Actuando Con El CorazÓn || T.S #1

I

EVOLET

 

(Escocia – Edimburgo)

Brodick Castle.

Septiembre de 1807…

 

¿Qué hacía en ese lugar?

Ya lo recordaba.

Es que, desde que cometió tamaña locura no se le había olvidado.

La grandiosa idea que fraguó su cerebro había dado sus frutos, pero ¿A cambio de qué?

Estaba lejos del lugar que la hacía sentir desgraciada, inclusive debía estar agradecida. No obstante, Evolet no tenía ni idea de lo que se podía encontrar en esas tierras lejanas con hombres gigantes y temperamentos, que seguramente no soportarían su torpeza.

Pues esta no es que tuviese arreglo.

Que lo dijese su flamante marido que tenía un ojo morado.

Consecuencia de un par de horas atrás haberla despertado demasiado cerca para el gusto de su cuerpo nervioso.

Lo miró de reojo por decima vez bajando el libro, que supuestamente estaba disfrutando, el cual tenía al revés, porque prefería hacerse la desentendida que soportar la mirada inquisidora llena de odio del pelirrojo, por haberle dado aquel zurdazo digno de una pelea de brutales marineros.

Sin embargo, tenía que dar su punto de vista al respecto.

No podía simplemente morderse la lengua.

Si seguía un segundo más callada se la arrancaría, y que sería de ella sin la única cualidad que creía poseer, pese a que todos a su alrededor la vieran como una maldición.

Toda ella en general, pero no se desanimaría.

Tenía que darle a entender a su maridito, que aquello poseía solución.

Y la excusa perfecta lo haría parecer todo un héroe, en vez un hombre abusado por su nueva esposa.

Ya de por si su reputación en ese aspecto era desastrosa.

—Podemos decir que en el camino unos asaltantes nos sorprendieron, y por salvaguardar mi honor usted se sacrificó —propuso mirándolo fijamente cerrando y poniendo con demasiada fuerza el libro en su regazo lastimándose las piernas, haciendo que bufara por su repentina acotación a una conversación nula.

—En ese caso sería poco creíble, porque la hubiese dado como parte de cambio para resguardar mi integridad —pudo haberse sentido ofendida, pero si estaba haciendo bromas de esa índole es porque no se hallaba tan enojado como aparentaba.

¿O lo decía enserio?

—No lo culpo, Milord —confesó con una sonrisa de medio lado, haciendo que se envarase en su postura, como si no se esperase su reacción —. Solo que es mejor decir una mentira, a que su familia piense que estoy maltratándole cuando me sobrepasa por dos cabezas —es que era inaudito que una delgada a la par de enana mujer le dé una paliza.

—Su desfachatez es sorprendente —vociferó indignado.

—En mi defensa, si quería despertarme con un beso debió de ser más cauteloso —no eran las formas.

Se puso rojo de la ira.

» Bien que me huía en el barco, y ahora quiere carantoñas —negó con un dedo chasqueando la lengua —. Aclárese, porque está más confuso que mi abuela cuando me decía que consiguiera un amante, y después me regañaba porque iba por el hombre más apuesto de la velada —alegando que era casado, y que no se podía hacer en frente de todos.

Nimiedades, pero nada ocurría porque la cara de asco era la única respuesta acompañada de la risa de la esposa al no verla como amenaza.

Terminaban hasta teniendo unas palabras amistosas.

¿Quién lo diría?

Si se lo proponía, podía ser en un futuro hasta intima de la querida de su marido.

Eso le causó un retorcijón en el estómago que lo asoció a la comida degustada en la posada de camino a Escocia.

Era más sencillo lidiar con esa teoría.

—Usted no es sinónimo de discreción —vivía para criticarla.

Antes de que pudiera decir algo a su favor el mobiliario se detuvo, haciéndoles saber por el aviso del conductor que había llegado a su destino.

Consiguiendo que se pusiese ansiosa por lo que pasaría a continuación.

Estaría en una casa desconocida, pero debía de tranquilizarse pues nada sería peor que residir bajo el mismo techo de su querida abuela Guillermina, y su perfecta hermana menor Emily.

Ahí era ella sola, y si la criticaban no tenían con quien compararla.

Movió los hombros dispuesta a hacerle frente a la situación, notando que en medio de sus elucubraciones había quedado sola en el carruaje sin ningún tipo de apoyo.

Ese era su adorado esposo.

Tan hermoso y perfecto que le daba su espacio para afrontar los acontecimientos.

¿Qué decía?

Era un bruto que se alejaba de ella como si tuviera la peste encima.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.