XXVII

EVOLET

Respira, Evolet.

Ni siquiera has bailado, así que no tienes permitido perder el aire.

Solo estás viendo danzar a los asistentes.

Nada que no puedas sobrellevar con una copa de vino rebajado o de ponche.

¡Le está tocando el pecho!

Archivald le sonríe mostrándole sus perfectos dientes blancos, mientras esta pestañea como si se le estuviese cayendo un ojo.

¡Que descarada!, le está hablando al oído.

Eso te lo buscaste por lengua larga, ahora soluciónalo antes de que lo perdamos para siempre por tus estupideces.

Pero, papá Stewart me recalcó que me hiciera desear.

Ya fue suficiente de hacerte la que no quieres estar con él, te acepta tal y como eres así que, utiliza tu testarudez y hazle saber que no dejarás que esa rubia con cuerpo perfecto y rostro de ensueño te lo arrebate.

Se fijó en ti sabiendo que lengua portabas, no tienes margen de error.

No te puede odiar más de lo que ya lo hace por tu errores y desprecios.

Lánzate, o te arrepentirás toda tu vida de arrojarlo a los brazos de alguien más.

Crees no merecerlo, pero es tuyo.

Tienes posibilidades de resolverlo.

…

Su cabeza tenía razón, no podía perderlo más.

Estaba demasiado lejano, pero tenía que evitar de alguna manera que el abismo entre ellos se acrecentara.

Estaban a escasos días del cese de eventos sociales, y de verdad quería tener su primera navidad en paz.

Con una familia que la aceptara de verdad.

Hasta le había comprado presentes a todos.

Pero, eso no era lo más importante.

Lo que era más trascendental para su alma, resultaba el hecho de que quería pasar la primera navidad con él.

Compartiendo un chocolate caliente, antes el crepitar de las llamas de la chimenea contando anécdotas, mientras se acurrucaba a su costado en busca de calor.

Haciendo muñecos de nieve.

Galletas.

La mismísima cena navideña.

Todo lo que su hermana y abuelita habían rechazado al querer pasar tiempo lejos de ella, alegando que era la única temporada que tenían para respirar de su presencia.

En consecuencia, solo teniendo al padre William y a las monjitas del monasterio que ayudaba como compañía, porque ni los empleados estaban dispuestos a perderse esos días con los seres que realmente apreciaban.

Y los entendía, pero ni siquiera era capaz de aceptar la invitación de Antonieta y sus padres para que no terminaran de compadecerse de su nefasta existencia.

Hasta Jacinta, y Jaime intentaron que se uniera a sus festividades, pero sabía que no encajaba.

El ambiente seria tenso, y ellos también necesitaban un poco de paz.

…

Salió de su ensoñación, cuando un zarandeo en el hombro la trajo al presente, haciendo que se quejara de forma audible dispuesta a cantarle las cuarenta a su agresor, o en ese caso agresora al estar rodeada de sus amigas.

Porque las consideraba como tal.

Esos días se había dado cuenta que las podía considerar como eso.

Unas entrañables amigas que estarían para ella.

Y lo decía porque habían estado para ella en esos días, después de que su esposo le reveló las intenciones con Lady Harris.

Invitándola a salir después de que su jornada laboral concluía, o a desayunar. O simplemente a tomar él te en una de las casas de estas.

Le limpiaron las lágrimas, y hasta se ofrecieron a darle una paliza a su esposo.

Esa última proposición lanzada por Ailia.

La más chismosa de las cuatro, incluyéndose.

Siendo reprendida por Brighid, y Josephine no dándole demasiada importancia con un encogimiento de hombros como respuesta.

—Casi me pones giratorio el hombro —espetó con un puchero en los labios doliéndose por su extremidad, mientras la mujer de ojos violáceos con un chasquido de lengua desestimaba su réplica señalándole con la mirada lo importante, que al parecer en ese caso no era su hombro herido.

Estaba segura de que necesitaría compresas para calmar el dolor.

Como pegaba de duro la condenada.

—Lo importante aquí no es que te quedes sin una parte de tu cuerpo —la lengua de Ailia era mortal en todos los aspectos —. Si no lo que puede pasar, si no haces algo para detenerlos.