“Yo y mi suerte —pensó mientras se desplomaba (…)”
De Balas Perdidas, Morat.
Respiré lo más hondo que me permitieron los pulmones antes de volver a recordar. Quise mover el tiempo y encontrarlo de nuevo sentado sobre el césped en el parque, sonriendo y hablando de lo maravilloso que era el mundo, como el día en que nos volvimos a encontrar. Habíamos pasado entonces casi dos semanas hablándonos por texto y parecía que nos conocíamos de otra vida. Sentí que no había cosa que él no supiera de mí y que yo no supiera de él. Todavía, aún sin saber nada ahora, seguíamos guardando más secretos que nadie el uno del otro.
Aquellos escasos pero eternos once días después del concierto, habían sido suficientes para ponernos al tanto de casi dos décadas completas. Quizás era el encuentro de dos almas que después de siglos esperándose, se volvían a encontrar, que probaban formas nuevas de poder amar.
—“Te cuento que pasé mi vida entera buscando lo que por fin he encontrado” —. Y fue el mejor momento para dejar escapar una lágrima a la que le vencía el peso sin aviso. Porque la suerte se había encargado de arrancarlo de mí mucho antes de saber que había pasado una eternidad esperándolo.
¡Qué cosas! La vida no tiene piedad. Él tampoco la tenía. Quizá había olvidado lo bien que se sentía que dos manos encajaran a la perfección por una casualidad tan absurda. Sentí como de pronto el dolor me transportaba a esa tarde con el sol cayendo de frente y el viento acariciándonos, cuando por fin, entre risas y monerías, sus dedos se deslizaron entre los míos para hacerme saber que había más secretos que no quería seguir guardando y que podíamos arriesgar sin mirar atrás.
¿Y ahora? ¿Qué sigue? — me pregunté.
Y aunque quise correr a buscar lo que me negaba a perder, me obligué a permanecer en el mismo sitio que me absorbía y me desvanecía en lágrimas y recuerdos recurrentes. No hay formas de que un soldado gane la pelea si no se envalenta para luchar… Pero la batalla había terminado, al menos por ahora y había poco por hacer. Antes de contraatacar tenía que reponerme de los golpes.
Si verdaderamente el destino sabía bien qué es lo correcto, no tardaría en regresar. No había más consuelo que ese.