Antes de partir deslizó el sobre debajo de la puerta. Le parecía absurdo hacer aquello, pero todavía tenía mucho por decir, todavía había discursos que se le ocurrían cada que escuchaba una canción, una de esas que los habían unido.
Había seguro unas mil palabras en aquella carta, todas las que pudo recuperar mientras empacaba y repasaba su historia con un “no sé dónde voy a dar sin ti”. Mientras pensaba en su voz suplicando “aunque sea mentira, di que no te vas”, porque ya no era una posibilidad, él realmente quería que se quedara y no dejaba de decírselo.
Cuando él regresó a casa el sobre llevaba cinco horas esperándolo. Le había pedido a los tragos que no lo obligaran a llamarla, aunque moría por detenerla y sin embrago ya era tarde.
Rasgó el papel desesperado, todavía tenía restos de perfume y algunas lágrimas frescas que de seguro había derramado al escribirle aquella desmesurada declaración. Se le hacía difícil de soportar, así que antes de empezar llegó al final: “Acuérdate de mí, —leyó— todos y cada uno de tus días, a cada minuto y a cada segundo, porque es lo mínimo que te prometo hacer”.
Ya era un hecho… un amor así no se olvida.