Seúl, en Directo
El aterrizaje en el aeropuerto de Seúl fue suave, casi imperceptible. Un suspiro de alivio colectivo se escuchó en la cabina y, en ese momento, supe que mi vida en América quedaba atrás, a miles de kilómetros. Había dormido lo suficiente como para sentirme descansada, lista para lo que fuera que me esperara del otro lado de la puerta.
El aeropuerto, el primero de mi nueva vida, era un coloso de cristal y acero. Luminoso, impecable, y lleno de gente que se movía con un ritmo distinto al de Nueva York. Me sentí como una exploradora, buscando mi camino en un mapa desconocido, es como si fuese mi primer vez aquí. Pasé por inmigración, recogí mi equipaje y me dirigí a la puerta de llegadas, el corazón latiendo con una emoción que me erizaba la piel.
Entre la multitud que sostenía carteles, vi uno con mi nombre en mayúsculas: AURORA STERLING. El cartel era tan grande que casi me dio vergüenza. Mis ojos se dirigieron a la persona que lo sostenía y en ese instante, el mundo pareció detenerse. La chica al otro lado de la barrera era... hermosa. De una belleza etérea, con un cabello negro brillante y una piel perfecta. Seguro era la persona de Recursos Humanos que había hablado conmigo por teléfono. Park Seul-ki, y su voz se había quedado corta para describir la belleza que tenía en persona.
Me acerqué a ella con una sonrisa. Cuando nuestras miradas se encontraron, una expresión de sorpresa cruzó su rostro. Se quedó viéndome, con los ojos muy abiertos, casi hipnotizada, como si estuviera viendo a un fantasma. Me sentí un poco incómoda, pero el momento duró solo un segundo. De repente, salió del trance, una sonrisa nerviosa reemplazó la sorpresa, hizo una reverencia y extendió su mano para saludarme.
—¡Aurora! —exclamó con una voz tan suave como su voz en el teléfono—. Por fin te conozco. Mi nombre es Park Seul-ki. Es un placer conocerte.
—El placer es mío, Seul-ki —le respondí a su reverencia y le di la mano, ella era tan cálida como su voz.
Justo en ese momento, un hombre uniformado, alto y de aspecto amable, se acercó a nosotras y, con una reverencia, tomó mis maletas. Las mismas que un minuto antes me había costado tanto llevar. Seul-ki, con una sonrisa, me hizo un gesto para que la siguiera.
Caminamos por el inmenso aeropuerto. La cantidad de gente era abrumadora, pero la tranquilidad de la chica me hizo sentir segura. Cuando llegamos al vehículo, un lujoso todoterreno de color negro, ella abrió la puerta de atrás.
—¿Tuvo un vuelo agradable? —me preguntó, con una sonrisa que me tranquilizó por completo.
—Sí, todo estuvo bien. No hubo problemas —le dije, y me acomodé en el cómodo asiento, lista para la siguiente etapa de esta increíble aventura.
Mientras el coche se deslizaba por las avenidas de Seúl, Seul-ki me pasó una carpeta.
—Aquí tienes los documentos que necesitarás. Están los formularios para tu licencia de conducir, la cual puedes obtener con un pequeño examen para verificar tus habilidades, los documentos para el permiso de trabajo, que ya están pre-aprobados, y algunos papeles que deberás firmar en el consulado.
Miré los documentos en mi regazo. Eran una colección impresionante de formularios, sellos y letras coreanas. Sonreí. El papeleo siempre había sido mi fuerte. La idea de un examen para la licencia de conducir me divirtió; después de haber manejado una Kawasaki Ninja H2R, un examen de manejo básico parecía una broma.
—No te preocupes, el día que te presentes en la empresa, te daremos más detalles y un pequeño tour —continuó Seul-ki, como si leyera mis pensamientos.
Asentí, escuchándola con atención. Después de un rato, un silencio cómodo se instaló entre nosotras. Fue Seul-ki quien lo rompió, su voz suave y sincera.
—Debo admitir que eres muy valiente, Aurora. Venir a un país nuevo, con una cultura tan diferente... es un gran paso.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro. La verdad era que no me sentía valiente, solo emocionada.
—Ya había estado en Corea. De hecho, mi mejor amiga, es coreana. Y mi mentor y el padre de ella me enseñó todo lo que sé. Cuando gané el concurso en la universidad para DaehanTech, me interesé mucho por la cultura y el país. Por eso aprendí el idioma y lo visité hace dos años. Me encantó. Por eso acepté tan rápido.
Una mirada de sorpresa cruzó el rostro de Seul-ki.
—Vaya. Eso lo explica todo. Tu coreano es increíblemente bueno.
—¡Gracias! La verdad es que me fascina el país. Me encanta la comida, la gente, la historia... ¡todo!
—Pues, me alegro de que estés aquí. Te gustará Seúl aún más de lo que ya te gusta.
El viaje duró una hora y cuarenta minutos y me dejó sin aliento. La casa era tan hermosa como las fotos que me había enviado. Era una casa moderna, de líneas limpias, con un pequeño y muy bien cuidado jardín delantero. La fachada era de cristal y piedra, dándole un aspecto elegante.
Seul-ki me entregó un juego de llaves y, con una sonrisa, abrió la puerta. El interior era aún más impresionante. Un concepto abierto con una cocina espaciosa y luminosa que se unía a la sala de estar. Unos ventanales gigantes daban a un pequeño patio. Me sentí como si estuviera en una revista.
El tour continuó. Pasamos por la habitación principal, que era muy espaciosa y tenía su propio closet y baño. Había otro baño en el pasillo, junto a la otra habitación. Todo era tan nuevo, tan inmaculado, la decoración y todo está sorprendentemente de mi gusto, solo agreria unos detalles y listo.
Al final del recorrido, Seul-ki me entregó un ramo de flores y dos canastas.
—Esto es de parte de la empresa. Una es de frutas frescas y la otra de comida y snacks. Te damos la bienvenida a Corea, cualquier cosa que necesites no dudes en comunicarte conmigo, con gusto t me ayudaré.
Le di las gracias, con el corazón lleno de emoción. Nos despedimos en la puerta y, por fin, me quedé sola, me dirijo a la que sería mi habitación, con un suspiro de alivio, me dejé caer en la cama.
Editado: 11.10.2025