Actuando Con El CorazÓn || T.S #1

XI

EVOLET

Y al fin habían emprendido rumbo a tierras inglesas.

No pudiendo negar que se sentía enérgica con el panorama tras un día entero de trayecto.

No pensándolo por lo que seguramente le esperaba, pues eso ya estaba más que presupuestado, asimilado y aceptado en la medida de lo posible.

Era más bien la expectativa por saberse de alguna manera el centro de atención.

Dejando de ser invisible, puesto que, no había atrapado a cualquier.

Era nada menos que un próximo Duque, y ahora que lo meditaba con cabeza fría no era algo que le gustase en lo absoluto.

—Debí comprometer al mozo de cuadra —se quejó entre bufidos, olvidando por un segundo que tenía compañía.

—¿Y porque no lo hiciste, querida, si esto suponía un suplicio para ti? —por lo menos estaba a solas con su amado esposo, si no, no sabría como sortear la charla sin soltar una respuesta sincera.

Nunca podía morderse la lengua.

—Lo intenté —declaró sin pena, haciendo que abriese con desmesura sus impresionantes ojos esmeraldas —. Pero Jaime solo tenía ojos para mi perfectísima hermana Emily —y no lo decía con rencor, pese al suspiro.

Solo era un recuerdo, que recalcaba uno de los tantos hombres que la despreciaron por no ser lo que la media quería.

Y no precisamente de palabra, porque sus picaros ojos vieron cosas.

—¿Y no pudiste simplemente comprometerle? —como lo hizo con él le faltó decir, pero ya de por si era amargo conjeturar el final, como para que se lo expresase con todas sus letras, así que solo se hizo la desentendida, y dejando de mirar por la ventanilla le enfrentó.

—Solo era un buen amigo que me ayudó en lo que pudo para que mi abuelita no me castigara cuando era pequeña —y no mentía, pues se conocían desde que eran unos críos.

Su madre le ayudó a Guillermina a lidiarla, cuando la anciana desde que tenía uso de razón solo tuvo ojos para su hermana menor.

Entendible, cuando solo era una recién nacida y su madre partió.

Claramente tenía más cuidados, que una chiquilla de ocho años.

—Evidentemente fui tu salida —para que le mentía al respecto, si era una rotunda afirmación.

No obstante, intentar decirle parte de la verdad no estaba en sus planes.

No porque no quisiera, sino que simplemente no le creería cuando antes de la unión quiso explicarle y su respuesta fue:

«Nunca creeré lo que salga de tus labios.

Te di mi confianza, lo único que no podías romper y lo hiciste pedazos»

Despejó su mente de ese amargo recuerdo.

De aquel, que los tenía unidos de por vida.

—¡Esposito de mi corazón! —soltó en tono meloso pestañeando con efusividad, consiguiendo que una mueca de desagrado se formase en sus labios, y con esta la distracción perfecta para cambiar de tema —¿Cómo es Londres y su gente? —no le interesaba demasiado, pero si era para escuchar su voz, y desviar la atención no importaba.

—Un nido de víboras —al parecer no fue el tema idóneo.

—¿Entonces porque mi suegrita se veía tan pletórica? —ella seria la menos entusiasmada, si tuviese que lidiar con aquello cada año.

—Esta enseñada a tratar con esa gente, y es feliz nadando en la hipocresía —ella no podría —. Seguramente por eso es por lo que congeniaron —sabía que lo que estaba por decir no sería amable.

Su gesto lobuno lo delataba.

» La falsedad es algo que la cautiva, porque la mantiene entretenida —eso había sido lo suficientemente doloroso como para dejarle muda.

—Curiosa entretención —acotó en tono quedo —. No puedo si quiera imaginar cuanto demorará en descubrir todo lo defectuoso que porto, incluido lo superficial —y siendo oportuno el frenar del carruaje, abrió la puertezuela saliendo sin esperar su respuesta.

Eso lo había dicho dolida.

Con el corazón estrujado por su mirada gélida.

¿Es que jamás lo recuperaría?

No lo había tenido, pero como le costaba aceptar que nunca seria suyo, porque él siempre era la excepción a la regla.

Siendo de sus amores fugaces, el más persistente en quedarse.

Que corazón tan terco el suyo, si se hubiese empecinado con el señor Rider, por lo menos se resignaría a no estar a su lado por haberle casi matado.

Pero, con él…

Con él, ni atentando contra su integridad pudo dejar todo por la paz.

Soltó la parte baja de sus faldas cuando estuvo frente a Catalina, Aine, Alistair y la señora Mera, que habían hecho el viaje en un carruaje diferente para darles un poco de privacidad.

La pequeña enfurruñada con los brazos cruzados, y el cabello alborotado al no querer estar al lado de su intensa madre y la preciada momia, pues en contra de su voluntad la había jalado a ese viaje, con la excusa de tener que adecuarse lo que pronto seria su vida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.