Actuando Con El CorazÓn || T.S #1

XLIV

ETHAN WALSH

En definitiva, estaba fastidiado.

Había conocido sujetos entregados a la labor de proteger a su jefe por lealtad, pero ese que tenía en frente, una enagua lo tenía a punto de desertar del mundo de una manera que ni siquiera se merecía.

¿Qué decía?

Atentó contra la integridad de su sangre.

Era un milagro que siguiese respirando.

Defendiéndolo la excusa de continuar conmocionado con la hermana aparecida, sin siquiera tener sospechas de que existía.

Y no por negligencia.

Él se había tomado el trabajo de seguir sus pasos, pero nada delataba su procedencia.

En todas partes se decía que era la bastarda de Miller, nada daba indicios de que el viejo Wrigth estuviese en las andadas, y que tuviese la osadía de poner a su propia hija a cuidar a su desliz.

En definitiva, esa desquiciada portaba algo especial.

Se remangó los puños de la camisa de algodón que llevaba por decima vez, mientras se erguía y caminaba con parsimonia hacia su víctima.

Quedando a un palmo de distancia.

Admirando como su piel tostada por el sol brillaba perlada de sudor, combinado con la sangre destilando de alguna parte de su cuerpo.

Sin poder adivinar cual era en específico, porque tenía unos cuantos moretones mal tratados ante los múltiples golpes que le había adjudicado.

Tomándoselo de manera personal, ensuciándose las manos como si fuese un principiante.

—Entonces… —soltó paladeando lo que diría a continuación, advirtiendo como se desmadejaba, pero no caía al suelo gracias a los grilletes pegados a unos eslabones, que residían en una de las columnas de concreto de la habitación.

Sorprendiéndose de que Kendrick Stewart portara un área para ese tipo de menesteres, no preguntando porque cada uno tenía derecho a llevar en silencio y con orgullo su oscuro pasado.

» ¿Seguirás protegiéndole la espalda a una damita que te da migajas? —con uno de los dedos levantó el mentón, topándose con los ojos color carbón de su víctima, que de manera casi mortífera le devolvía el escrutinio.

Si cooperaba viviría.

No le había dado un trato tan mortal como para que no se pudiese recuperar.

Inclusive, de lo que dijera los próximos minutos dependería si saldría caminando de ese lugar.

—Ya… ya le dije que necesitaba el dinero —la misma pobre excusa —. Y no soy un soplón.

—Pero, si un traidor —lo vio morderse el labio lastimado, haciendo una mueca de dolor.

—Espero estes consciente de que lo que te ofrecieron salió de las arcas de la misma a la que en estos momentos esta postrada en una cama —lo vio abrir los ojos con preocupación.

—¿Cómo se encuentra la niña Evolet? —rio entre dientes por su descaro.

—Es curioso que lo preguntes, cuando siendo su amigo de infancia, en el cual depositó toda su confianza por una maldita enagua le dio una puñalada por la espalda —le metió un derechazo en la boca del estómago, consiguiendo que jadeara por aire y dolor.

Se estaba pensando mejor el dejarlo salir caminando del lugar.

—Le… le repito que lo hice porque no tuve otra opción —asintió lentamente con una nueva idea en la cabeza que la pensaba materializar.

Puesto que, pese a lo satisfactorio la fuerza bruta no lo haría hablar.

Lastima.

La diversión civilizada no era su fuerte.

No le daba verdadero deleite.

—¿Cuándo arribaste a Londres? —algo fácil, que, si era inteligente respondería sin rechistar.

—Con las amas —interesante.

—¿Entonces eres conocedor de las intenciones de la señorita Emily Miller Wrigth? —entrecerró los ojos, apenas comprendiendo lo que decían sus palabras.

Pero, ese día milagrosamente se sentía benevolente, y con ganas de iluminar sus escasos conocimientos.

» Lo de meterse entre las sábanas de uno de los Stewart, sin importar el rango que ocupen en la familia —no yendo por la cabeza, porque claramente ni siquiera la consideraba un ser humano digno de su saludo —. Porque yo solo repito lo que se dice después de que la dama se negara a irse, alegando que este la perjudicó dejándole preñada —no era de estar propagando las habladurías, pero tenía un punto.

Uno que no se demoró en aparecer.

—¡Miente! —gritó luchando por soltarse de los grilletes —. No le permito que hable asi de la señorita, porque es mi… —y se frenó al estar a punto de cometer una imprudencia.

Sonrió de medio lado agarrándole el lado flaco.

—¿Tu que, Jaime? —este negó desviando la mirada —. Yo soy hombre, y te entiendo —y una mierda.

Él ya hubiese cortado eso de raíz.

» Pero, si antepones el deseo de no perjudicarla por encima de lo que es correcto, y directamente te afecta ¿En qué posición quedarías? —se estaba dando asco —¿Qué pasaría con ese niño que viene en camino? —los hombros parecían a punto de partírsele en dos por la tensión, pero no dijo nada.




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