Actuando Con El CorazÓn || T.S #1

XXXI

ANTONIETA

 

(Philadelphia – Estados unidos)

 

El cuerpo lo sentía, pese a la época, agotado.

Con las fuerzas extinguidas, sin importar que dormía la mayor parte del tiempo.

Los médicos desde que tenía uso de razón le informaron que viviría pocos años, que su tez pálida mortífera era producto de una afección en el corazón imposible de curar para la época.

Nada había documentado, y se salía de su control.

Lo único que recordaba era la inexistente infancia.

Como otros niños corrían por el parque, mientras que ella se enclaustraba en cuatro paredes mirando por la ventana sentada con el miedo latente de quedarse sin fuerzas, y caer desplomada al suelo.

Sus sonrisas siendo escasas, hasta que le conoció.

Su torpeza sin medida fue como un soplo de aire fresco, que necesitaba su sangre para que su corazón bombeara menos forzado.

Porque eso había sido Evolet para su vida.

Esa vitalidad, que desde que nació tenía extinguida.

Esa niña de cabello castaño despelucado, y vestido desastroso que huía de su abuela al haberle dañado los rosales el mismo día que su madre y ella fueron a tomar él te, se convirtió en lo mejor que le había pasado hasta el momento.

Pareciendo como si apenas hubiese sido ayer cuando le obsequió una sonrisa desdentada, al habérsele caído los cuatro dientes delanteros, ofreciéndole su mano sucia que aceptó sin reparos, mientras miraba para todos lados antes de volver a correr.

También recordaba como su madre la miraba con curiosidad, puesto que, por primera vez sus mejillas se apreciaban ruborizadas y la sonrisa genuina.

Daba el aspecto de viva, pese a que no volvió a verle en el transcurso de la tarde, pero bien que se escuchaban los gritos provenientes del ama de llaves.

«—Evolet, mi niña —decía con dulzura desmedida —. Debes de bañarte, tu abuela indicó que si no lo hacías dormirías en las caballerizas.

—Pero, si me bañé la semana pasada —alegó, mientras reía de forma nasal quien sabe desde que lugar de la casa —. Soy lo bastante aseada para saber que aún me faltan un par de días para mi siguiente baño»

Eso se quedó grabado en su mente, como lo que le comunicó a su madre de regreso a casa, la cual la observó con curiosidad palpable, pero no le negó nada.

«—¿Qué tengo que hacer para verte sonreír de nuevo de esa manera, mi vida? —dejó de mirar por la ventanilla y sin dudarlo le respondió.

—Quiero que esa niña sea mi amiga, mami —no se lo pensó dos veces antes de pedirlo.

—¿Qué niña?

—La de la sonrisa más preciosa que he visto en mi vida —abrió los ojos llenos de sorpresa —. La que se ríe como un puerquito.

—¿La nieta mayor de doña Guillermina? —asintió de forma efusiva —¿Y porque no de Emily? —arrugó el ceño con desagrado.

—Es más pequeña, y aparte me jaló mis trencitas mientras se reía de mi —desde chiquita mostrando como seria.

—Pero…

—Solo quiero eso, mami —asintió sin más replicas por su parte —. Invítala a que juegue conmigo mañana.

—¿Jugar? —eso era una novedad.

—Me apetece si vendrá, mostrarle también los jardinees —hubo un silencio denso, que se desapareció cuando su madre asintió de nueva cuenta con efusividad, recobrando un poco de alegría que también se había esfumado de ella desde que no sabía si despertaría con la noticia de que su pequeña había partido a mejor vida.

—Lo que quieras, mi amor —le besó la frente —. Apenas lleguemos mandaré la invitación»

Suspiró sonoramente, mientras ponía los pies desnudos en el suelo de mármol tras desperezarse con una sonrisa en los labios.

Ese día en particular se sentía enérgica, pese a que echaba de menos a su mejor amiga.

A esa hermana que le dio la vida.

Recorrió las cortinas, a la vez que los estornudos y la tos invasiva que le hacía doler el pecho no se hizo esperar.

Se pasaba día sí, y día también con esas dolencias sin saber el origen.

Ningún médico se atrevía a dar un diagnóstico, y su padre por muy avezado en la materia que fuese continuaba con las mismas respuestas:

«Una afección del corazón difícil de tratar.

No tiene cura, pero estamos agradecidos eternamente con que hayas vivido más de lo que algún médico, incluyéndome, pudo conjeturar»

No sabiendo a ciencia cierta si eso le tenía que dar ánimos, porque vivir para ella era un privilegio que en cualquier momento se le podría terminar.

Ni siquiera sabía lo que era vivir en realidad.




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