Acuerdo de matrimonio ❃ Hyunin

♡ :  CAPÍTULO XIV

 

[HYUNJIN]

Se había quedado mudo. Sus labios se movían, pero no articuló palabra alguna. Después, hizo una cosa rarísima. Se echó a reír. A mandíbula batiente. Se cubrió la boca con la mano, pero no pudo silenciar las carcajadas que seguían brotando de su garganta. Hasta tal punto que acabó llorando de risa.

Era un sonido que no le había oído antes, y si bien debía reconocer que su risa era muy contagiosa, no me hacía ni pizca de gracia el motivo de su hilaridad.

Me eché hacia atrás y crucé los brazos por delante del pecho.

—El asunto no tiene gracia, Joven Yang.

Supuse que oír cómo me refería a él con tanta formalidad conseguiría cortar de raíz la histeria, porque eso era lo que debía de ser. Sin embargo, el único efecto que pareció tener sobre él fue redoblar sus carcajadas.

Golpeé la encimera de granito con la mano.

— ¡Yang Jeongin!

Se dejó caer sobre la encimera mientras se secaba los ojos. Me miró y empezó de nuevo. Más carcajadas.

Me puse en pie y eché a andar hacia él, sin saber muy bien qué iba a hacer cuando llegara. ¿Lo zarandearía? ¿Le gritaría? Lo cogí de los brazos y, sin pensar en lo que hacía, pegué mi boca a la suya, silenciando el ataque de locura. Una extraña calidez me subió por la columna cuando lo pegué a mi cuerpo y lo besé. Empleé toda la frustración que me provocaba para castigarlo y obligarlo a callarse.

El problema era que no parecía un castigo. Más bien parecía un placer.

Un placer ardiente y arrollador.

Me aparté con un gemido, con la respiración acelerada.

— ¿Has terminado ya? —Mascullé.

Él me miró fijamente, por fin en silencio, antes de asentir con la cabeza.

—A riesgo de que empieces a reírte de nuevo, Yang Jeongin, ¿te casarás conmigo?

—No.

Lo zarandeé un poco.

—Dijiste que lo harías si era necesario.

Suspiró y volvió a sorprenderme. Me tomó la cara entre las manos y me acarició la piel con los dedos.

— ¿Te ha dicho alguien alguna vez que eres muy impetuoso, mi amor?

—La espontaneidad siempre me ha venido bien.

—Yo lo llamaría impulsividad, pero tú llámalo como quieras, si eso te permite dormir bien por la noche.

— ¿Por qué no quieres casarte?

—Hyunjin, piénsalo. Piénsalo bien. Si tu instinto no falla y Jaebeom tiene sus sospechas y nos casamos ahora mismo, lo único que conseguirás es que sospeche todavía más, no menos.

Clavé la mirada en sus ojos oscuros mientras mi cerebro asimilaba esas palabras. Retrocedí un paso, y sus manos me soltaron la cara, cuando comprendí que tenía razón.

—En fin… mierda.

—Tengo razón y lo sabes.

Detestaba admitirlo, pero desde luego que tenía su punto de razón.

—Sí, la tienes.

—Perdona, ¿Qué has dicho? —Se burló.

—No te pases.

Sonrió y se me pasó por la cabeza que ya no me tenía miedo. No sabía muy bien si era algo bueno o malo.

—Vamos a tener que buscar una solución, Jeongin.

Se apartó de la encimera y me rodeó.

—En ese caso, lo hablaremos más adelante. —Recogió las revistas y se las metió debajo del brazo. —Tengo lectura pendiente. Voy a buscar ideas para mi dormitorio.

Hizo ademán de alejarse, pero extendí una mano para impedírselo.

—Ya que estás en ello, llama a los de mantenimiento. A la puerta del mío le pasa algo.

Titubeó y puso los ojos como platos.

— ¿Oh?

Cogí una manzana del frutero y la froté con gesto distraído contra la camisa.

—La cierro bien por la noche, pero siempre está abierta de par en par cuando me levanto por la mañana. No sé qué le pasa. Que la arreglen.

—Oh… esto… ah…

Fruncí el ceño. Estaba como un tomate, no era el rubor habitual que le teñía las mejillas. El pecho y el cuello también los tenía rojos, y la cara se le había puesto casi púrpura.

— ¿Qué pasa?

—Tu puerta no está rota. —Soltó de repente, muy deprisa.

— ¿Cómo lo sabes?

—Porque la abro yo.

En ese momento, fui yo quien se quedó de piedra.

— ¿Y para qué lo haces?

—Es que… esto es muy silencioso.

—No te entiendo.

Se acercó un poco y empezó a juguetear con los bordes de las revistas.

—La primera noche que pasé aquí, no podía conciliar el sueño. Donde vivía antes… siempre había mucho ruido, de sirenas, de personas, de coches o de cualquier otra cosa. Aquí estaba todo tan en silencio que daba un poco de miedo. Pasé por delante de tu puerta y te oí… esto… te oí roncar.

Entrecerré los ojos.

—Tengo el tabique nasal desviado. No ronco… es un resoplido.

—Si abro tu puerta y dejo la mía entreabierta, te puedo oír mientras… esto… mientras emites ese resoplido, y así sé que no estoy solo. Es… en fin, es reconfortante.

No supe cómo responder a semejante confesión. ¿Yo era reconfortante?

—En ese caso, da igual.

—No volveré a hacerlo.

Agité una mano.

—Da igual. No me importa.

Se dio media vuelta y se marchó, y yo me quedé mirando su espalda. No me había dicho que no lo besara, aunque tampoco había hecho referencia al beso. En cambio, había confesado que se sentía nervioso y que, sin yo saberlo, lo había ayudado a dormir. También me había indicado el fallo que había en la idea de casarnos de inmediato. Nos habíamos hecho un favor. Estábamos en paz.

Aun así, esa noche, después de apagar la luz, abrí la puerta de mi dormitorio para ahorrarle el viaje.

Solo faltaba que se pusiera de mal humor si no podía dormir.

Al día siguiente, repasé con cuidado la documentación. La oferta era buena. Los beneficios, generosos.

Lo único que me mosqueaba era el período de prueba de cinco meses. Tres meses era lo normal, y no podía deshacerme de la sensación de que había algo más detrás de esa cláusula. Me levanté y empecé a dar vueltas por la estancia antes de detenerme junto a la ventana para admirar la ciudad a mis pies. Me gustaba este sitio. Me gustaba que fuera una ciudad bulliciosa, pero con fácil acceso a la naturaleza y a los espacios abiertos. Me gustaba poder subir a un avión sin problemas y me gustaba estar cerca del agua. El porqué se me escapaba, pero me gustaba.



#4163 en Novela romántica

En el texto hay: hyunjin, jeongin, hyunin

Editado: 28.07.2023

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