Actor Secundario

Actor Secundario

De hecho, normalmente nunca es algo que llame la atención. El aleteo de una mariposa agita el aire que hay justo delante de ti y desata un huracán que manda la frágil estructura sobre la que se sustenta la vida a la mierda en cuestión de segundos. Aquel día, en la vida de Logan Mondadori, la mariposa fue el simple empujón inconsciente de un par de amigos que se cruzaron con él por la calle.

En aquel momento, la autoestima de Logan Mondadori se tambaleó como un castillo de naipes al que le azota salvajemente una suave brisa. ¿Por qué tan importante? Porque, la risa que lo sucedió, aunque no fuera dirigida para él, le recordó algo que ciertas entidades freudianas le susurraban al oído en las noches más oscuras. Él nunca había sido un Brad Pitt, un Leonardo di Caprio o un Jack Nicholson. Joder, ni siquiera un triste Tom Cruise. Solía ser un Giovani Ribisi, un Jeffrey Wright y ojalá un Steve Buscemi.

Aquel día en la vida de Logan Mondadori no empezaría hasta que estuviera a punto de terminar. Sería un día que nunca sería vivido porque, Logan Mondadori, estaría atrapado en los días de sus recuerdos, la adicción más extendida por toda la humanidad y la más mortal. La nostalgia engatusa al perdido de una forma más tóxica que la heroína, la pornografía o rascarse la espalda.

Aquel día en la vida de Logan Mondadori se veía invadido por una monotonía que no hacía otra cosa que favorecer el perderse por los senderos del pasado. Y, aunque los recuerdos se suelen endulzar con el tiempo, los de Logan Mondadori aún conservaban su amargura original. Aquel choque de hombros que no tenía mayor trascendencia en el continuo proceso entrópico del universo, lanzó a Logan Mondadori veintiocho años en el pasado, cuando aún no vestía traje ni estaba encadenado a un maletín.

Aquel día en la infancia de Logan Mondadori era como otro cualquiera. Papá Mondadori había salido por patas cuando, al primer embarazo indeseado, le siguió un segundo y Mamá Mondadori cargaba con los pequeños Mondadori sin muchas dificultades económicas, pero con alguna más emocional. Papá Mondadori no era un cabrón, por eso la carrera que se pegó el día que vio por segunda vez una palabra indeseada en un test de embarazo, le dolió más a Mamá Mondadori. Y, las heridas no desaparecen, aunque cicatricen. Mamá Mondadori había cicatrizado la herida con la forma de su hijo y eso no es algo que favorezca a un niño. Nunca le confinó a una alacena ni le acusó en la cara por su sequía sexual, pero tampoco le colmaba de abrazados exactamente y su labor materna se limitó a poco más a parte de la alimentación y la firma de papeles. No era la intención de la mujer, pero tener a un pequeño Mondadori correteando por casa no despertaba la simpatía de una persona que se hurgaba la herida cada mañana y cada noche. Logan Mondadori era para su madre un maniquí que no podía quemar al que le habían grapado en la cara una fotografía de Papa Mondadori.

Aquel día en la niñez de Logan Mondadori era como otro cualquiera. Polis y cacos y el pilla-pilla son las bases sobre las que se asienta el orden de nuestra sociedad, porque es jugando como aprendemos si un puñetazo es una solución o un problema. Perseguirse unos a otros y caer muertos de risa bajo la ráfaga de una pistola formada por dos dedos es, quizás, la mejor forma de estrechar lazos. El problema es que, cuantos menos lazos tienes, más fuertes los atas y se nota más su ausencia cuando se desatan. Y Logan Mondadori tenía pocos lazos. Los amigos de Logan Mondadori eran como cualquier grupo de niños cuya única preocupación fuera encontrar el escondite perfecto. Pero los amigos de Logan Mondadori no tenían a Logan Mondadori por un amigo, y eso fue lo que más daño le hizo. Nunca durmió en una casa que no fuera la suya, ni le invitaron a un cumpleaños en el zoo, ni le animaron a jugar a la gallinita ciega.  Eso fue lo que más daño le hizo. Porque uno puede acostumbrarse a los puñetazos y a los besos, pero, acostumbrarse al silencio, se llama locura.

Aquel día en la adolescencia de Logan Mondadori era como otro cualquiera. Cuando las hormonas burbujean bajo la piel y los padres enseñan a conducir a sus hijos sus propias vidas, la vida empieza a ser vida. Pero, la madre de Logan Mondadori nunca había conducido la vida de su hijo, por lo que, lo único que cambió la pubertad de Logan Mondadori fue volverlo todo más caótico si cabía. La peor de todas las sustancias que hervían en el torrente sanguíneo de Logan Mondadori fue la oxitocina, la hormona del amor. Logan Mondadori veía el mundo bajo un solo espectro, el suyo propio, nadie le había enseñado nunca nada a parte de los siete colores del arco iris, así que ese era su criterio. Y el espectro de Logan Mondadori entendía cualquier emoticono como una muestra de afecto (sí, el de la mierda sonriente también). Como la primera estrella que ardió en la inmensidad del joven universo, un símbolo de menor que y un tres iluminó la cara de Logan Mondadori con el súmmum de la inocencia: la ilusión. Pero, aquel vidrio que fue cristalizando durante decenas de meses, se quebró en el momento en el que un meme de la rana Pepe le llegó a esa personita especial justo cuando Logan Mondadori le vio con la lengua en una garganta que no era la suya. Una cadena de conversaciones terminadas en “Jajajaja” no son garantía romántica, pero el único prisma bajo el que pasaba la luz que iluminaba a Logan Mondadori brillaba demasiado, hasta el punto de superar el foco de una linterna a medio milímetro de la córnea, y por eso puede que viera las cosas un poco más exageradas. Puede que la palabra “puta” pasase por la mente de Logan, pero ni ella lo era, ni él lo pensaba. Cuando el látigo de la indiferencia contraataca, los gritos de dolor ignoran el raciocinio. Con la espalda flagelada, el único rincón en el que Logan Mondadori se sentía lo suficientemente seguro como para expresarse era en la penumbra crepuscular de su habitación. Y, en la penumbra, Logan Mondadori era un asesino que se mataba a pajas entre lágrimas. Y cada vez se mataba más y más hasta que el azul se mezclaba con el blanco, generando un cian(uro) que lo dejaba cada vez más muerto.



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En el texto hay: reflexion, depresion

Editado: 18.07.2021

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