Estaba en el bus camino a la casa de Alan. Sigo preocupada por Vicent, ¿será que Alan le pegó en la cabeza y por eso casi se desmaya? No, debe ser otra cosa. Alan no fue, él estaba debajo de Vicent, no habría podido.
Vi a lo lejos dónde me tenía que bajar. Me bajé y caminé primero hasta mi casa. Entré, y me encontré con mi mamá en la puerta, a punto de salir.
—Hola, terremoto —me dio un beso en la mejilla.
—Hola y chau, má. Me voy a cambiar y de ahí a la casa de Alan —la saludé y me fui a la escalera—. Má, ¿botiquín tenemos? —me frené en medio de la escalera.
—Sí, en el baño, pero ¿qué pasó? —se preocupó.
—Vicent y Alan se agarraron a golpes, Alan está lastimado —subí corriendo a cambiarme.
Entré a mi cuarto y dejé todo desparramado. Me puse un short y una remera. Salí y fui al baño a buscar el botiquín, estaba un poco alto, tuve que ponerme de puntitas para alcanzarlo. Lo agarré y lo llevé hasta mi cama. Lo abrí y encontré desinfectante y curitas. Las guardé y bajé para irme con Alan.
Cuando bajé, ya no estaba mi mamá. Salí de la casa y me dirigí a la de Alan. Llegué y toqué timbre, no tardó nada en abrirme.
—Amor, llegaste —me hizo pasar.
—¿Te duele, corazón? —me acerqué a ver sus heridas.
—No, amor —me robó un beso.
—Alan, espera, estás lastimado, debo curarte primero —me alejé y mostré lo que había traído.
—Pero, amor, un besito no me hace daño —intentó darme otro.
—No, ven —lo llevé hasta el sillón.
Él se sentó en el extremo y yo en el borde para estar un poco más alta para curarlo. Con un algodón que él había dejado en la mesa, lo tomé y lo mojé en el desinfectante.
—Alan, quédate quieto —acerqué el algodón a su labio—. Capaz te arda un poco.
Él solo apretó los labios. Dejé el algodón en la mesa y tomé las curitas, era un poco grande; la corté con los dientes. Se la coloqué y dejé la otra mitad en la mesa.
—Listo —me enderecé.
Él me tomó de la mano y me tiró encima de él. Caí sentada encima suyo. Me levanté de golpe y me crucé de brazos.
—Alan, ¿qué haces?
—Perdón, amor, te quería abrazar —se paró.
—Pero avísame, no me tires así como así —me alejé.
—Bueno, perdón. ¿Qué te parece si vemos algo en la tele? —señaló la tele.
—Está bien —agarré el control—, pero yo elijo.
—Está bien —se volvió a sentar en el sillón—. Ven —palmeó sus piernas.
Recosté mi cabeza en sus piernas. Prendí la tele y puse videos graciosos, sabía que las películas románticas no le gustaban. Le pasé el control a él para que lo dejara al borde. Cada tanto se me escapaban carcajadas. Poco a poco, mis párpados se iban sintiendo más pesados.
Con un solo pestañeo la habitación había cambiado. Estábamos en mi cocina, estaba con él cocinando.
—Yo sé prender la hornalla —se quejó.
—Pero es mi casa y la prendo yo —le di la espalda y la prendí—. Ahora tú corta las papas y yo voy calentando el aceite —le ordené.
Me daba risa verlo con el delantal chueco. Dejé el aceite calentando y me puse delante de él. Cortaba las papas como todo un profesional, no era muy difícil tampoco.
—¿Quieres que hagamos hamburguesas también? —me apoyé en la mesada.
—Dale, yo las hago —siguió cortando las papas.
—No vale, es mi casa y quieres hacer todo. Las hacemos juntos —me quejé.
—Bueno, ve prendiendo el horno y metiéndolas a cocinar mientras hago las papas —pasó las papas de la mesada al lado del horno.
Parecía súper fácil freírlas sin quemarse. Salían perfectamente doradas.
—No sabes, hoy discutí con mi mamá, que porque dice que no había lavado los platos y le tocaba a mi hermano, no a mí —empecé a contarle.
Reíamos y contábamos anécdotas hasta que terminó de hacer las papas.
—Bueno... vamos y vemos una peli —agarró la fuente con las papas.
—¿Sientes ese olor? —olfateé el olor extraño que había.
—Sí, las papas —movió la fuente.
—¡No, las hamburguesas! —agarré el guante y las saqué—. No podemos comer esto, están rostizadas —me quejé.
Fue un pestañeo y volví a estar en la casa de Alan. Todo había sido un sueño con Alan, era obvio que era con Alan, pero sigo sin entender por qué nunca puedo verle el rostro.
Miré arriba mío y Alan no estaba, yo seguía acostada en el sillón, pero él se había ido. Me levanté y fui a buscarlo a la cocina, pero no estaba ahí. Lo busqué en su pieza y ahí estaba, pero hablando por teléfono. Me quedé del otro lado de la puerta, quería saber con quién peleaba.
—No se va a enterar —sonaba irritado. ¿Quién no se iba a enterar? No entendía nada—. Olivia, Phoebe no se va a enterar de nada.
Estaba hablando con Oli. ¿Y por qué yo no podía enterarme? Sentí que cortó la llamada y, antes de que saliera y me viera, entré yo.
—¿De qué es lo que no me puedo enterar? ¿Y por qué Olivia te ayuda? —me crucé de brazos.
Su expresión era de sorpresa.
—Amor, ¿hace cuánto estás ahí? —me preguntó.
—¿Eso qué interesa? Responde lo que te dije —le exigí.
—No quería que te enteraras así, pero quería darte una sorpresa y le pedí ayuda a Olivia —se me acercó con un tono suave.
—¿Por qué parecías irritado entonces? —me alejé.
—Porque llevo días pensándolo y le he dicho muchas veces que no te ibas a enterar que ella me ayudó, pero me escuchaste justo —hizo puchero.
—Ay, amor, sos un dulce —lo abracé y le dejé un beso en el cachete—. Quédate tranquilo que no le voy a decir a Oli que sé que te ayudó.
—Gracias, linda —pasó su mano por mi cintura.
—Ya que sé de la sorpresa, ¿puedes decirme qué es? —le insinué.
—No, vas a tener que esperar —negó con la cabeza.
Bufé y me fui para la cocina. Él salió atrás mío. Tomé un vaso de agua y volví al sillón. Esperé a que viniera.
—Vamos a ver otra cosa —le pregunté apenas apareció.
—Perdón, linda, yo tengo que hacer tarea de química para mañana —se quejó.
—Ay, amor, pero es temprano todavía —lo miré.
Editado: 25.09.2025