“... eventualmente todos supieron que la canción era para ella, pero no hizo diferencia. Ella siguió con su vida, sin mirar para atrás, haciendo caso omiso o sin enterarse, no lo sé, la verdad. ”
De Balas Perdidas, Morat
Supe en esos días de nostalgia y extrañeza que su cabeza todavía me pensaba. Quise aprovecharme de aquello y volver para arrasar con su corazón. Allí comenzaba su mejor partida, me tenía en la palma de su mano y antes de que decidiera cobrarme venganza con su propia jugada había estado dispuesta a morir asfixiada entre sus labios nuevamente.
¿Venganza? ¿De qué? ¿De no amarme lo suficiente? ¿De no querer dejarme soltar su recuerdo? La culpa en todo caso terminaba cayendo siempre en mí, por esperar más de la cuenta.
Recibí aquella noche lo que pareció una indirecta. Tenía mi nombre escrito con una mayúscula en cada palabra. Aquél mensaje escurridizo le daba inicio a una noche larga en la que había optado por sumirme en la tristeza y el dolor de una causa perdida, de un amor inconclusamente concluso, con final, con el último punto al que no le restaban apartes.
La tarde había sido igualmente larga. Su voz resonaba en cada hueco vacío que se creaba mi mente para pensar en él.
No, a diferencia suya yo no lo pensaba en soledad, en los restos de noche vacía, lo traía a cuento cada que podía. Hasta respirar era excusa suficiente para seguir presa de esa parte del pasado.
Pasado. La palabra me dolía, me hacía añicos el corazón. Habíamos encontrado tanta felicidad uno al lado del otro que era impensable escribir un final. Sin embargo, a poco menos de un mundo, las mismas canciones que resultaban casi una invitación a vivir ese amor terminaban siendo una tortura, porque la única salida de un universo cargado de dudas, miedos e inseguridades, había sido arrancar las páginas que le quedaban a nuestro libro para borrar todo intento de futuro.
Todo indicaba que aquella noche sería catastrófica, que la lluvia tomaría por sorpresa inundando un par de pupilas en cada extremo. Quién sabe en qué hubiera terminado aquello. Los dos estábamos dispuestos a ganar el juego costara lo que costase. Pero los planes no siempre se dan.
Un mensaje inoportuno canceló el intento y aquellas insinuaciones que oscilaban reunir dos existencias se perdieron en la nada cuando en un “Te espero” acelerado decidí cambiar tristeza por un instante de abstracción en un cuerpo que definitivamente no sería el suyo. Ya era tiempo de dejar de caer.
Yo que no supe cumplir mis promesas, prometo que puedo aguantar.