Elmer
No la quiero aquí, es cierto, sin embargo, apenas he dormido. Ya estoy listo para el día aunque faltan tres horas para irnos al hospital.
Es curioso cómo las circunstancias me obligan a tenerla aquí, en mi casa. No quiero que esté cerca, sin importar lo que haya pasado con su salud, o lo que esté pasando con el niño.
No es mi problema, no debo involucrarme, eso me repito una y otra vez, aun así, estoy parado frente a la puerta de la habitación de la mujer.
La abro despacio, la enfermera está durmiendo en el sofá mientras que Nora que está sentada mirando la oscuridad a través del ventanal. Voltea a mirarme.
—¿Qué haces aquí? —inquiere en un susurro.
—Deberías estar durmiendo.
—Lo mismo para ti. —Con eso vuelve a mirar.
Viéndola así, se me hace familiar, pero no logro distinguir con precisión.
—¿Alguna vez nos hemos visto antes, Nora? —pregunto.
Ella suspira, pero no me mira.
—Trabajé para ti durante dos años, tal vez tus cámaras me hayan notado —comenta como si nada.
—No me refiero a eso —aclaro—. Tengo la sensación de conocerte desde antes.
Me vienen algunas imágenes en la mente, pero lo descarto de inmediato.
—No lo creo —responde.
Nos quedamos en silencio, lo peor de todo es que siento la necesidad excesiva de acercarme y estrecharla entre mis brazos, estoy así desde anoche después de tocarla.
¿Por qué sentiría esto?
—¿Necesitas algo? —ofrezco, no quiero dejarla sola todavía.
—No, gracias.
Me quedo ahí parado viendo como la mujer me ignora por completo. Al ver que no está dispuesta a seguir conversando conmigo, me doy la vuelta y cierro la puerta detrás de mí.
Camino hasta mi oficina, enciendo mi computadora para revisar si no hubo ningún daño. Aunque tuve que tomar precauciones, como cerrar cada canal de acceso no esencial, red doméstica incluida, no quería darle ventaja a un niño que es como una bomba con papas.
Al parecer no hizo nada para fastidiarme. Me impresiona como un niño puede agradarme tanto en un momento, y al otro que quieras que vaya a la China.
Las horas fueron pasando mientras trabaja, me doy cuenta cuando levando mis ojos de la pantalla y veo que deberíamos salir ya de casa.
Al salir al pasillo veo de lejos que ellos están saliendo de la habitación, apresuro mis pasos para alcanzarlos.
Nora tiene la preocupación escrita en su rostro, pero aun así sonríe.
—¿Ya están listos? —pregunto al acercarme.
—Sí, voy a pedir un taxi —explica Nora.
—Los acompañaré —anuncio.
Ella me mira con ojos abiertos, tal vez tratando de descifrar si no me he vuelto loco.
Empujo su silla sin esperar respuesta, el niño no dice nada, solo se coloca a mi lado.
—Los veré en el hospital, iré en mi coche —anuncia la enfermera.
No, esta volverá, estaba durmiendo mientras debía hacerle compañía a Nora.
—Va a estar bien —le susurro mientras la subo en la camioneta.
Ella me sonríe solo un poco, luego le mira al niño. Él se sube en la parte de atrás, acomoda su pequeña figura. Volteo para sentarme al volante, desde aquí no puedo ver su rostro, pero siento la tensión en aire.
El viaje es silencioso, Nora cierra los ojos, y recuesta su cabeza.
—¿Te duele? —quise saber para acelerar.
Abre los parpados, y veo que están llenos de lágrimas.
—Mamá, me prometiste que tú, no me dejarías solo —su pequeña voz está quebrada.
Nora, le toma la mano.
—No, campeón, no te voy a dejar. Solo necesito ser fuerte por un momento, ¿de acuerdo? Voy a estar bien. Confía en los doctores, pero tú también tienes que ser fuerte, prométeme que serás valiente, ¿sí?
El niño asiente, pero es obvio que está aterrorizado. Él no entiende, por muy genio que sea, es solo un niño.
¿Cómo puede entender que su madre está enfrentando algo que podría quitarle la vida?
Se pasa la mano por el cabello y mira por la ventana, no sabe qué hacer con todo lo que le está pasando.
—Prometí que no te iba a dejar —repite Charles, con esa mirada desafiante que aprendí que tiene cuando no sabe qué hacer—. Y tú tampoco puedes dejarme, mamá.
La angustia en su voz es palpable.
Por otra parte, como siempre, me siento incómodo con los sentimientos, pero esta situación me afecta. Estoy intentando no pensar en el dolor que podría causarle a este niño si algo le ocurre a Nora.
No quiero preocuparme por ellos, no es mi papel, pero me encuentro deseando que todo salga bien para él, para su madre, y tal vez ver una sonrisa genuina en sus labios.
Es ridículo.
Pasan los minutos mientras avanzamos al hospital.
El silencio en el auto vuelve a ser pesado. Al llegar, ayudo a Nora a bajar, su rostro está más pálido, siento que está intentando mantener la calmar para su hijo.
La veo abrazarlo, lo besa en la frente, y le dice algo que no alcanzo a escuchar, pero que tiene la delicadeza de una madre.
—Te amo, campeón —le susurra.
—Te voy a esperar —responde Charles.
Aún así, cuando Nora entra con las enfermeras que la van a llevar a su sala para prepararla, me quedo con el niño. Lo observo desde un lugar que podría ser de indiferencia, pero no lo es, solo no sé qué hacer.
Su ansiedad me molesta, su silencio me incomoda. No sé cómo actuar con un niño tan destrozado.
Nadie me ha enseñado a lidiar con esto. ¿Cómo se calma a un niño que está tan preocupado por su madre?
Me alejo de él por un momento y hago lo único que se me ocurre: llamo a Harper, ella debe saber algo. Contesta en el primer tono.
—¿Sí?
—Harper, tienes sobrinos, ¿no? —suelto.
—Sí —habla, algo extrañada—. ¿Por qué?
—¿Cómo se calma a un niño? —inquiero, frunciendo el ceño.
No me gusta pedir ayuda, y menos necesitarla, pero el niño me está mirando con esos ojos llenos de desesperación, y no sé qué hacer con eso. No quiero ser el tipo de hombre que le da igual.