El museo en la habitación de Tae- jun
Habían pasado diez días desde el alta de Aurora, y la convalecencia en el ático de Tae-jun había sido un remanso de paz. Ese día, sin embargo, el Vicepresidente tuvo que ir a la oficina por la mañana para una junta ineludible. Aunque odiaba dejarla sola, la Señora Jeong le había asegurado que pasaría más tarde a supervisar a su nuera.
Aurora, sintiéndose casi totalmente recuperada y algo aburrida de tanto reposo, se levantó a vestirse. Mientras lo hacía, se le cayó uno de sus pendientes por debajo del estante alto de madera que Tae-jun tenía en su habitación. Tuvo que agacharse con cuidado, recordando la advertencia del Dr. Kim sobre la herida.
Cuando se puso de pie, su mano rozó accidentalmente el estante, y una caja pequeña, que estaba casi oculta en la parte superior, se cayó con un ruido sordo, esparciendo su contenido por el suelo.
Un temor frío la invadió. Aún con el ligero tirón de su herida, Aurora se inclinó de nuevo, sintiendo la necesidad urgente de recoger el contenido antes de que Tae-jun regresara y se enojara por romper algo valioso. Pero al tomar el primer puñado de objetos, se detuvo, con la respiración cortada.
No eran documentos o baratijas; eran fotografías. Y no eran fotos aleatorias, sino suyas.
Eran fotos de un tiempo muy específico de su vida: su época universitaria. Había fotos de ella en el campus, en la sala de clases, en la conferencia donde había ganado un premio en la empresa por un proyecto. La vio riendo con algún compañero en un break. Vio varias fotos con Seul-ki, en su tiempo en la universidad, y otras con su maestro antes de que él falleciera y Seul-ki tuviera que viajar a Corea con su madre.
La dejó impresionada y confundida. No eran fotos recientes, sino imágenes de su vida antes de que Tae-jun supiera siquiera de su existencia, o eso creía. No entendía qué hacían todas esas fotos suyas meticulosamente guardadas, en la habitación de el.
Aurora respiró profundamente, decidiendo no precipitarse. No quería dar vueltas a una historia que él podía contarle. Terminó de recoger todas las fotos, las volvió a poner en la caja y se la llevó al salón. Tomó asiento en el cómodo sofá, colocó la caja sobre sus piernas y la miró detenidamente.
Era, sin duda, un tesoro guardado, No era el trabajo de una casualidad, sino de un coleccionista.
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Una hora después, Tae-jun regresó a casa. La encontró sentada en el sofá. Lo primero que vio fue la caja, familiar y pequeña, colocada cuidadosamente sobre las rodillas de Aurora. Su rostro, que había entrado con una sonrisa de alivio por verla, se puso serio de inmediato.
La verdad. Siempre había sabido que ese día llegaría.
Tae-jun solo pensó que ojalá ella fuera capaz de entender la historia detrás de ese secreto. Se acercó y se sentó a su lado, sus ojos buscando los de ella con una mezcla de miedo y vulnerabilidad.
—Sé lo que es eso —dijo él, su voz era baja y calmada—. Sé que tienes preguntas. Y puedo explicarlo, mi amor. Todo.
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Aurora no habló inmediatamente después de la declaración de Tae-jun. Mantuvo la caja sobre sus rodillas, sus dedos trazando el borde de la tapa. En el silencio del ático, solo se escuchaba la respiración de ambos. Su mente, la de una analista brillante, estaba procesando la evidencia que tenía en las manos.
Ella ya había revisado el contenido detenidamente en el sofá, antes de que él llegara. Lo que la había dejado más perpleja no era la existencia de las fotos, sino la naturaleza de las mismas. Pensó: Esta caja no es una obsesión; es un tributo. Un santuario.
Ninguna de las fotografías era comprometedora o violatoria de su privacidad. No había tomas robadas en la calle o imágenes de ella en momentos íntimos. Todas las fotos capturaban momentos sociales: ella riendo con Seul-ki, debatiendo acaloradamente con su maestro, celebrando un éxito en la universidad o en una conferencia. Siempre estaba rodeada de gente, capturada en el fulgor de su inteligencia y su alegría. Solo algunas eran de ella sola, pero en el contexto de un evento público o en el campus.
La sensación no era de acoso, sino de una admiración secreta y profunda, conservada con una reverencia casi artística.
Aurora alzó la mirada de la caja y se encontró con los ojos vulnerables de Tae-jun. Tenía muchas preguntas que hacerle, pero la principal la quemaba más que la herida recién operada.
—¿Por qué, Tae-jun? —su voz era suave, sin acusación, solo pura curiosidad—. ¿Por qué tienes todas estas fotos de mí, de hace años, en un rincón escondido de tu habitación?
Él abrió la boca para hablar, pero ella siguió, impulsada por la lógica que regía su mente.
—Y lo más importante... si tú tenías todo esto, si me habías estado... viendo... por tanto tiempo, ¿por qué actuaste como si no me conocieras cuando nos vimos por primera vez en la oficina? Actuaste con una indiferencia tan perfecta. Como si yo fuera una completa desconocida, una empleada más a la promovían para un puesto.
Ese era el misterio. ¿Por qué construir un muro de indiferencia tan alto, tan perfecto, cuando él ya poseía un tesoro tan íntimo de su pasado?
Tae-jun no parpadeó. Sabía que ella, con su inteligencia aguda, ya había analizado la situación.
—Lo sé. Actué como si fueras una desconocida. Y mi secreto ahora está expuesto —dijo él, sin intentar negarlo—. Tienes todo el derecho a estar molesta. Pero, Aurora, por favor, créeme cuando te digo esto: nunca quise hacerte daño.
Tomó aire, preparándose para la historia que tenía guardada por años. Puso su mano sobre la caja, sobre la de ella, sellando el contacto.
—Tienes razón, puedo explicarlo. Y no es una historia corta. Pero necesito que me escuches. Lo que hay en esa caja es mi pasado, y tú eres mi presente. Todo lo que hice, lo hice por miedo. Y lo que hay ahí... es la razón por la que eres la única mujer que me ha llevado a perder el control.
Editado: 30.10.2025