Lo último que vea al dormir y lo primero que mis ojos contemplen al despertar.
Una semana después de la pesadilla, la vida de Aurora se sentía surrealista, pero dulce. Tae-jun la llevó a una de las boutiques más exclusivas de Gangnam.
—Necesitas un vestido que celebre tu victoria —dijo él con un guiño.
Aurora eligió un hermoso vestido de seda azul marino que realzaba su figura con una sencillez sofisticada. No sospechó nada; le encantaba que Tae-jun la mimara sin motivo.
Al llegar a casa, mientras Aurora se vestía, Tae-jun ultimaba los detalles con el móvil. La operación había sido un éxito, gracias a la discreción de Seul-ki y la habilidad de distracción de Do-hee.
—Solo vamos a cenar, mi amor —le dijo Tae-jun con una sonrisa de lobo, disimulando su nerviosismo—. Tienes que lucir ese vestido.
Aurora, radiante, le creyó.
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Tae-jun la condujo a un restaurante súper exclusivo en la cima de un rascacielos de Gangnam. La cena transcurrió entre risas y recuerdos, con la intimidad que Aurora atesoraba. Al terminar, en lugar de ir al lobby, Tae-jun la tomó de la mano y la guio hacia unos ascensores de servicio poco comunes.
—¿A dónde vamos? —preguntó Aurora, su curiosidad se encendió.
—A tomar el café en otro sitio —respondió él, misterioso.
Subieron varios pisos más. Cuando las puertas se abrieron, no estaban en otro restaurante, sino en la azotea del hotel. El viento fresco de la noche acarició el rostro de Aurora. La azotea estaba completamente a oscuras y vacía, pero la vista panorámica de la ciudad era impresionante. Miles de luces de Seúl parpadeaban bajo sus pies.
—Tae-jun, esto es... impresionante. Es tan hermoso —dijo Aurora, absorta en la inmensidad.
Tae-jun se colocó detrás de ella, acercándose a su oído. —Sí que es impresionante, mi Dione. Es extremadamente hermoso.
Aurora se giró para compartir el momento con él, pero se percató de que él no estaba mirando las luces de la ciudad, sino a ella. Su mirada la desnudó el alma.
Tae-jun la tomó por los hombros y la puso de frente, luego agarró sus manos. Su voz era grave, firme y llena de una emoción que hizo temblar a Aurora.
—La última semana, el mundo me demostró lo frágil que es el tiempo. No puedo concebir un día más en el que no sepa que eres mi esposa. Aurora, te amo tanto que la idea de vivir sin ti no es vivir. Eres mi refugio, mi conciencia y mi paz. Eres la razón por la que mi corazón late tan intensamente.
Llevó su mano a su pecho, y el calor de su cuerpo la invadió. Tae-jun respiró profundamente, y con un movimiento que no le dio tiempo de reaccionar, sacó de su chaqueta un estuche de terciopelo blanco.
Al abrirlo, Aurora se quedó sin aliento. Era un anillo de compromiso tan delicado como deslumbrante, con un corte único que parecía atrapar todas las luces de la ciudad.
Tae-jun se puso de rodillas, sin perder el contacto visual.
—Quiero que seas lo último que vea al dormir y lo primero que mis ojos contemplen al despertar. Quiero que vivamos en una linda casa, con un perro tonto y, en unos años, que tengamos uno, o dos, o tres, o... —hizo una pausa dramática— ¡cuatro bebés!
Aurora abrió los ojos, su sorpresa se transformó en una carcajada cristalina.
—... Después de cenar, podríamos dar paseos y acampar algunos fines de semana. Y luego llegarán los niños, y tú y yo los llevaremos al colegio y seremos felices todos juntos.
—Espera, espera —dijo Aurora, con los ojos todavía húmedos por la risa—. Esa frase de "todos juntos" suena a que seríamos demasiadas personas en esa casa, ¿no crees?
Tae-jun se hizo el ofendido. —No hables así. Los hijos imaginarios podrían ofenderse por la falta de fé que escuchan, siempre eh querido una familia númerosa, muchos niños.
Aurora rodó los ojos, incapaz de dejar de sonreír.
—Mi amor, mi vida, mi todo. ¿Quieres ser mi esposa, mi compañera eterna en esta aventura llamada vida?
—Sí. ¡Sí, quiero que seas mi esposo por siempre! —dijo Aurora con todas las fuerzas de su alma.
Tae-jun se puso de pie, le colocó el anillo, sellando la promesa, y luego la besó, un beso apasionado y profundo que prometía un futuro sin fin.
Justo cuando se separaban, escucharon aplausos detrás de ellos.
La azotea se encendió con luces brillantes y guirnaldas, revelando que no estaban solos. Al darse la vuelta, Aurora vio a todas las personas que estaban en su corazón:
Los padres de Tae-jun, los tíos, Seul-ki y Seok-jin (abrazados y llorando), Do-hee y Jae-woon su novio, algunos primos de Tae-jun que ella aún no conocía, y dos de sus amigas más cercanas de la empresa que se habían escabullido.
—¡Felicidades! —gritaron todos.
Aurora se echó a llorar de nuevo, esta vez de pura felicidad. El "plan sencillo" de Tae-jun era, en realidad, una fiesta sorpresa planeada con meticulosidad, uniendo la intimidad de la promesa con la alegría compartida de la familia.
El resto de la noche fue una celebración mágica en el cielo de Seúl, llena de risas, bailes y brindis por la felicidad de la pareja. Al final, los más cercanos terminaron la fiesta en el cálido hogar de Tae-jun, donde, por fin, Leonidas y Dione se sintieron seguros y completos.
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La celebración en el ático estaba en su apogeo. Mientras la música suave envolvía a los invitados, la Señora Jeong Ji-eun, la madre de Tae-jun, se acercó a Aurora. Sus ojos brillaban con una mezcla de lágrimas de alegría y un orgullo genuino.
Tomó las manos de Aurora entre las suyas, su agarre era cálido y maternal.
—Aurora, mi querida —comenzó la Señora Jeong, su voz era un murmullo suave y profundo—. Quiero que sepas que estoy inmensamente orgullosa de llamarte hija. Desde el día que te conocí, supe que eras especial, pero después de todo lo que has demostrado... tu fuerza, tu valor, tu nobleza. Eres todo lo que Tae-jun necesita.
Las lágrimas se asomaron a los ojos de Aurora.
Editado: 09.11.2025