-“Loco. Me tienes completamente loco Señorita.”
La noche en que Jeong Tae-jun y Aurora finalmente se entregaron el uno al otro fue una sinfonía de sentimientos reprimidos, desatados en la seguridad del ático de él. La atmósfera era íntima, con una hermosa canción sonando suavemente, un recordatorio de la alegría simple que Aurora había traído a su vida.
—¿Cómo es posible? —susurró él, su voz apenas audible—. Hace solo dos meses, mi vida era una ecuación perfectamente fría. Y ahora, contigo, es una explosión caótica y hermosa. Eres mi única paz y, al mismo tiempo, el único caos que me atrevo a desear.
Aurora, con su mente profunda y su inteligencia siempre visible, inclinó la cabeza, absorbiendo su confesión.
—La lógica no aplica aquí, Tae-jun. Si lo hiciera, dos personas como nosotros, tan opuestas en el escenario público, nunca se habrían encontrado. Pero en este momento, sin nuestros títulos, eres solo el hombre más honesto que he conocido. Me siento vista, no evaluada. Y eso... eso no se mide en días o semanas. Es el reconocimiento de que tú eras la respuesta a una pregunta que mi alma llevaba años formulando, aunque yo no lo supiera, te has convertido en mi centro, mi todo.
Él cerró los ojos un instante, asimilando la profundidad de su pensamiento. —Eres... fascinante. Nunca antes me había quitado la armadura con tanta facilidad. Ni siquiera contigo tengo que pretender ser el Vicepresidente de Hielo. Contigo, puedo ser simplemente Tae-jun.
—Y me gusta este Tae-jun. Me gusta tu calma, tu firmeza. Y me gusta que, a pesar de lo rápido que ha sido, la base de esto es la verdad. No es un capricho. Yo te amo, Tae-jun. Y sé que tú me amas. Es una certeza que anula cualquier cálculo del tiempo.
El control de Tae-jun finalmente se rompió ante esa declaración de amor que era a la vez un análisis filosófico de su conexión. Con una urgencia que no pudo reprimir, la tomó en sus brazos. El beso fue una total rendición, una aceptación de esa verdad que ella había articulado.
Fue un beso prolongado y cargado de una pasión consumidora, cada toque era una afirmación de que sus almas ya se pertenecían. Las manos de ambos exploraron con la familiaridad de quienes se han esperado toda la vida, negándose a separarse, a romper esa conexión eléctrica. Tae-jun sintió que la posesión que tenía de ella era la más vital y esencial de su vida.
La pasión se encendió, y las horas se desdibujaron, sellando su vínculo más allá de cualquier obstáculo.
—Entonces no hay vuelta atrás —dijo él, su mirada se endureció con una resolución absoluta. Inclinó la cabeza, acercándose lentamente, concentrando toda su atención en sus labios.
El beso fue una liberación. Al principio fue tierno, un reconocimiento de su compromiso; luego se intensificó, volviéndose un torrente incontrolable de deseo. La pasión consumía el espacio, cada caricia era un juramento, cada roce una promesa incumplida por demasiado tiempo. Tae-jun, solo podía pensar en la textura de su piel, en la forma en que ella se aferraba a él, en la risita ahogada que soltaba.
El cuerpo de Aurora se moldeó al de él, sus manos exploraron la firmeza bajo su camisa. La camisa, el vestido, la distancia: todo se convirtió en un obstáculo ridículo. Tae-jun la tomó en sus brazos, sintiéndose completamente loco de pasión. Nunca, jamás, había conocido una mujer que hiciera esto a su mente, que lo redujera a un hombre que solo podía desear. No había control, solo un profundo y posesivo deseo de ser uno con ella.
Las horas se desdibujaron en el ático, con la canción animada sonando suavemente de fondo. El mundo exterior se desvaneció en el fuego que solo ellos podían entender, sellando su vínculo más allá de cualquier contrato o convención social.
...............
Los días siguientes fueron un torbellino de felicidad pura. Aurora, por su parte, vivía en una nube. La atención de Tae-jun era absoluta: era cariñoso, atento y la hacía sentir como el centro de su universo, no solo el centro de su cama.
Su vida fuera de la oficina se llenó de los momentos únicos que Tae-jun, con su típica meticulosidad, planeaba a la perfección. Daban largos paseos por parques escondidos de Seúl, hacían excursiones sorpresa a la costa para cenar ostras, visitaban playas tranquilas para contemplar el atardecer, y tenían citas especiales donde la conversación nunca se agotaba. Cada paseo, cada cena, cada momento íntimo era un recordatorio constante de lo maravilloso que era su novio.
El impacto de esta felicidad se reflejaba en el trabajo de Tae-jun. Una mañana, mientras estaba en su escritorio, repasando documentos, se detuvo, con la mirada perdida en el techo y una sonrisa de bobo grabada en su rostro. No pensaba en acciones, sino en la risa de Aurora, en la forma en que su mano encajaba en la suya.
Su secretaria, la señorita Lee, entró en la oficina con un informe. Se detuvo en seco al ver a su jefe, el temido Vicepresidente de Hielo, Jeong Tae-jun, en ese estado de estupor dichoso. La señorita Lee, una mujer que había visto a Tae-jun trabajar hasta las dos de la mañana sin pestañear, solo pudo pensar que lo que sea que le estuviera pasando a su jefe, sin duda era algo bueno, por esa sonrisa que iluminaba su rostro normalmente frío. Ella dejó el informe en silencio.
Tae-jun, volviendo en sí, se enderezó, limpiándose la sonrisa con una tos discreta. —Lo siento. Dígame, señorita Lee. ¿Tenemos que hablar del informe de marketing?
Ella asintió, sonriendo para sí mientras salía. El Vicepresidente de Hielo no estaba congelado; estaba completamente derretido.
Tae-jun, recuperando el control de su mente ejecutiva, se concentró en el trabajo. Pero incluso en medio de las llamadas de negocios y las decisiones corporativas, una parte de su mente estaba en Aurora, la mujer que le había enseñado que la vida era más que números y que el amor era la forma más dulce de locura. El control de Tae-jun ya no era absoluto; ahora, lo compartía con la pasión.
Editado: 30.10.2025