[JEONGIN]
Otra vez tenía problemas para dormir, así que recorrí el pasillo de puntillas y abrí la puerta de Hyunjin. Esa noche, dormía bocabajo, rodeando con un brazo la almohada mientras que el otro colgaba del borde de la enorme cama. Estaba roncando… una especie de ronroneo grave que necesitaba oír.
Observé su cara en la penumbra. Le recorrí los labios con la punta del dedo, sorprendido todavía por el hecho de que me hubiera besado, de que me hubiera abrazado, y de que hubiéramos bailado. Sabía que todo formaba parte de su gran plan, pero había momentos, por pequeños que fueran, en los que veía a un hombre distinto del que estaba acostumbrado a ver. El asomo de una sonrisa, el brillo de sus ojos e incluso alguna que otra palabra amable. Todo eso me había pillado desprevenido esa noche.
Ojalá permitiera que esa parte de sí mismo aflorase más a menudo, pero mantenía sus emociones, las positivas al menos, bajo llave. Era algo de lo que ya me había percatado. Sabía que si decía algo, se encerraría en sí mismo todavía más. De modo que decidí permanecer callado… al menos, de momento. Eso sí, debía admitir que besarlo no había estado mal. Teniendo en cuenta las barbaridades que podían salir de su boca, sus labios eran cálidos, suaves y carnosos, y sus caricias, tiernas.
Gimió y rodó sobre el colchón, llevándose la ropa de cama consigo. Su delgado y definido torso quedó a la vista. Tragué saliva, en parte por la culpa de estar observándolo y en parte por el asombro. Era un hombre muy guapo, al menos por fuera. Masculló algo incoherente y yo retrocedí, dejando la puerta entreabierta, tras lo cual regresé de puntillas a mi habitación.
Tal vez esa noche se hubiera mostrado más agradable durante algunos momentos, pero dudaba mucho que reaccionara bien si me descubría mirándolo mientras dormía.
Aun así, sus suaves ronquidos me ayudaron a sumirme en un plácido sueño.
Me marché temprano del piso para visitar a ChaeWon. Estaba lúcida y de buen humor. Me reconoció, me pellizcó la nariz, hablamos y reímos hasta que se quedó dormida. Bebí café mientras ella dormía y contemplé los cuadros que había estado pintando. Escogí uno que me gustaba especialmente, uno con flores silvestres, y lo estaba admirando cuando ella se despertó. Me miró, se acercó en su silla de ruedas y extendió el brazo para que le diera el cuadro.
—Me gusta este. —Sonreí. —Me recuerda a cuando íbamos a coger flores en verano.
Ella asintió con la cabeza, con aire distraído.
—Tendrás que preguntarle a mi hijo si está a la venta. No estoy segura de dónde se ha metido.
Me quedé sin aliento. Había vuelto a irse. Los momentos de lucidez cada vez se espaciaban más, pero ya sabía que no debía alterarla.
—A lo mejor puedo llevármelo e ir a buscarlo.
La vi coger su pincel y volverse hacia el caballete.
—Puedes intentarlo. Quizá esté en el colegio. Mi Innie es un chico muy ocupado.
—Gracias por su tiempo, señora Moon.
Me señaló la puerta, despachándome. Salí de la habitación con el cuadro aferrado entre las manos mientras contenía el llanto. No me reconocía, pero en el fondo de su corazón seguía considerándome su hijo. De la misma manera que yo consideraba que era parte de su familia.
Fue como una bofetada que me recordó por qué estaba haciendo esto con Hyunjin. Por qué fingía ser quien no era.
Era por ella.
Me sequé las lágrimas y regresé al piso.
Cuando abrí la puerta, Hyunjin me recibió con el ceño fruncido.
— ¿Dónde estabas? ¡Tienes una cita!
Inspiré hondo y conté hasta diez.
—Buenos días, Hyunjin. Solo son las diez. Mi cita es a las once. Tengo tiempo de sobra.
Se desentendió de mi saludo.
— ¿Por qué no has contestado al teléfono? Te he llamado. Tampoco te has llevado el coche.
—He visitado a ChaeWon. La residencia está cerca, así que he ido andando.
Extendió la mano y agarró el pequeño cuadro que llevaba pegado al pecho.
— ¿Qué es?
Intenté quitárselo sin conseguirlo y él sostuvo el cuadro entre las manos mientras lo miraba.
—No vas a colgar esta porquería aquí.
Me tragué la amargura que sentí en la garganta.
—Ni se me ocurriría. Iba a ponerlo en mi habitación.
Me devolvió el cuadro de malos modos.
—Lo que tú digas. —Se alejó, pero me miró por encima del hombro. —Tu ropa ha llegado. La he puesto en el armario de tu dormitorio y he dejado las bolsas en la cama. Quema lo que tienes puesto ahora mismo. No quiero verlo ni un segundo más.
Acto seguido, desapareció.
Esa misma tarde, cuando volví al apartamento, me sentía una persona distinta. Me habían frotado, limpiado y depilado hasta el infinito. Me habían lavado el pelo con un champú que daba volumen, me habían puesto acondicionador, me habían cortado las puntas y hecho capas, y después me lo habían secado con el secador de modo que cayera con gracia a un costado de la frente. En cuanto terminaron de arreglarme, casi no me reconocía. Mis ojos parecían enormes; mi boca, grande y seductora; mi piel, de porcelana. Corrí escaleras arriba y me puse la ropa interior nueva que eran unos bóxer satinados muy suaves y el traje que Chen Yu y yo habíamos escogido para esa tarde. Me dijo que era perfecto. Era de color gris muy elegante, se sentía extraño vistiendo algo tan caro y entallado. El blazer se ceñía a mi cintura resaltándola y los pantalones se amoldaban a mis piernas a la perfección, según Chen Yu no debería verme demasiado formal para una barbacoa por lo que bajo la chaqueta llevaba una camisa de seda blanca con algunos botones abiertos. Los zapatos eran muy cómodos, y estaba convencido de que sería capaz de verme lo suficientemente bien con este traje.
Tomé una honda bocanada de aire cuando los nervios amenazaron con apoderarse de mí.
Había llegado el momento de ver si Hyunjin estaba de acuerdo