Actuando Con El CorazÓn || T.S #1

XLII

ETHAN WALSH

LAS DEUDAS SIEMPRE SE COBRAN CON EL ESLABON MAS DEBIL, SIN IMPORTAR QUE ESTE SEA EL MENOS IMPLICADO, Y AL QUE MAS DAÑO SE LE HAYA CAUSADO.

¿En qué momento le dio por inmiscuirse en asuntos de faldas con mujeres tomadas?

Desde siempre si eran de su interés, pero en ese caso no estaba movido por esos deseos pecaminosos que agitaban su alma oscura.

Mas bien, en primera estancia el factor del poder era algo que consideraba como una debilidad que lo hacía infalible, y hacerse a parte de la petrolera Wrigth en un principio no era algo que fuese a desaprovechar.

Menos cuando desde hace tiempo estaba tras esa mina de oro negro, y ahora Darikson Miller se lo puso en bandeja de plata.

O eso pensó, hasta que se enfrentó a la extraña americana, que, con sus torpezas le estaba haciendo el camino difícil.

Tras de loca, tozuda y para rematar con esposo.

Lo último siendo algo que inesperadamente, ahora que lo pensaba, le estaba fastidiando.

Despejó los pájaros de su mente, que, seguramente lo estaban mortificando al haber sido atacado a traición de manera consecutiva, y por sujeto diferente.

Anotándolo en su cabeza para cuando tuviese el tiempo, cobrar las cuentas pendientes.

No siendo de los que deja pasar tales inconvenientes.

Volvió a enfocar a Archivald Stewart.

Era un pobre imbécil que seguía sin entender la mujer que tenía al lado.

¿Enserio pensaba que podía cambiarlo?

Para eso primero tenía que hallar alguien que soportara escucharla hablar del amor que le profesaba a su marido, mientras intentaba meterse bajo sus faldas.

Algo casi imposible a su punto de ver la situación.

Aunque a él no le molestaría, siempre y cuando consiguiera su objetivo.

Negó con la cabeza sintiendo una punzada aguda de dolor.

Necesitaba puntos la herida y algo para apaciguar el malestar, cosa que, seguramente tendría cuando hablara de lo que había pasado con anterioridad.

—No la tengo en mi poder, porque no soy tan básico para ponerme en riesgo solo por crear una fachada y quedarme con una mujer ajena —era más de ir de frente, sin importar ser retado a duelo —. Te la hubiese pasado por las narices —gruñó en respuesta intentado abalanzarse para continuar con la pelea, pero su padre se lo impidió interceptándolo.

—¿Qué ocurrió? —ese fue Kendrick Stewart, que, pese a estar alterado sabía que tenía que andar con pies de plomo a su alrededor.

—Eso mismo quiero saber —se irguió sin importarle el dolor punzante de su cabeza, tirando el pañuelo al suelo con el que se estaba limpiando la sangre del labio —. Me encantaría tener presente al que fue el valiente imbécil que se atrevió a burlar mi seguridad, y de paso tuvo la osadía de tocarme —nadie lo hacía, si no quería perder la mano en el proceso.

—Tienes que haber visto algo —frunció el ceño disgustado sin nada de valor.

—Nada —dijo entre dientes.

Hace mucho no se sentía tan imbécil.

—¿Qué hacías con mi esposa? —rio entre dientes.

Al parecer era lo único que le importaba.

—Si no te lo dijo es por algo —porque se lo había prohibido, pero no tenía ánimos de entrar en detalles.

Demasiado que explicar, cuando no era de dar cuentas a nadie.

—¡Walsh! —esta vez fue el reprendido por Montrose.

—Te doy lo que puedo y me apetece contar, y si le exigí que esto quedara en el anonimato es porque no les concierne —tan sencillo como eso.

—Está desaparecida —el marido de la dama se estaba resquebrajando.

Perdiendo la cabeza al no saber su paradero.

La desesperación en su voz era palpable.

» Y si no está con su aparente amante, entonces ¿Con quién? —ese imbécil merecía que le devolviera el puñetazo.

—Haré por mi paz mental, que no he escuchado nada que ofenda a una mujer —se iría al cielo por eso.

Pues su padre le enseñó que a las damas se trataban como lo que eran, una flor delicada y hermosa sin importar las espinas.

—Entonces dime de una maldita vez que hay entre ustedes —ese tonito no le gustaba.

—Modula tus maneras, o lo único que obtendrás es una lección por ser un hijo de puta que no razona —es que si fuera alguien diferente hace rato estaría frio.

A veces odiaba los medios que le traían beneficios.

—¿Y me la darás tu? —de nuevo intentó arremeter contra su entidad, y su padre volvió a salvarle.

Y no precisamente a él, si no a su vástago.

—Lo haré yo, si sigues comportándote como el imbécil que no crie —apretó la boca en respuesta, enfurruñado al ver que estaba solo en eso —. Procede Walsh, que el tiempo es oro.




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