Activo Intangible

Capitulo 5. ACTIVO INTANGIBLE

Dos meses,1 semana, 26 horas, 30 segundos

Me dejé caer en el sillón de mi oficina, soltando un largo suspiro que se sintió como si contuviera todas las frustraciones del mundo. La vista panorámica de Seúl, un mosaico de luces y rascacielos que se extendía hasta donde la vista alcanzaba, no logró distraerme del pensamiento más insoportable de mi día: esta noche, tendría que ir a una cita organizada por mi madre, y ni siquiera tenía idea de con quién.

"¿Cuántas van ya?", me pregunté en voz alta, cerrando los ojos frustrado. La semana pasada fue la hija del magnate de la construcción, una mujer tan estirada que su sonrisa parecía hecha de yeso. La anterior, la nieta del dueño de un conglomerado de hoteles, que solo hablaba de sus compras en Milán y París. Y antes de esa, una abogada brillante pero tan aburrida que la conversación se sentía como una lectura de contratos. Era un desfile interminable de mujeres que parecían salidas de un catálogo de princesas corporativas, y yo no tenía ningún interés en ellas.

No es que no pudiera negarme. A mis treinta y tres años, soy el vicepresidente de la compañía más grande del país y un hombre que toma sus propias decisiones. Pero negarme a mi madre no es una opción viable. Es un simple y doloroso efecto dominó: si molesto a mi madre, mi padre se encarga de darme la bronca por molestar a su esposa, y entonces los dos me dan la espalda. Es de locos, pero así es. Si mi madre es feliz, mi padre lo es, y viceversa. Su matrimonio es un pacto de lealtad tan fuerte que me conmueve y me desespera al mismo tiempo.

Recordé una conversación que tuve con mi familia un domingo por la mañana, en un desayuno en la casa de mis padres. El lugar estaba lleno de gente, como siempre. Mis tíos y primos parloteaban sobre todo lo que se les ocurría. Mi tía abuela no paraba de contarme sobre las bondades de una "excelente chica de familia".
—Hijo, ya estoy cansada de que no tengas una pareja —dijo mi madre, su voz llena de un dramatismo que solo ella podría lograr, mientras me ponía un plato de kimchi en la mesa.

—Mamá, por favor, ya te dije que no necesito que me consigas una novia —le dije, con una risa nerviosa—. Estoy bien solo.

—¿Qué estás diciendo? ¡Quiero nietos antes de ser más vieja! ¡La próxima vas a tener que ir a tu cita con un bastón! —exclamó ella, y pude imaginar su mirada de reproche.

—¡Mamá, por el amor de Dios! —gimoteé, como un adolescente—. No tengo tiempo para esto. Estoy muy ocupado con el trabajo.
Mi padre, sentado en la cabecera, soltó una carcajada. La tía abuela, siempre con su mirada acusadora, me fulminó con la mirada.

—Ya ves, hijo —dijo mi padre, con una sonrisa en el rostro—. Tu madre siempre tiene la razón.
—¡Papá, por favor, no seas un cobarde! —le dije, riendo.
Mi padre me miró ofendido, pero mi madre se rió y lo miró con una ceja levantada.

—¿Un cobarde? ¿Qué dices? —preguntó mi padre.
—Sí —dijo mi madre, y mi padre se encogió de hombros, resignado, dejando escapar una risa.

Ese era el tipo de amor que quería. Un amor que me hiciera reír, un amor que me hiciera sentir vivo. Pensé en la clase de mujer que quería a mi lado: alguien que no tuviera miedo de desafiarme, que pudiera sostener una conversación sin aburrirme, que fuera tan inteligente como hermosa. Por eso, no me conformaría con menos, por eso esas niñas ricas, aburridas y estiradas que mi madre me conseguía no eran para mí.

Mi mente vagó a mi infancia, cuando mi mejor amigo y yo nos escapábamos de la casa para jugar en los parques de Seúl. Mi madre siempre nos encontraba, y su castigo era un "jalón de orejas" que me hacía llorar de la vergüenza. Mi padre, por otro lado, solo me daba un par de "brocas" si no hacía mis tareas o si me metía en problemas. Pero siempre se reía al final.

Recuerdo una vez, mi mejor amigo y yo decidimos robar el coche de su papá. Lo hicimos, por supuesto. Lo que no sabíamos era que su papá, un experto en coches, nos dejó la llave de un auto viejo. Tuvimos un accidente que, gracias a Dios, solo fue un susto. Pero los dos nos quedamos sin salir de casa por un año completo. En ese tiempo, mi padre me enseñó a conducir uno de sus coches. Me dijo que la vida era un juego, y que el truco era aprender a ganar con elegancia y a perder con honor.

Mis pensamientos volvieron a la reunión que acababa de terminar. La vacante del jefe del departamento de desarrollo de proyectos ya tenía que ser llenada, y era una posición que no podía quedar vacía por mucho tiempo. Hice una investigación con posibles candidatos, esta vez eligiendo a los 10 mejores de todas las sedes, incluyendo las extranjeras. Lo hice con una sola posibilidad en mente. El nombre de esa mujer, ella, estaba en esa lista. Le di suficiente tiempo para crecer, para que se hiciera un nombre, para que se convirtiera en la profesional que siempre supe que sería. Ahora, era el momento de tenerla cerca.

Pensé en esa chica hermosa que conocí hace años. Me bastó solo una mirada, y quedé prendado. Su voz, su pelo, su sonrisa, sus ojos... Una mezcla de dulzura y misterio que me intrigó. Recordé la reunión que siguió para elegir al candidato. El resultado fue exactamente lo que yo esperaba. La elección fue unánime, lo que me dio la certeza de que mi intuición no me había fallado.
Sonreí, un secreto que nadie, en toda la compañía, sabía. Más pronto que tarde, ella estaría aquí. Precisamente en dos meses,1 semana, 26 horas y 30 segundos.



#1750 en Otros
#561 en Humor

En el texto hay: amor romance humor, llama gemela

Editado: 11.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.