[HYUNJIN]
El ruido de la cinta de correr era un zumbido constante bajo mis pies mientras corría. Apenas había pegado ojo la noche anterior y estaba de un humor de perros. El sudor me corría por la espalda y por la cara. Cogí una toalla y me sequé de mala manera antes de tirarla al suelo. Mi iPod sonaba a todo volumen con música heavy, pero no estaba lo bastante alto, así que subí el volumen, agradecido porque el piso estuviera insonorizado.
Seguí corriendo a un ritmo casi frenético. Había repasado todas mis opciones y planes durante la noche y había acabado con dos ideas.
La primera era que si Minho y Kim Seungmin conseguían meterme en la empresa, podría intentar pasar la entrevista dándole a Jaebeom detalles muy vagos acerca de la persona que supuestamente había cambiado mi punto de vista y, por tanto, me había reformado. Si jugaba bien mis cartas, podría mantener la farsa hasta demostrarle mi valía a Jaebeom y luego decir que había pasado lo impensable: esa persona perfecta me dejaba. Podría fingir que estaba destrozado y volcarme en el trabajo.
Sin embargo, a juzgar por lo que Minho me había explicado, la idea seguramente no funcionaría.
Tendría que presentarle a una persona de verdad, una que convenciera a Jaebeom de que era mejor persona de lo que él creía que era. Alguien, en palabras de Minho, “sensato, agradable y afectuoso”.
No conocía a muchas personas que encajasen en todas esas categorías, a menos que tuvieran más de sesenta años. No creía que Jaebeom se tragara que me había enamorado de alguien que me doblaba la edad. Ninguna de las mujeres u hombres con los que me relacionaba pasaría su inspección. Sopesé la idea de contratar a alguien, tal vez a una actriz, pero parecía demasiado arriesgado.
Las palabras de Minho no dejaban de repetirse en mi cabeza.
“Estás ciego, Hyunjin. Tienes la solución delante de las narices”.
Él Joven Yang.
Minho creía que debía usar al Joven Yang para que fingiera ser mi novio.
Si me distanciaba de la cuestión e intentaba ser objetivo, debía admitir que tenía razón. Era la tapadera perfecta. Si Lim Jaebeom creía que me marchaba de Wang Inc. porque estaba enamorado de mi asistente personal y lo elegía a él, y a nuestra relación, por encima de mi trabajo, ganaría muchos puntos. No se parecía en nada a cualquier otro hombre con el que hubiera estado. Minho creía que era agradable, inteligente y encantador. Parecía caerles bien a los demás. Todo eran ventajas.
Salvo que estaba hablando del Joven Yang.
Apagué la cinta de correr con un gruñido y cogí la toalla que había tirado. Una vez en la cocina, saqué una botella de agua y me la bebí de un tirón antes de encender el portátil. Inicié sesión en el sitio web de la empresa, repasé los archivos de personal y me detuve al llegar a la ficha del Joven Yang. Estudié su fotografía mientras intentaba ser objetivo.
No tenía nada reseñable, salvo los brillantes oscuros, muy grandes y rodeados de largas pestañas. El cabello negro y siempre bien peinado, aburrido. Tenía la piel muy blanca. Me pregunté qué aspecto tendría tras pasar por las manos de un estilista profesional y vestido con ropa decente. Miré la pantalla con los ojos entrecerrados, concentrado en su imagen. Dormir unas cuantas horas no le iría mal para librarse de las ojeras que tenía y tal vez le sentaría bien comer otra cosa que no fuera sándwiches de mantequilla de cacahuete y mermelada. Estaba como un palo. Me gustaba que mis conquistas tuvieran más curvas.
Gemí, frustrado, mientras me frotaba la nuca.
Suponía que, en esas circunstancias, mis preferencias daban igual. Era lo que necesitaba.
En esas circunstancias, tal vez debería admitir que necesitaba al Joven Yang
Menuda mierda.
Mi móvil sonó y miré la pantalla. Me sorprendí al ver el nombre de Minho.
—Hola.
—Perdona por despertarte.
Miré el reloj y me di cuenta de que solo eran las seis y media de la mañana. Me sorprendió que él sí estuviera despierto. Sabía que le gustaba levantarse tarde.
—Llevo despierto un rato. ¿Qué pasa?
—Lim Jaebeom te verá hoy a las once.
Me levanté y sentí un escalofrío en la columna.
— ¿Lo dices en serio? ¿A qué vienen las prisas?
—Estará fuera el resto de la semana y le dije a Seungmin que estabas pensando acudir a una entrevista en Seúl.
Solté una carcajada.
—Te debo una.
—De las gordas. Tanto que nunca podrás pagarme. —Se echó a reír. —Sabes muy bien que hay muchas posibilidades de que esto acabe en nada a menos que puedas convencerlo de que las cosas han cambiado, ¿verdad? Mentí a Seungmin como un loco, pero mi palabra solo te ayudará al principio.
—Lo sé
—De acuerdo. Buena suerte. Dime cómo te va.
—Lo haré.
Colgué, comprobé mi agenda y esbocé una sonrisa torcida al darme cuenta de que el Joven Yang la había actualizado la noche anterior. Tenía un desayuno de trabajo a las ocho, lo que quería decir que volvería a la oficina a eso de las diez. Decidí que no iría a la oficina. Se me había ocurrido cómo presentar a mi supuesto novio en la entrevista.
Marqué el número del Joven Yang. Contestó tras unos cuantos tonos, con voz soñolienta.
—Mmm… ¿diga?
—Joven Yang.
—¿Qué?
Inspiré hondo en un intento por ser paciente. Saltaba a la vista que lo había despertado. Lo intenté de nuevo.
—Joven Yang, soy Hwang Hyunjin.
Su voz sonaba ronca y desconcertada.
— ¿ Señor Hwang?
Suspiré con pesadez.
—Sí.
Oía mucho movimiento y me lo imaginé sentándose torpemente, con aspecto desaliñado.
Carraspeó.
— ¿Hay… esto… hay algún problema, Señor Hwang?
—No iré a la oficina hasta después del almuerzo.
Se hizo el silencio.
—Tengo que ocuparme de un asunto personal.