Matemáticas, uno más uno no siempre es igual a dos.
La noticia del primer embarazo de Aurora fue pura euforia. Ella había preparado una caja de bebé con un pequeño par de zapatitos. Tae-jun lloró de la emoción. Eran la pareja perfecta, en el momento perfecto.
Cuando el ecografista les dio la gran noticia de que esperaban un niño, ambos estaban extasiados. Al llegar a casa, Aurora dibujó en su pizarra mental, simplificando la ecuación de la felicidad:
Aurora + Tae-Jun = Niño
Perfecto. Matemática simple, resultado: felicidad.
Unos años después, Aurora se enteró de su segundo embarazo. Pensó: ¡Aún es pronto! Joon-ho aún es pequeño. Pero preparó todo con amor y le dio la noticia a Tae-jun. Como era de esperar, él estaba más que loco por la noticia, saltando y abrazándola como si hubiera ganado la lotería.
Aurora amaba a sus hijos como loca, pero dos hijos eran más que suficiente, pensó, y se prometió que tendría una conversación seria sobre planificación familiar con Tae-jun después de la primera cita con el obstetra.
Se quedó muda cuando la doctora le dijo con una sonrisa profesional: —Felicidades, son gemelas.
En cambio, Tae-jun estaba llorando de alegría, dando gracias al universo por la bendición doble. Aurora, en su mente, revisó la ecuación, y esta vez el resultado era abrumador:
Aurora + Tae-Jun = Niño, Niña, Niña
Su conversación sobre planificación familiar se pospuso indefinidamente.
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Pasó el tiempo. Después del difícil parto de las gemelas, Aurora fue extremadamente estricta con el control natal. Pero, por un giro cruel del destino, las píldoras anticonceptivas le provocaron una alergia extraña e incómoda. Tuvo que dejarlas por un tiempo para que su cuerpo se recuperara.
Una vez que todo volvió a la normalidad, ella inmediatamente fue a reiniciar el tratamiento. Justo antes de empezar, el análisis de sangre reveló la inevitable verdad: ¡estaba esperando otro hijo!
Aurora lloró mucho. Estaba feliz, sí, pero sentía que se iba a llenar de bebés.
Tae-jun, por otro lado, estaba inmensamente feliz. Quería reírse, quería gritar, quería dar puñetazos al aire. Pero no se atrevía a hacerlo delante de una afligida Aurora; de lo contrario, sería hombre muerto.
—Voy por un pañuelo, mi amor —dijo Tae-jun, con una falsa calma en el rostro.
Entró al vestidor, cerró la puerta, y se explotó de la alegría. En el silencio del vestidor, empezó a saltar y levantar el puño en victoria. Se reía en voz baja, dándose palmaditas en el pecho como un campeón que acaba de ganar una medalla de oro en reproducción.
En eso, Aurora lo llamó con un sollozo. Tae-jun intentó calmarse. Su rostro, aún enrojecido por la risa contenida, se esforzó por mostrar seriedad mientras salía del vestidor.
Se acercó a la cama, le dio un beso en la cabeza y la abrazó, diciéndole que todo estaba bien, después de unos segundos. Abrazados.
—Ya puedes sonreír —dijo Aurora, con un puchero afectuoso, levantando la mirada hacia él—. No te contengas por mí.
El permiso de su esposa fue el detonante final. La risa reprimida de Tae-jun explotó. Se inclinó sobre su vientre, riendo incontrolablemente, antes de besarlo con devoción.
--Estoy inmensamente feliz mi amor, está noticia me ha echo el hombre más feliz del mundo.
Cuando levantó la mirada hacia ella, con la cabeza todavía cerca de sus piernas, Aurora lo miró y sonrió, el amor reemplazando la frustración.
—Más te vale que no sean gemelos esta vez —dijo ella, una amenaza juguetona en su voz.
Tae-jun, con la sonrisa más amplia y radiante que había tenido en el día, solo asintió con la cabeza, manteniendo el misterio vivo. Tres hijos, y el cuarto en camino. No podría ser más feliz.
Editado: 09.11.2025