Acuérdate de mi

Capítulo 1


Dolor.

Es lo único que siento en estos momentos, mi cabeza esta que estalla del dolor y mi cuerpo lo siento todo magullado.

¿Donde estoy? ¿Qué es lo qué ha pasado?

Llevo intentando abrir los ojos desde hace tiempo y, por más que intentaba no podía. Lo único que sabía es que no he estado sola, escucho murmullos lejanos, ajenos a nada en particular. Las voces las desconozco, no solo es una son varias. Intento una vez más hasta que finalmente mis párpados ceden, se sienten pesados pero, por lo menos he logrado abrirlos.

El mundo se esclarece y parpadeo un par de veces enfocando el lugar en donde estoy. Un habitación color blanco, es pequeña, un sofá se encuentra junto a una ventana que deja entrar la luz solar.

—Señorita, que bueno que despierta—mi mirada siguió el sonido de la voz.

Una chica con uniforme blanco acaba de entrar en la habitación, se acerca hasta mi y es entonces que me percato de qué hay una aguja enterrada en mi brazo. Noto la maquinilla que se encuentra a un lado de la camilla, me doy cuenta del lugar en donde estoy y las preguntas vuelven a resurgir.

¿Dónde estoy? En un hospital, si, pero ¿Cómo llegue aquí?, ¿Qué fue lo que ocurrió?, ¿Por qué me duele todo?

—Sus familiares estarán felices cuando reciban la noticia—continua.

¿Mis padres? ¿Felices? ¿Cuál noticia? ¿De quienes habla? ¿De qué habla? ¿Por qué de pronto siento una tristeza tan profunda?

—Su novio no se ha despegado de aquí, ha estado preguntando mucho por su estado.

¿Dijo novio?

Yo solo quiero que alguien me explique lo que esta pasando, y por qué estoy aquí.

La chica llama a alguien y regresa a lo que hacía. Mientras cambia la bolsita del líquido que cuelga a un lado mío e intento preguntar de qué habla pero no me salen las palabras.

Un señor como de unos treinta años aproximadamente ingresa al pequeño espacio, lleva puesta una bata blanca encima de su ropa, tiene un estetoscopio al rededor de su cuello y solo por eso deduzco que es médico.

—Señorita Edevane, me alegro que haya despertado—me sonríe.

¿Por qué se alegra?

Sigue hablando, pero en lo único que puedo pensar es en por qué no reconozco ese nombre. No me parece familiar o algo que tenga que ver conmigo.

Caigo en cuenta en que ni siquiera se como es que me llamo.

Me reitera que "mi familia" está afuera a la espera de poder entrar a verme.

Más tarde, aproximadamente diez minutos después le da paso a varias personas que no reconozco. Una mujer rubia, seguida de un hombre de cabello oscuro, y un chico de cabello castaño. ¿Debería preocuparme, o solo se trata de gente extraña?

—¡Hija!—exclama la mujer—Al fin despertarse. 

Trata de acercarse a mi, instintivamente trato de alejarme y ellos lo notan, la mujer por su parte parece extrañada ante mi reacción. 

—¿Qué es lo que sucede, hija?—pregunta con preocupación. 

—N-no... se... q-quienes... son...—logre forzosamente articular con la voz pastosa. 

—¿No nos recuerda?—el chico castaño se dirigió al médico. 

Me hacen un montón de preguntas como ¿Sabes que fue lo qué pasó? ¿Recuerdas algo antes de despertar? ¿Reconoces a estas personas? ¿Sabes cual es tu nombre? Y muchas más que solo logran marearme. 

A todas respondo lo mismo, negativo. 

No recuerdo absolutamente nada. No se que fue lo qué pasó, ni nada antes de que pasara. No reconozco a estas personas ni tampoco tengo idea de cual es mi nombre. 

El médico me hace un par de análisis antes de darles el diagnóstico a los que dicen ser mis padres. 

—Los síntomas comunes después de una lesión cerebral traumática con conmoción son la pérdida de la memoria y confusión—responde—, puede sufrir dolores de cabeza intensos y afectar las neuronas cerebrales temporalmente.

—¿Cuánto durará si recordarnos?—pregunta la mujer de antes. 

—La pérdida de recuerdos a partir del momento de la lesión se conoce como amnesia postraumática. Puede durar desde unos minutos, varias semanas o varios meses según la gravedad de la lesión cerebral. 
 

—La clave aquí es que, deberá practicar ejercicios de entrenamiento cognitivo con consistencia para que su cerebro tenga la estimulación que necesita para reconectarse—explica la enfermera. 

Les explican un montón de cosas neurológicas que podrían ayudarme a recordar. También recomienda que empiece lo más rápido posible con ejercicios para poder recuperar la movilidad lo más pronto posible. 

En un momento se retiran junto con el médico y la enfermera y me dejan sola con el chico castaño. Se acerca lentamente, toma asiento en la camilla y envuelve mi mano entre las suyas. 

Me parece que ese gesto es reconfortante para mí y él lo nota. 
 

—Supongo que no sabes quién soy ¿cierto?—susurra. 

Niego lentamente con la cabeza. 

Él suspira, los ojos se le llenan de lágrimas y da un apretón a mi mano. 

—Soy June, solías llamarme Junny de pequeños—sonríe—. Nos conocimos hace mucho, mis padres decían que debería tener amigos y me llevaron a tu casa para que, al menos aprendiera a convivir con personas de mi edad. Años más tarde nos hicimos inseparables, éramos como uña y mugre. Mejores amigos. Para siempre. 

Tampoco puedo recordarlo. Lo único que siento es látigo de dolor en la frente, trato de llevar la mano hacia donde proviene pero él me detiene. 

—¿De verdad no recuerdas nada?

Niego nuevamente, me cuesta formular las palabras.

Me cuenta muchas más anécdotas con la esperanza de que recuerde alguna pero no, lo único que tengo presente es que quiero es salir de aquí ya. 

También me cuenta sobre personas que debo saber por ejemplo, mis padres, familia y amigos. La mujer rubia de nombre Christina, es mi madre. El hombre que la acompañaba dé nombre Henry, es mi padre. 




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