Actualizando Corazón

Capítulo 6

Nora

El día se me escurre como agua tibia entre los dedos. No sé si es el efecto de los calmantes o solo el cansancio acumulado de tantas noches sin dormir bien.

Me recuesto contra las almohadas, con una manta delgada sobre las piernas, y dejo que la luz tenue que entra por la ventana bañe la habitación en ese dorado suave de la tarde.

—¿Necesita algo más señora? —pregunta la enfermera.

—No, gracias, puedes irte —sonrío.

—Gracias a usted por permitirme.

Me había pedido para salir una hora antes de que termine su turno, es el cumpleaños de su nieto. Por supuesto que se lo daría, la otra vendrá pronto, además no es como si no pudiera hacer nada por mí misma.

Me quedo sola, mirando la flor en el jarrón de la mesa de noche, una sola, blanca, mi niño me había regalado esta mañana. Paso los dedos por el borde del pétalo, casi sin tocarla.

Mi dulce bebé, todavía recuerdo cuando lo tuve por primera vez en mis brazos.

La puerta se abre y escucho sus pasos, sé que es él antes de mirarlo. Tiene esa forma de caminar que no pide permiso, claro, por qué lo haría sí es su casa.

Giro la cabeza y lo encuentro ahí, de pie, con los brazos cruzados y los ojos clavados en mí.

—La cirugía es mañana a las ocho —anuncia sin rodeos.

Siento un nudo subir por mi garganta. Parpadeo varias veces, tratando de tragarlo, pero no funciona. Una lágrima me traiciona y cae por mi mejilla, la seco con el dorso de la mano sin apuro.

Inhalo y exhalo para calmarme. Cuando me siento preparada, levanto mi cabeza para mirarlo.

—Soy consciente de que no tengo ningún derecho de pedir esto —susurro—. Cuida de mi niño por favor, no quiero que él se quede en mano del estado. —Vuelvo a tragar el nudo—. Él es fuerte, sí, pero también es un niño. No lo parece, lo sé, aun así, necesita todavía de atención.

Kingsley, se acerca sin decir nada. Se sienta en el borde de la cama, sus ojos recorren mi rostro. No soy capaz de sostenerle la mirada.

—No va a pasarte nada —afirma.

Su seguridad es tanta que casi me creo.

—Aunque quieras, no puedes controlar todo —comento dejando de lado el formalismo que nos diferencia.

—Sí puedo —responde con la misma arrogancia de siempre.

Me quedo en silencio, ni siquiera debí pedirle eso. Todo estuvo mal desde un principio. Elmer Kingsley, no es un hombre para cuidar de niños.

Me aferro a la manta, la arrugo entre los dedos. Ya he llorado suficiente, no quiero más. Respiro hondo y me hago más fuerte.

—No eres del tipo que se encariñe con niños —suelto, medio en broma, medio en serio—. Siento mucho porque estás metido en todo esto.

Elmer se encoge de hombros, con ese gesto suyo que es puro fastidio.

—No me gusta la gente en general —admite—. Aunque Charles es distinto. Es imposible no sentir algo por él. Es dulce, tiene más sentido común que la mayoría de los adultos que conozco.

No sé por qué me da risa, tal vez por los nervios o por cómo suena en su voz, pero no me di cuenta que eso me habría bombear la cabeza.

Bajo la cabeza y apoyo la frente en la palma de mi mano, y cierro los ojos. Esa presión incómoda que me viene persiguiendo desde hace días.

—¿Estás bien? —pregunta.

—Sí —miento.

Camina hacia la cama, se sienta a mi lado, y sin pedir permiso, parta mi mano y coloca la suya.

Contengo mi respiración, me relaja de inmediato de una manera que no esperaba. Ni siquiera la enfermera había logrado.

—No quiero… molestar —murmuro, sin abrir los ojos.

—Solo relájate —responde.

No discuto, me abandono a eso, a la sensación de alivio, a la idea de que, aunque sea por unos minutos, alguien sostenga lo que yo ya no puedo soportar.

—Gracias —susurro.

Solo Dios sabe cuan agradecida soy por todo lo que ha hecho.

—No soy tan inhumano como creen —replica.

El silencio se instala entre nosotros, pero no es incómodo. Incluso es cálido, no sé si estoy soñando, o solo delirando por todos los medicamentos.

Me estrecha contra su pecho y apoyo mi cabeza en su hombro.

Kingsley está cerca, demasiado cerca, puedo sentir su perfume, y lo peor es que me da paz, ese aroma caro que no sé nombrar pero que me da paz.

No debería dejarme llevar por eso, no puedo caerme justo ahora en el encanto de un hombre que no tiene espacio en su vida para nadie, mucho menos para una enferma que ni sabe si va a sobrevivir mañana.

Levanto mi mirada hacia a él, pero me congelo al encontrar que sus ojos están en mí. Está demasiado cerca, y todo lo que puedo soportar.

Observo la flor seca en la mesa de noche, intento concentrarme en su forma para no mirarlo otro, pero es inútil.

—Deberías descansar —murmura, por fin.

La puerta de abre de golpe, justo cuando voy a responder.

—¡Mamá!

Elmer se levanta de un salto, me enderezo. Charles entra como un rayo, con los pasos firmes, la mirada encendida.

Mi corazón se aprieta al verlo así.

—Charles, ¿qué pasa? —inquiero.

—¿Por qué está él aquí? —cuestiona, alzando la voz como si ya no pudiera contenerse—. ¿Qué hace en tu cuarto?

—Baja el tono —ordena Elmer, serio.

No grita, ni frunce el ceño, solo lo dice, y basta para que Charles frene un segundo.

El niño frunce los labios y se sube a mi cama, dejando claro que tiene todos los derechos del mundo. Se acomoda a mi lado y me abraza con fuerza, le rodeo los hombros con el brazo y le beso la frente.

—Estoy bien, amor —susurro.

Charles levanta el dedo y apunta directo a Elmer.

—¡Aléjate de mi mamá! —advierte.

Lo dice con tanta decisión que me deja sin aliento. Elmer no se inmuta. Ni una sola arruga se le mueve en el traje perfectamente planchado. Solo cruza los brazos y ladea la cabeza.

—Como digas, jefe —responde con tono neutro, casi burlón.

—Soy su hijo, no necesito más que eso para exigir —responde Charles sin parpadear—. Kingsley eres el hombre más amargado del planeta. Nunca podrías hacerla feliz.




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