[JEONGIN]
Me detuve en la acera situado frente al edificio del Señor Hwang y miré la alta estructura. Era intimidante y exudaba riqueza, con ese diseño de hormigón y cristales tintados que se alzaba sobre la ciudad, y me recordaba al hombre que vivía en su interior. Frío, remoto e inalcanzable. Me estremecí un instante mientras contemplaba el edificio y me pregunté qué hacía yo en aquel lugar.
Estaba situado a diez minutos de la residencia y había llegado a tiempo. La visita a ChaeWon no había sido agradable. Estaba molesta e irritada, y se había negado a comer o a hablar conmigo, de manera que me había marchado pronto. Me sentí decepcionado. Se había portado muy bien durante toda la semana y esperaba que ese día la tónica fuera la misma. Que pudiera hablar con ella tal como acostumbrábamos a hacer, pero no había sido así. En cambio, solo había conseguido que la frustración empeorara mi ya estresante y extraño día. Me había marchado de la residencia de ancianos alicaído y sin saber el motivo por el que el Señor Hwang quería verme.
El Señor Hwang.
Ya me tenía confundido por el hecho de pedirme que fuera a verlo a su casa esa tarde. Su comportamiento durante el resto del día había demostrado ser igual de extraño. Cuando regresó de su reunión, me pidió otro café y un sándwich.
¡Me lo pidió!
No lo exigió, no masculló, ni cerró de un portazo. Al contrario, se detuvo delante de mi mesa y me pidió con educación el almuerzo. Incluso me dio las gracias. Otra vez. No salió de su despacho durante el resto del día, hasta que llegó la hora de marcharse a casa, momento en el que se detuvo delante de mi mesa y me preguntó si tenía su tarjeta de visita. Murmuré un “Sí” como respuesta, él asintió con la cabeza y se fue, sin dar el menor portazo.
Me tenía intrigadísimo, hecho un manojo de nervios y con un nudo en la boca del estómago. No sabía qué pintaba yo en su casa, ni por qué me quería allí.
Tomé una bocanada de aire para tranquilizarme. Solo había una forma de averiguarlo. Cuadré los hombros y crucé la calle.
Cuando el Señor Hwang abrió la puerta, intenté no mirarlo fijamente. Nunca lo había visto con un atuendo tan informal. El traje gris hecho a medida y la prístina camisa blanca que solía llevar desaparecido. En cambio, llevaba una camiseta de manga larga y unos vaqueros, e iba descalzo.
Por algún motivo, sentí la tentación de reír entre dientes cuando vi que tenía los dedos de los pies tan largos, pero contuve la extraña reacción. Me invitó a pasar con un gesto y se apartó de la puerta para que pudiera hacerlo. Sostuvo mi abrigo y después nos miramos en silencio. Nunca lo había visto tan incómodo. Se llevó una mano a la nuca y carraspeó.
—Estoy cenando. ¿Le gustaría acompañarme?
—No me apetece. —mentí. Me moría de hambre.
Él hizo una mueca.
—Lo dudo.
— ¿Cómo dice?
—Está demasiado delgado. Necesita comer más.
Antes de que pudiera replicar, me aferró el brazo por el codo y me condujo hasta la barra que separaba la cocina del salón.
—Siéntese. —Me ordenó al tiempo que señalaba los taburetes altos y de asiento tapizado.
Consciente de que lo mejor era no discutir con él, me senté. Mientras él se adentraba en la cocina, eché un vistazo por el amplio y enorme espacio. Suelos de madera oscura, dos enormes sofás de cuero de color marrón chocolate y paredes blancas que enfatizaban la amplitud de la estancia. Las paredes estaban desnudas, salvo por un gigantesco televisor situado sobre la chimenea. No había fotos ni recuerdos personales. Hasta los muebles parecían desnudos. No había cojines ni mantas por ninguna parte.
Pese a su opulencia, el salón parecía frío e impersonal. Al igual que sucedía con las fotos de las revistas de decoración, todo era bonito y estaba muy bien colocado, y no había nada que ofreciera una pista sobre el hombre que lo habitaba. Me percaté de la existencia de un largo pasillo y de una escalera muy elegante que supuse que conducía a los dormitorios. Me volví de nuevo hacia la cocina. La impresión que producía y el estilo eran los mismos. Una combinación de tonos oscuros y claros, carente de toques personales.
Contuve un escalofrío.
El Señor Hwang me puso un plato delante y levantó la tapa de la caja de una pizza con una mueca burlona. Sentí que estaba a punto de sonreír.
— ¿Esta es la cena?
De algún modo me parecía demasiado “normal” para él. Hacía un sinfín de tiempo que no comía pizza. Se me hizo la boca agua solo con mirarla.
Él se encogió de hombros.
—Normalmente como fuera, pero esta noche se me ha antojado una pizza. —Cogió una porción y la colocó en mi plato. —Coma.
Puesto que estaba demasiado hambriento como para discutir, comí en silencio, con la mirada clavada en el plato, esperando que los nervios no me traicionaran. El Señor Hwang comía con apetito y devoró el resto de la pizza, salvo por la segunda porción que dejó en mi plato. No protesté por esa segunda porción ni por la copa de vino que me puso delante. En cambio, bebí un sorbo, disfrutando de la suavidad del merlot. Hacía mucho tiempo que no probaba un vino tan bueno ni comía algo que me llenara el estómago de verdad.
Cuando acabamos la extraña cena, el Señor Hwang se puso de pie, tiró a la basura la caja de la pizza y regresó a la barra de la cocina. Cogió la copa de vino, la apuró y empezó a pasearse de un lado para otro durante unos minutos.
Al final, se detuvo delante de mí.
—Joven Yang, voy a repetir lo que le dije esta mañana. Lo que estoy a punto de decirle es personal.
Asentí con la cabeza, sin saber qué decir.
Él ladeó la cabeza y me miró fijamente. No me cabía la menor duda de que me fueron deficiente en todos los sentidos. Sin embargo, siguió hablando.
—Me voy de Wang Inc.
Me dejó boquiabierto. ¿Por qué iba a abandonar la empresa? Era uno de los preferidos del señor Jackson Wang. Para él no había nada que hiciera mal. El señor Jackson Wang presumía a todas horas del talento del Señor Hwang y de todos los clientes que aportaba a la empresa.