Actuando Con El CorazÓn || T.S #1

VIII

—Tiene un fuerte resfriado —ese fue el dictamen de Gibbs ni bien cruzó la puerta de sus aposentos, y entre delirios la escuchó toser y estornudar.

—Gracias por instruirnos en lo obvio Gibbs —esa fue su madre, que se había unido después de que la había puesto medianamente cómoda tras un baño y la ropa de cama seca.

Quedando a su cuidado mientras el hacía lo propio.

» Pero necesitamos que nos ayude a que despierte, solo delira y los paños de agua tibia ya no sirven —llevaba un par de horas soltando incoherencias.

—No abuelita —esa era una prueba fehaciente —. Me duele —y sollozó —. Hago lo que quiera, pero no me lastime más —hasta el arrugó el ceño con eso ultimo.

¿De qué estaba hablando?

—Ve lo que le digo —señaló a la muchacha, que de forma inconsciente se recogía en su postura como protegiéndose —. Haga algo, que los brebajes de Prudence tampoco funcionaron.

—Milord —se dirigió a él, que estaba en una de las esquinas de la estancia con los brazos cruzados observando todo sin entrometerse —. Debe salir —pudo hacerlo, pero no quiso.

No podía.

Se lo había prometido tiempo atrás.

«No me deje sola con nadie.

No quiero que me dañen»

Pero, era Gibbs. Sin embargo, siguió al pie de la letra su petición porque algo le decía que no se refería a lo físico.

—La que debe salir es madre —el jadeo de esta lo pasó por alto —. Es mi esposa, y perdone que se lo diga tan abiertamente, pero la conozco lo suficiente como para saber que porta un par de lunares en la cintura hasta llegar a su cadera —el matasanos carraspeó en respuesta —. Hasta fui el que le atendió, así que redireccione la petición, y comience de una buena vez que la culpa del retraso es netamente suya.

—Lady Stewart —esta bufó, pero se mordió la lengua y salió no sin antes dar un sonoro portazo como muestra de su indignación.

Vio que alistaba sus implementos puesto a examinarle, pero lo detuvo.

—No es necesario que la revise —este lo miró sin comprender mientras se acercaba quedando a un costado de la cama —. Solo dele algo para que la fiebre ceda, y que el resfriado sea llevadero cuando despierte.

—Necesito saber cómo están sus pulmones —rebatió haciendo que apretase la mandíbula al notar que tenía razón.

—¿Algo más? —preguntó esperando que lo pusiera al tanto de donde colocaría las manos.

—Necesito… —no tenía porque completarla frase para entenderlo.

—Solo la parte superior —no cedería más.

Y no lo hacía por él.

—Pero evidentemente volvió a lastimarse el tobillo —¿Enserio tenía que especificar?

—Solo cúrela pasando por alto su intimidad —se aflojó el pañuelo al sentir el rostro caliente y u nudo en la garganta por la vergüenza.

En definitiva, por culpa de esa mujer quedaría como un marido posesivo.

De esos cavernícolas que retaban a duelo por una mirada aparentemente indiscreta.

Con ella era todo un dolor de cabeza.

Lo siguiente que ocurrió fue en completo silencio.

Estando al pendiente sin pestañear en cada movimiento del matasanos.

Siendo observado de reojo por este.

El cual tras unos minutos se irguió dirigiéndose ala cuerda del servicio teniendo al instante a Prudence y la señora Mera a sus servicios.

—Compresas, y esto para que ceda la calentura —espeto escribiendo en una hoja entregándoselo a la doncella que salió corriendo a hacer lo que se le pedía, dejando a la señora Mera esperando su deducción al respecto.

—Efectivamente es un fuerte resfriado Milord —se dirigió a el —. Debe guardar reposo, y eventualmente despertará —estaba guardando sus cosas en el maletín presto a retirarse —. Por hoy se debe estar al pendiente de ella procurando que la febrilidad ceda —se dirigió a la señora Mera —. No puede desampararle un solo momento, si llega a empeorar no dude en mandar a buscarme —intentó entregarle la receta a la dama de compañía, pero en un par de zancadas estuvo a la altura de estos y se la arrebató de las manos dejándolos confundidos.

—Me haré personalmente cargo de ella —Gibbs lo miró con sorpresa y ¿Mera?

El rencor no le cabía en el cuerpo.

Sin embargo, ninguno tenía razón para objetar, así que el matasanos tras un encogimiento de hombros tomó su sombrero y se despidió, prometiendo regresar al día siguiente.

Quedando solo acompañándolos Mera, que claramente no se pudo morder la lengua, porque escupió todo el veneno que portaba en el cuerpo con desdén.

—Jamás procuró así a mi niña —se pasó la mano libre que tenía por la cara tratando de no ser descortés.

De entender, cuando lo cierto es que, si fuera por él, esa dama ni siquiera existiría como un recuerdo en sus vidas.

—Sera porque no se lo merecía, mi señora —el rostro se le puso rojo —. Ahora si me permite mi esposa necesita reposo, y claramente usted no es de su agrado —cuando escuchó el sonoro portazo sintió que respiraba en paz.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.