Actuando Con El CorazÓn || T.S #1

IV

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¿Qué podía decir de la ostentosa cena rigurosamente escogida por su madre?

Lady Catalina Stewart Burke, Duquesa de Montrose, cuando quería podía votar la casa por la ventana.

Había sacado los cubiertos de plata, y la nueva vajilla china que solo disponía para sus invitados más preciados.

Palabras de sus hermanos que cuchicheaban, mientras esperaban la entrada de la nueva integrante de la familia.

Algo se traían entre manos.

Y al ser la mesa lo suficientemente amplia, ni sus padres podían escuchar lo que ese par de terremotos estaban planeando en pro de alguna integridad de la mesa.

¿Pensaban hacerle una broma a su esposa?

Porque si era así, él también quería participar.

No era de tomar parte en esos juegos absurdos, pero se sentía lo suficientemente rencoroso como para hacerle pasar un mal rato.

El cual lo libraría del interrogatorio, que su madre tenía en la punta de la lengua.

Portando las respuestas, pero no sintiéndose benevolente.

¿Enserio debía rendir cuentas?

—¡Cómo tarda esa muchacha! —se quejó su progenitora en un tono muy parecido al de reproche, pese a que notaba cierto deje de preocupación oculto en su voz.

—Se está poniendo más guapa de lo que es, madre —defendió Alistair, mientras bebía un poco de vino —. No me pueden negar que es bonita a su manera —se defendió ante la mirada inquisidora de la aludida, que le había dejado un chichón en la cabeza ni bien se dejó alcanzar.

—Tiene algo que provoca ternura —acotó Aine en concordancia con su hermano, mirándose con una sonrisa plasmada en los labios llena de complicidad.

Como si tuvieran una conexión, cuando se tratase de adivinar las personalidades de las personas.

Haciendo que suspirase, mientras también se empinaba su copa.

No sabían lo que decían.

Lo que estaba demostrando en ese momento no resultaba ni la mitad de lo que realmente era.

—¡Hijo! —llamó su atención Catalina —¿Qué te pasó en el ojo? —se había demorado en soltar algún comentario respecto a su semblante.

—Seguramente se lo ganó por ser tan poco delicado con Evo —Aine estaba para ayudar.

Entrecerró los ojos haciendo que se callara, mirando para otro lado a la par que bebía un poco de agua.

—Desde el minuto cero mostrando quien manda —al parecer esa noche era todos contra el heredero —. Esa es mi cuñada —alguien en la mesa perdería la lengua esa noche.

—¿Enserio te dejaste golpear? —preguntó Catalina incrédula —¿Qué le hiciste? —él siempre era el malo.

Abrió la boca indignado para defenderse de los ataques de parte de casi todo sus parientes, cuando un quejido a la par de un tropezón, los hicieron percatarse de que había llegado la más esperada de la noche.

Como siempre pareciendo un auténtico desastre.

La misma que en su tiempo le sacó la primera sonrisa genuina, tras mucho tiempo de fingir felicidad.

—En su defensa fueron unos asaltantes de camino —le dijo que no diera esa excusa —, y por protegerme, es que su perfecto rostro está en ese estado —eso resultó peor.

Su madre y hermana se irguieron al instante, para cerciorarse que lo que había ocurrido no fuera nada grave.

—Está mintiendo —contestó con fastidio, tratando de quitar a los pulpos que se le habían acercado —. Fue ella la que me agredió —sonaba como un abusado, pero prefería aquello antes que alarmarles con una preocupación innecesaria.

Evolet chilló en respuesta espantada, intentando pasar desapercibida mientras cojeaba en busca de su silla.

Su aspecto no era mejor que el de un par de horas atrás, pero había recuperado su sonrisa.

Se veía más relajada.

Inclusive, el vestido violeta que se había colocado la hacía ver más viva.

Igual que el brillo en sus ojos color miel.

Definitivamente se advertía diferente.

—Qué el dinero invertido en tu educación no parezca que fue en vano —le reprendió su madre con un pisotón, como si segundos atrás no hubiese estado preocupada por su bienestar —. Por eso que te ganaste ese golpe, bien merecido te lo tenías —esa era la mujer qué lo trajo al mundo.

Ni siquiera se había percatado en qué momento volvió a su lugar.

A regañadientes se enderezó, y sin volverle a dedicar una mirada a su flamante mujer le abrió la silla a su costado, esperando que se acomodase para por fin iniciar con esa cena.

Su madre tocó la campanilla, y de esa manera comenzó el desfile de platillos mientras entablaban una conversación llena de palabras cálidas para entrar en confianza.

Quien no la conociera diría que no estaba expectante por soltar todo tipo de cuestionamientos, que solo podía fraguar su ingeniosa cabecita.




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