindas, por eso amaba venir. Luego de recorrer cada perchero, agarré un pantalón, un buzo y una remera demasiado hermosa.
—¿Te gustan? —se las mostré una por una.
—Sí, nena, seguro te quedará todo hermoso —acomodó un mechón de pelo detrás de mi oreja.
Seguí mirando un poco más. Alan se acercó y me tomó de la cintura, me dio un tierno beso. Me tomó por sorpresa, pero me gusta que sea así, sin previo aviso.
—Ugh, qué asco.
Nos volteamos los dos y lo vimos ahí parado con cara de asco.
—Ya tenías que arruinar el momento —solté un suspiro—. No sé cómo haces siempre para aparecer en donde estoy.—
—Mejor dicho, cómo haces tú para aparecer donde yo estoy —se empezó a acercar.
—¿Qué haces aquí, Vicent? —Alan me alejó de él, sin soltarme.
—Vine a comprarle un regalo a mi novia, es su tienda favorita —una sonrisa se dibujó en su cara—. ¿Acaso no puedo? —alzó una ceja.
—Obvio que puedes, pero no molestes, ni a Pheebs ni a mí.—
—¿Molesto? —dirigió su mirada a mí.
—Tu novia tiene buen gusto, no sé cómo hiciste que gustara de vos —miré a Vicent.
Agarré a Alan y nos dirigimos a los vestidores; Alan se quedó sentado afuera esperando a ver cómo me quedaban las prendas. Me vi en el espejo y me encantaba, me hacían una figura estilizada. Salí y ahí estaba él sentado, mirándome.
—¿Qué haces aquí? —blanqueé los ojos.
—Es que me cansé y me senté aquí, ¿acaso no puedo? —inclinó la cabeza.
—¿Justo aquí tenía que ser? Hay más asientos —señalé nuestro alrededor.
—Pasé por aquí y me senté. Créeme que si hubiera sabido que ibas a aparecer, me sentaba en otro lado —se quedó en silencio—. Por cierto, ¿dónde conseguiste esa remera? A mi novia le quedará genial.—
—Vicent, ve a buscarla tú —Alan regresó.
—Uff, ya llegó el pesado este —su teléfono sonó—. Chau, mi novia me llama —se fue.
Alan se volteó a verme.
—Wow, estás hermosa —me escaneó de arriba a abajo.
—¿Sí? —giré.
—Yo diría que no, se te nota la pancita. Si adelgazaras un poco te quedaría mejor —se metió una vendedora del local.
—¿Qué...? —mi voz se entrecortó.
—Le voy a pedir que no opine, si nadie se lo pidió. No sea maleducada —Alan se paró y se interpuso entre nosotras—. Ven, Pheebs, cámbiate, nos vamos —me llevó hasta el vestidor.
Editado: 20.09.2025