Acuérdate De Mi

Punto y aparte

Llovía. La mañana estaba fría y lúgubre. El café humeaba sobre el escritorio de la oficina mientras sellaba con los dedos amortiguados y pálidos un par de sobres que viajarían en el hielo aquella mañana para cancelar mis esperanzas y cerrar con la vida el mejor trato de distancia.

—¿Estás segura? —Me preguntaba una voz inconsciente del dolor en lo más profundo.

Y no, no lo estaba. Aunque huir no solucionaba ningún problema ni sanaba corazones, era una de mis mejores opciones. Pretendía generar mucha más distancia de la que ya había entre él y yo, porque obviamente todo se trataba de él y porque el único motivo resultaba ser su existencia, la única causa de mi cobardía, de aquella huida precipitada, era solamente él.

Habían pasado hasta entonces trece meses, un poco más, un poco menos. Nuestras promesas estaban quedando sin efecto, guardadas solo en canciones, en relojes detenidos. No había mucho más para esperar. El tiempo seguía corriendo y construyendo muros en medio con besos fantasmas e inertes, con manos despiadadas.

Tomé por fin el último sobre y, antes de colocarme el abrigo para salir, me detuve en el pedazo de metal que aquella mañana había decidido usar después de mucho. Suspiré. Por más de un año yo contuve la respiración… quizá pudiera vivir en calma de ahora en más. Aquél dije que había vuelto con una promesa hecha amenaza y hasta embrujo, algún día terminaría siendo solo eso, un pedazo de metal insignificante.

En la calle el mundo estaba revuelto, como si todos supiesen que se podría cometer el más grande de los crímenes en cualquier momento, como si quisieran ni siquiera evitarlo. Un millón de ojos esperaban que diera el paso en falso, que cayera una vez más y me arrepintiera, o quizá todo mundo estaba esperando escuchar el disparo que más temprano que tarde me atravesó el pecho cuando a menos de medio metro sus ojos castaños se toparon con los míos.

Otra vez, un sinfín de balas perdidas me atravesaron. Su pecho se apegó al mío invadiendo el espacio lleno de nada y sus brazos me rodearon sin siquiera dar excusas, sin siquiera balbucear. Un abrazo silencioso, lleno de culpa pero preso todavía del amor que nos guardábamos.

En un tren que volvía y se iba constantemente, allí, llena de incertidumbres, miedos y dolor, volvía a encontrar a las únicas manos que jamás habría querido soltar y que de hecho, pese a todo, jamás había dejado ir del todo.

—Haré de todo para no soltarte —dijo. Sus palabras se dibujaron en el aire con un aliento blanco y escarchado, que derretía en cualquier intento de resistencia—. Esa fue la promesa y estoy dispuesto a cumplirla, aunque te vayas, porque yo nunca me cansé de amarte.

¿Balas? Bombas. Sí, eso es. Bombas eran lo que había perdido, porque la explosión atómica que causaron sus palabras no podían ser solo efectos de balas.



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En el texto hay: amor, amor amistad, morat

Editado: 18.05.2019

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