Actuando Con El CorazÓn || T.S #1

L

EVOLET

(Londres – Inglaterra)

Montrose House.

Noviembre de 1808…

 

Le dolía hasta el apellido.

No podía respirar con regularidad, y si no sintiera un malestar tan intenso diría que no lo estaba viviendo.

Fueron unos días difíciles.

Semanas angustiantes.

Horas determinantes, y una herida en su abdomen que le decía sin pensarlo que había valido la pena.

Su embarazo en la medida de lo posible fue normal.

Sin nada que pudiese alertarlos.

Hasta que un par de semanas atrás las cosas cambiaron.

El bebé abriéndose paso al mundo sin importar que no estuviese lista.

Aunque después de ser revisada por Alistair, que como prometió había llegado mucho antes de que aquello ocurriera con su amiga del alma, este determinó que el bebé venia sentado, y de repeso no podía tenerlo por los medios comunes, porque su intimidad era muy estrecha.

Dando como resultado que tenía que abrirla cual cerdo en matadero, pero no aseguraba que sobrevivieran.

Su decisión fue clara, pese a que Archivald se negaba.

Después de todo, de igual manera se irían de ese mundo si no lo intentaban, pero, para suerte de ellos y por una vez en la vida ser considerada por su creador, seguían respirando.

Gozando de buena salud, pese a que pasó por días de infección y fiebres altísimas con delirios incluidos.

Pero, ahora que estaba medianamente lucida, y con el cuerpo menos dolorido podía gozar de la presencia de los seres que más amaba en su existencia.

Sentados al lado de ella, demostrando que con su mala suerte se podía tener todo en la vida.

—Es igualito a su madre —espetó Archivald, mientras le acercaba al pequeño que descansaba en sus brazos para que lo viera.

Tenía motas de cabello castaño, y siendo un recién nacido a duras penas abría los ojos y se chupaba el dedo gordo con ahínco.

Sus mofletes eras rozagantes, sus pestañas tupidas y sus cejas inexistente.

—No le digas tan feo, que él es hermoso —la miró con los ojos entrecerrados, mientras sonreía con inocencia, recordando que odiaba que hiciera bromas sobre su aspecto.

—Aquí llegó la princesa de la casa —se adentró Catalina con un pequeño bulto en los brazos y tras ella entraron Aine, Alistair y el patriarca de la familia llevando del brazo a una pálida Antonieta, que pese a sus ojeras se veía radiante.

Como si estuviese en sus mejores días.

—Llora tan fuerte que a la única que no ha despertado en estos días es a ti —comentó Aine abriéndose paso en la cama para acostarse a su lado —. Pero, se le nota que es digna Stewart —alteraba la paz de todo ser que lo rodeaba.

—Es igualita a su padre —acotó en tono quedó la rubia, haciendo que de nueva cuenta la mirara.

—La señorita Coleman es ciega —el tono que utilizó con su amiga Alistair, era la clara invitación a una pelea.

Pues, según lo narrado por Antonieta, era un grosero salvaje que no tiró por la borda, porque sabía que le tocaría dormir en la calle donde no llegara con ese imprudente ser de los infiernos.

» Sigue negándose que esa belleza es producto de ser idéntica a su tío favorito —bufó la rubia soltándose de Lord Stewart para enfrentar al medicucho de poca monta.

—Hasta donde tengo entendido Ethan apenas hará arribo en un par de horas —directo en su ego.

—¿Unos de sus flamantes prospectos de marido antes de dejar este mundo? —eso había sido descortés y grosero.

Pero, claramente ya nadie se sorprendía de esos ataques.

Pues, después del décimo se les hacía extraño que no discutieran cada vez que se veían.

Se odiaban desde antes de conocerse.

Rechazo de piel, según su amiga.

—Por lo menos tengo aspiraciones más grandes, que morir por una enfermedad no identificada al retozar con personas que ni siquiera me les sé el nombre —ese día estaban fuertes.

Catalina le entregó con cuidado la bebé a Aine para que se la mostrara o pasara a su madre, quedando de esa manera, pese a los gritos en segundo plano, porque, puesta en su regazo robó toda su atención la cosita más divina que había avistado.

Con una mata de cabello rojiza, el rostro con reflejo de pecas, las mejillas rozagantes y con la boquita entreabierta rojiza, mientras se estiraba y abría los ojos.

Abrió la boca de la impresión, porque estos no eran del mismo color.

Pues se avistaba uno casi miel, y el otro con tintes verdosos.

Teniendo de los dos.

—En nuestra familia hay de todo —dijo Aine acariciándole la cabecita a su sobrina antes de que pudiese preguntar —. Desde parientes desconocidos, peligrosos y hermosos —suspiró como si se le fuera el corazon en el proceso, dándole a entender que eso lo decía por Ethan, que desde que compartieron la noche vieja que la amenazó y los días siguientes parecía platónicamente enamorada de él, pero llevándolo de una manera pasiva a este mirarla solo como una niña —, seguido de embarazos con muchos niños, hasta con los ojos de diferente color como los de Ángeles, herencia de tía Aine.




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