[JEONGIN]
—No lo entiendo —murmuré por teléfono mientras intentaba mantener la calma. —No he recibido ninguna notificación acerca de la subida.
—Lo sé, Joven Yang Jeongin. Recibimos la orden hace dos días, por ese motivo lo llamo para comunicarle el cambio.
Tragué saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta. Cuatrocientos yuanes más al mes. Tenía que pagar cuatrocientos yuanes más.
—¿Me ha oído, joven?
—Lo siento… ¿Podría repetírmelo?
—He dicho que las nuevas tarifas se aplicarán desde el día uno.
Miré el calendario. Faltaban dos semanas.
—Pero ¿Es legal siquiera?
La mujer al otro lado del teléfono suspiró, compadeciéndose de mí.
—Es una residencia privada, Joven Yang Jeongin. Una de las mejores de la ciudad, pero se rige por sus propias reglas. Hay otros sitios a los que podría trasladar a su tía, residencias controladas por el gobierno con cuotas fijas.
—No. —Dije de inmediato. —No quiero hacerlo. Está muy bien cuidada e integrada.
—Nuestro personal es el mejor. Hay otras habitaciones, semiprivadas, a las que podría trasladarla.
Me froté la cabeza, frustrado. Esas habitaciones no tenían vistas al jardín, ni espacio para los caballetes y los libros de arte de ChaeWon. Se sentiría desdichada y perdida. Tenía que mantenerla en su habitación privada, costase lo que costase.
El Señor Hwang entró en ese momento y me miró fijamente. Titubeé antes de decir nada más, sin saber si se iba a detener, pero siguió andando, entró en su despacho y cerró la puerta despacio con un clic apenas audible. No me saludó, aunque tampoco solía hacerlo, a menos que fuera para gritarme o soltar algún regaño, así que supuse que la extraña llamada que me había obligado a hacer lo había satisfecho.
— ¿Joven Yang Jeongin?
—Discúlpeme. Estoy en el trabajo y mi jefe acaba de llegar.
— ¿Tiene alguna pregunta más?
Quería decirle a gritos: “¡Sí! ¿Cómo diablos se supone que voy a conseguir otros cuatrocientos yuanes más?”, pero sabía que era inútil. La mujer trabajaba en el departamento de contabilidad, no tomaba las decisiones.
—Ahora mismo no.
—Tiene nuestro número.
—Sí, gracias. —Colgué. Ellos, desde luego, tenían el mío.
Clavé la vista en la mesa con la mente hecha un torbellino de ideas. Me pagaban bien en Wang Inc. Yo era uno de los asistentes personales mejor pagados porque trabajaba a las órdenes del Señor Hwang.
Era horroroso trabajar para él y el desprecio con que me trataba también era más que evidente. Sin embargo, lo hacía porque así conseguía dinero extra, que invertía en su totalidad en el cuidado de ChaeWon.
Acaricié con la yema del dedo el desgastado contorno del protector de la mesa. Ya vivía en el sitio más barato que había encontrado. Me cortaba el pelo yo mismo, compraba la ropa de segunda mano y mi dieta consistía en fideos instantáneos y en mucha mantequilla de cacahuete barata y mermelada. No gastaba dinero en nada y aprovechaba cualquier oportunidad para ahorrar.
El café era gratis en la oficina y siempre había muffins y galletas. La empresa me pagaba el móvil y, cuando hacía buen tiempo, iba al trabajo andando para ahorrarme el billete de autobús. Muy de vez en cuando, usaba la cocina que había en la residencia de ancianos para preparar galletas con los internos y llevaba algunas al trabajo. Era una forma silenciosa de compensar todo lo que me llevaba.
Si surgía algún gasto imprevisto, había días en los que esas galletas y esos muffins eran lo único que podía permitirme comer. Siempre comprobaba si quedaba alguno en la sala de descanso antes de irme a casa por las noches y si había alguno, me lo llevaba para guardarlo en el pequeño congelador de mi apartamento.
Parpadeé para controlar las lágrimas que tenía en los ojos. ¿Cómo iba a conseguir cuatrocientos yuanes más al mes? Ya estiraba el dinero al máximo. Sabía que no podía pedir un aumento de sueldo.
Tendría que buscarme otro trabajo, lo que implicaba que pasaría menos tiempo con ChaeWon.
La puerta se abrió y el señor Wang entró echando humo por las orejas.
— ¿Ha vuelto ya?
—Si.
— ¿Está con alguien?
—No, señor. —Pulsé el botón del interfono y me sorprendió que el Señor Hwang no contestara.
— ¿Dónde ha estado? —Exigió saber el señor Wang.
—Tal y como le dije esta mañana, no estoy al tanto. Me dijo que era un asunto personal, así que no me pareció oportuno preguntarle.
Me fulminó con la mirada, y sus diminutos ojos casi desaparecieron cuando frunció el ceño.
—Jovencito, estamos hablando de mi empresa. Todo lo que sucede aquí es asunto mío. La próxima vez, preguntas. ¿Entendido?
Me mordí la lengua para no mandarlo a la mierda. En cambio, asentí con la cabeza. Fue un alivio cuando se alejó de mí y entró en tromba en el despacho del Señor Hwang.
Suspiré. Se daban tantos portazos que tenía que llamar a los de mantenimiento para que reparasen la puerta prácticamente todos los meses. Unos minutos después, el señor Wang salió con otro portazo, mientras mascullaba maldiciones. Lo vi marcharse, con un nudo en el estómago por los nervios. Si el señor Wang estaba de mal humor, quería decir que el Señor Hwang también estaría de mal humor. Eso solo quería decir una cosa: pronto se pondría a gritarme por cualquier error que creyera que yo había cometido ese día.
Agaché la cabeza. Odiaba mi vida. Odiaba ser un asistente personal. Sobre todo, odiaba ser el asistente personal del Señor Hwang. Nunca había conocido a nadie tan cruel. Nada de lo que hacía bastaba, desde luego que no era lo suficiente para que me diera las gracias o me sonriera, aunque fuera un poquito. De hecho, estaba segurísimo de que no me había sonreído ni una sola vez desde que empecé a trabajar para él hacía un año. Recordé el día que el señor Jackson Wang me llamó a su despacho.