Un Adiós y Un Hola
Las calles de Manhattan no son ajenas a las rupturas, pero esta tenía un toque de dramatismo muy particular. Un chico, con la cara roja de la vergüenza, intentaba aferrarse a una chica que, con una furia fría, estaba a punto de terminar las cosas.
—Aurora, por favor, solo hablemos… —suplicó Peter, con los ojos llenos de súplica.
La chica en cuestión, Aurora Sterling, no se detuvo. Giró sobre sus talones, con una mirada gélida y una belleza que, incluso enojada, era asombrosa. Su voz salió suave, pero con un filo de acero.
—No. No hay nada de qué hablar, Peter. Tu infidelidad habla por sí sola.-
El rostro de Aurora se endureció con una frialdad glacial. Su voz, normalmente modulada y profesional, cortó el aire con la precisión de un bisturí.
—Peter, mírate. Eres patético. No me sorprende tu falta de lealtad, pero sí tu falta de imaginación. Lo más increíble de esta farsa, no es que me hayas engañado, sino con quién. ¿La supuesta novia de tu compañero de departamento? Dime, ¿desde cuándo me engañabas? ¿Y la otra, qué hacía? ¿Esperaba en tu sofá mientras yo salía contigo, como si fuera un turno? Eres increíble; realmente pensabas que mi coeficiente intelectual se degradaría con solo salir contigo. Escucha bien: no hay nada más que hablar. No quiero volver a verte en mi vida. Y en cuanto a mis pertenencias que dejé en tu apartamento, ni te molestes en empacarlas. Quémalas si quieres... no, mejor regálaselas a ella. Por lo que veo, a ella le gusta usar cosas usadas por mí.
En un movimiento rápido, su mano se conectó con la mejilla de Peter con un sonido seco. Un eco de pura convicción.
—Definitivamente estaré mejor sin ti —espetó ella, sin siquiera inmutarse.
Peter se quedó paralizado, su mano en la mejilla golpeada. Aurora miró su reloj de pulsera con una expresión de pura molestia.
—Llegaré tarde —murmuró para sí misma, y se alejó con paso decidido, dejando a Peter en la calle, con su ego magullado y su boca abierta.
Mientras caminaba, sus pensamientos fluían como un río. Era una vida extraña, pensó, llena de ironías. Había crecido sin mucho afecto, en un orfanato y luego en casas de acogida, pero de alguna manera, había logrado tener una vida muy buena. A los 8 años, recordaba, su vida había cambiado de un lugar a otro. Algunas casas de acogida eran frías y distantes, lugares donde las camas eran solo para dormir y los rostros solo para mirar. Pero otras... otras habían sido más cálidas. Recordaba el olor a galletas caseras en una y la voz suave de una mujer que le leía cuentos. Esos momentos eran como pequeñas islas de bondad en un océano de incertidumbre, y se había aferrado a ellos.
Luego, a los 13 años, conoció a su tía Elara. Fue el primer rostro de familia que vio. Con ella, el afecto no era solo una palabra. Los abrazos de Elara eran sinceros y sus conversaciones, sabias. Recordó la vez que su tía, con sus ojos llenos de luz a pesar del cansancio, le había explicado su enfermedad, la esclerosis múltiple, con una calma que la había impresionado. "Mi cuerpo está cansado, Aurora, pero mi mente sigue siendo un campo de juego", le había dicho. Y así era. A medida que su salud empeoraba y las visitas se hacían imposibles, su tía le escribía largas cartas, sus palabras siempre lúcidas y llenas de amor. Cuando Elara falleció durante el primer año de universidad de Aurora, el dolor fue inmenso. Pero la herencia que le dejó no era solo dinero y una casa; era la libertad. Era el legado de su amor, una bendición inesperada que le había dado la independencia que nunca imaginó tener.
Y luego estaba Kim Do-hee. Su mejor amiga. La conoció a través del padre de ella, su profesor y mentor. "Dos mentes brillantes son más divertidas que una", les había dicho él. Y tenía toda la razón. Apenas se conocieron, se dieron cuenta de que tenían una conexión especial. Aurora, tan seria y controlada, se encontró con Do-hee, una explosión de alegría y "ocurrencias". Las aventuras que vivieron se apilaban en su mente: la primera vez que se tiraron en paracaídas, el miedo y la euforia; los días en la playa intentando surfear, con el mar lamiendo sus pies y la risa llenando el aire. Y por supuesto, sus motos. Solo Do-hee sabía el amor de Aurora por el asfalto. El viento en su cara, el motor vibrando bajo ella, la sensación de pura libertad. Todo eso lo había compartido con Do-hee, y solo con ella.
Se remontó a la competencia de DaehanTech que ganó. El concurso no había sido solo por un premio, sino por un contrato de trabajo al graduarse. Fue el día en que su vida se selló, un paso inevitable en el camino que su inteligencia había trazado. Había subido de rango rápidamente, ganando premios y reconocimientos por sus ideas frescas e innovadoras. A pesar de su corta edad, tenía un puesto de gran responsabilidad.
Se dio cuenta de que a pesar de las dificultades, había tenido una vida muy buena, y que no le hacía falta nada. Era libre.
De repente, su mente volvió a la realidad. ¿Por qué su jefe la había convocado durante sus vacaciones? A pesar del sol que brillaba, la pregunta se sintió como una extraña niebla en el aire. Con su mochila al hombro, llegó a las oficinas de DaehanTech en Estados Unidos.
El rostro de la secretaria se iluminó al verla.
—Aurora, ¡qué bien que llegas! El jefe está muy ansioso.
Aurora sonrió a su compañera mientras entraba.
—¡Aurora! ¡Qué bueno que viniste! —exclamó el jefe, un hombre de unos cincuenta años, con una sonrisa que se extendía de oreja a oreja.
—Estaba de vacaciones —dijo ella, con una ceja arqueada.
—Lo sé, lo sé, pero esto no podía esperar —dijo él, sentándose detrás de su escritorio y señalando una silla frente a él—. Es una noticia importante. Y un gran paso para ti, por eso no quise decírtelo por teléfono.
—Adelante.
—Aurora, te están ofreciendo un puesto de gerente en la sede principal en Seúl. Es un paso enorme para tu carrera.
Editado: 09.11.2025